Hora de un impuesto a las transacciones
El término ‘secuestro fiscal’, que hemos estado escuchando en días recientes, tiene que ver con el hecho de que inminentemente se recortarán $85.000 millones del gasto público estadounidense, porque los republicanos y los demócratas no se ponen de acuerdo en cómo limitar el déficit presupuestario.
Supuestamente la activación automática de la reducción de gastos gubernamentales se produjo el 1 de marzo y, aunque los recortes se ejecutarían de forma periódica, ya hemos empezado a escuchar del fuerte impacto que tendrá en varios servicios y operaciones del gobierno y en cada uno de los estados.
Todos pensarían que esta noticia ya debería haber provocado caídas en los mercados financieros; pero no ha sido así.
Esta semana, mientras en Chicago teníamos que lidiar con la intensa tormenta de nieve, y mientras se confirmaba la tan anunciada muerte del mandatario Hugo Chávez, el índice Dow Jones alcanzaba cifras récords en Wall Street, movido por altísimas ganancias para el sector corporativo.
Algunos analistas financieros explican que uno de los motivos de esto es que Wall Street ha aprendido a hacer caso omiso de Washington y que a los inversionistas simplemente ya no les importa lo que haga el sistema político pues asumen que el ‘secuestro fiscal’ no causará daños severos a la economía y que ésta seguirá recuperándose.
También explican que las empresas de hoy no se apoyan tanto sobre el volumen de los gastos del gobierno de EE.UU.
Pero tal vez lo más importante sea que, como explican analistas, son los bancos y los jugadores del sistema financiero los que están sacando las mayores ganancias de la economía estadounidense.
El sector financiero estadounidense genera más ganancias que el sector manufacturero en este país, según cifras publicadas en días pasados en el Wall Street Journal; sin embargo, no genera muchos puestos de empleo y todo esto significa en última instancia más ganancia concentrada en unas pocas manos, ya sean comerciantes de bolsa en Wall Street o accionistas ganando dividendos.
Y mientras, todo el resto de mortales, ¿qué? ¿Qué hacemos? Pues se supone que somos los que tenemos que ponernos a llorar y moquear porque el Gobierno tendrá que sucumbir al ‘secuestro fiscal’ y recortar los fondos destinados a educación primaria y secundaria; niños con discapacidad; preescolar; salud pública, sobrevivientes de violencia doméstica; o nutrición para adultos mayores.
Me parece ridículo que se nos venda esa idea de que debemos estar atormentados por los recortes presupuestales y por la forma en que el ‘secuestro fiscal’ nos va a afectar a los ciudadanos comunes y corrientes mientras los ejecutivos de Wall Street siguen la fiesta de ganancias de miles de millones al día. Y sobre todo con sus transacciones financieras que no pagan ni un cinco de impuestos.
Hace unos días los senadores Tom Harkin (D-Iowa) y Sheldon Whitehouse (D-R.I.) y el representante federal Pete DeFazio (D-Ore.) presentaron un proyecto de ley que impondría un muy pero muy leve impuesto de tres centavos por cada $100 de transacción financiera. La idea no es nueva; pero nadie quiere entrarle. Este insignificante impuesto permitiría generar $352 mil millones durante los próximos 10 años, lo cual es bastante si recordamos de cuánto es la amenaza de recortes por el ‘secuestro fiscal’.
Todos sabemos que se necesita un cambio y que ya les llegó la hora.