México en Gringolandia: el arte de la revolución
A partir del próximo 25 de octubre se exhibirá en el Philadelphia Museum of Art la muestra más importante de arte del modernismo mexicano que se haya organizado en Estados Unidos en siete décadas
El modernismo, ese primer movimiento estético autóctono que viajó de rebote desde América hasta Europa, poniéndonos en el mapa de la sensibilidad universal con un pulso propio, y definiendo en gran parte lo que simbólicamente somos, tiene uno de sus momentos más altos en el Modernismo pictórico mexicano. Esa apoteosis gráfica que sobrevino con la revolución y la reconstrucción nacional, y que colocó al nativo, al campesino y al obrero como protagonistas del arte y columna vertebral de la nación, tiene conexiones extraordinarias con el arte de la Vanguardia europea, y un singular paralelismo con el Realismo Socialista. Cocinado en parte desde la oficina de José Vasconcelos, en el gabinete ministerial de la Secretaría de Educación Pública, esta obra monumental, cuyo ejemplo más recurrente sea quizás el movimiento del muralismo —con sus figuras descollantes: Rivera, Orozco, Siqueiros y Tamayo—, alentada por la subvención estatal, como herramienta ideología y potente medio de propaganda institucional, logró, gracias al talento de los artistas remontar cualquier panfletarismo, conectándose con una sustanciosa tradición nacional que ya anticipaba un precursor como José Guadalupe Posada, a quien Anita Brenner llamó el Daumier mexicano, profeta de dos revoluciones.
Pintar la Revolución: El arte moderno mexicano, 1910-1950, una muestra de esa fascinante época, llena de profundas contradicciones, pero sumamente rica en su emblemática producción y crucial para el arte contemporáneo, se exhibirá en el Philadelphia Museum of Art a partir del próximo 25 de octubre, en colaboración con el Museo del Palacio de Bellas Artes en México. Un equipo liderado por Matthew Affron, y compuesto por los expertos y curadores Mark A. Castro, Dafne Cruz Porchini y Renato González Mello, ha logrado ensamblar la exhibición más importante de arte mexicano en siete décadas, que incluye, además, la digitalización en alta resolución de murales realizados durante la primera mitad del siglo pasado en México y Estados Unidos, como la serie de Rivera para la Secretaría de Educación Pública; El retrato de la burguesía, de Siqueiros, para el Sindicato Mexicano de Electricistas; y The Epic of American Civilization, fresco compuesto por 24 paneles, realizado por Orozco en Dartmouth College entre 1932 y 1934, y designado monumento histórico nacional en 2013.
Entre algunas de las joyas que los visitantes podrán disfrutar, están obras de Gerardo Murillo (Dr. Atl); La Ofrenda (1913) de Saturnino Herrán; el Retrato de María Izquierdo (1932), de Rufino Tamayo; y el pequeño óleo sobre metal Autorretrato en la frontera de México y Estados Unidos, pintado por Frida Kahlo en 1932, cuando Diego Rivera fue comisionado para realizar algunos murales en Estados Unidos, entre ellos el del Instituto de Arte de Detroit, y la pareja se estableció en el país por cuatro años.
Filadelfia este otoño será, sin dudas, un destino obligado no solo para los amantes del arte, sino para todo el que quiera disfrutar de una excepcional muestra que permite entender mejor la fascinante historia y la iconográfica de un país, en que según García Márquez, “el surrealismo corre por las calles”.