La retórica de odio de Trump cosecha violentas consecuencias

Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice

Varios líderes de la comunidad judía en Pittsburgh rechazan la visita del presidente Trump.

Varios líderes de la comunidad judía en Pittsburgh rechazan la visita del presidente Trump. Crédito: Getty Images

WASHINGTON, DC – El presidente Donald Trump denuncia el antisemitismo y habla de unidad, al tiempo que afirma que la prensa es la culpable de la atmósfera divisiva y violenta imperante. Sus denuncias son huecas y sus llamados a la unidad y responsabilizar a la prensa de la toxicidad que él promueve destilan un cinismo sin par.

Los horrores de esta pasada semana, primero con el envío de bombas a figuras políticas, incluyendo dos expresidentes, que han criticado a Trump o que el presidente simplemente detesta; y el sábado con el ataque en una sinagoga de Pittsburgh que dejó 11 muertos, son una brutal manifestación de lo que puede ocurrir cuando algún lunático extremista se toma literalmente la retórica venenosa que emana de un líder.

Como era de esperarse, los habilitadores y facilitadores de Trump afirman que el presidente no tiene ningún tipo de responsabilidad por los incidentes, como si los responsables fueran únicamente quienes envían las bombas o halan el gatillo. Utilizar retórica incendiaria, repetir falsedades, como la de que estamos a punto de ser “invadidos” por una caravana de migrantes centroamericanos, tildar a la prensa de enemiga del pueblo, mentir sin pudor a cada oportunidad, tienen el potencial de incitar a desequilibrados extremistas a cometer actos de terror como los de los días pasados.

Las palabras y el mensaje tienen serias consecuencias. Llevamos tres años y medio, entre su candidatura y su presidencia,escuchando a los defensores de Trump decir que es solo “retórica” que no hay que tomarse en serio, que es “inofensiva”, que es lo que su base quiere escuchar.

Como presidente, esa retórica se ha tornado en política pública prejuiciosa, como el veto musulmán, la cancelación del TPS para personas provenientes de lo que el presidente considera “países de mierda”, la cancelación de DACA, el recrudecimiento de las leyes de asilo, la separación de familias en la frontera o el encierro de menores en centros de detención.

La más reciente caravana de migrantes centroamericanos es explotada por Trump para agitar a su base y movilizarla a las urnas regando falsedades, diciendo, sin pruebas, que vienen personas del Medio Oriente, el código de Trump para implicar que son terroristas, y que son miles que vienen a invadirnos y que es necesario enviar el Ejército o cerrar la franja.

En realidad, el grueso de los que integran la caravana vienen en grupo para garantizar su seguridad en la terrible travesía al Norte. Vienen huyendo de la violencia que sacude a sus naciones e intentan hacer lo que hace cualquier refugiado, llegar a un puerto de entrada y solicitar asilo. Si pasan la prueba, permanecen; y si no, son repatriados.

Pero como la caravana arrancó en plena temporada electoral, a Trump se le hizo muy sencillo recurrir a la demagogia y explotar el tema a su favor.

El problema es que en nuestro entorno hay individuos capaces de llevar el prejuicio hasta sus últimas consecuencias. Hay supremacistas blancos —como los que Trump tildó de “buenas personas” tras el incidente de Charlottesville, Virginia, que culminó en la muerte de una joven manifestante de la contraprotesta— que toman la “retórica” de Trump literalmente. Hay extremistas amantes de las teorías conspiratorias que ven en Trump a su líder máximo y en su desequilibrada mente dan por ciertas sus mentiras.

Así, el asesino de la sinagoga, que odia a los refugiados y a los grupos que los apoyan, pensaba que, en efecto, la caravana de migrantes viene a “invadir” Estados Unidos, y son “financiados” por liberales, entre otros, el filántropo judío George Soros. Once judíos fueron masacrados en pleno servicio religioso.

El detenido por enviar bombas a políticos y figuras opositoras de Trump se retrataba en los rallies del entonces candidato luciendo con orgullo la gorra roja de Make America Great Again.Su vehículo estaba cubierto de pegatinas y fotos de Trump y de mensajes contra la prensa y CNN.

En medio de estas tragedias, Trump siguió adelante con sus rallies en diversos puntos del país atizando a su base que siguió coreando “Lock her Up!” cuando se menciona a Hillary Clinton, una de las figuras que recibió una bomba. En Twitter, Trump lamentó que el incidente de las “bombas”, colocando “bombas” entre comillas, como si fuera una invención, le restó atención a la cobertura electoral. El intento de asesinato de opositores le parece algo normal y cotidiano.

El Incitador en Jefe es como quien provoca un accidente mortal manejando irresponsablemente y luego pasa por la escena preguntándose qué habrá sucedido. No hay conciencia ni remordimiento.

Y lo peor del caso es que Trump no cambiará.

Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice

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