“Hacía años que no me daba el Sol”: Así vive el mexicano Juan Pedro Franco, el hombre más obeso del mundo
Tras el récord Guinness que lo ha hecho reconocido como la persona con más peso del planeta, Franco, de 33 años, guarda una historia de sacrificios y superaciones. En unos días se someterá a una operación quirúrgica que podría cambiarle la vida
“Y aquí estamos, echándole ganas”. Que Juan Pedro Franco termine así muchas de sus frases no es casualidad.
La historia de este mexicano de 33 años, que posee el récord Guinness como el hombre vivo con mayor peso del mundo debido a los 595 kilos que llegó a alcanzar, está plagada de lucha, sacrificio y superación.
Inmerso en un proceso médico que le ha hecho perder más de 220 kilos en un año, fue intervenido en mayo para reducirle el estómago en un 80%.
El cambio físico es evidente. Pero más aún en lo que se refiere a su calidad de vida.
Tras años postrado en una cama, ya consigue ejercitarse, dar algunos pasos y sostenerse de pie por unos minutos.
Este miércoles será sometido a un bypass gástrico, considerada la intervención quirúrgica más importante, que lo acercará durante los próximos meses a un peso saludable.
Y con él, a una vida que se antoja completamente diferente a la de hasta ahora.
- Habla el médico que trata al hombre más obeso del mundo
- Cómo un niño de 12 años transformó su lucha contra el sobrepeso en una inspiración para otros
A pocas horas de ser ingresado en el hospital, Franco compartió su historia con BBC Mundo.
“Infancia normal, entre comillas”
Franco es de Aguascalientes, pero desde hace un año vive en Guadalajara para estar más cerca de la clínica y el equipo médico que lleva su caso.
Conectado permanentemente a una botella de oxígeno y sentado sobre una cama reforzada, relata recuerdos de su ciudad natal.
“Mi vida de niño era de juegos, de jugar con mis amigos a fútbol, de estar en la calle. Era una vida divertida”, rememora.
Aunque acto seguido, puntualiza. “Bueno, era una infancia normal entre comillas. Porque desde niño empecé con mi obesidad”. Pesó 3,5 kilos al nacer, pero hasta los 6 años aumentaba a un ritmo de 10 kilos por año.
“La gente está acostumbrada a que cuando uno está chiquito, se le dice “¡Ay qué gordito, qué bonito!”. A mi madre le decían que cuando creciera, se me iba a quitar”.
A los 15, pesaba unos 200 kilos. Para entonces, ya había trabajado ayudando en tiendas y como costurero de ropa.
¿Y la escuela? “No terminé la secundaria por el ‘bullying’, de todo lo que me decían y me hacían, los golpes. Tuve que salirme”.
Dice que los niños y adolescentes son “un poco crueles”, y recuerda la cantidad de apodos que le pusieron: “Todos me los dijeron, ¿cuál quiere que le diga?”, pregunta con una tímida sonrisa.
Los carros y la música
Pese a todo, aquel Juan Pedro adolescente tenía sus sueños como cualquier otro. Y la mayoría venían casi dados por herencia familiar: la afición por los carros, de su abuelo paterno y sus camiones. “Desde chico quería ser mecánico, o chofer de tráiler”, dice.
Y de su abuelo materno, la pasión por la música. “Siempre me gustó cantar, tocar guitarra. Hasta los 20 aprendí por mí mismo a hacerlo, con puros libritos. Y ahí hacemos la lucha para que se oiga más o menos”, ríe.
El punto de inflexión en su vida llegaría a los 17 años. Un accidente de tráfico le dejó “quebrada” la parte derecha. Al tener que estar año y medio en cama, su peso comenzó a aumentar vertiginosamente.
Cinco años después, con más de 330 kilos, logró la ayuda de un instituto médico hasta que perdió 80 kilos y se “estancó”. Iba a gimnasios, pero veía cómo su peso subía poco a poco.
A aquello seguiría una sucesión de enfermedades como una neumonía que lo dejó en cama con oxígeno, hasta entrar en coma hace siete años.
“Fue por una hinchazón en el cuerpo, no sabemos por qué. Hasta que el cuerpo reventó, e imagino que su protección fue dormirme”.
Después de aquel episodio, su actual equipo médico conoció su caso.
Le dijeron que era complicado por todos los problemas de salud que venían con su obesidad —pulmones, hipertensión, diabetes o hipotiroidismo—. Pero querían intentar ayudarle.
“Ahora estamos en Guadalajara viviendo un sueño”, afirma.
Bufandas y alegrías
Franco relata su historia con asombrosa soltura en pocos minutos. A su alrededor en la casa nadie se queda quieto.
Su padre, Herminio, empaqueta bolsitas de muesli y alegrías —un dulce con semillas de amaranto y miel— que arman entre toda la familia después de que Juan Pedro descubriera en internet que “la receta era fácil”.
Su madre, María, prepara la cena y a ratos teje coloridas bufandas. También Juan Pedro teje, pues asegura que le ayuda a calmar la ansiedad.
La venta en la puerta de la casa de estos productos es lo que mantiene a la familia.
Herminio está retirado desde los 35 años por una enfermedad en las piernas y María dejó de trabajar tras el accidente de tráfico de Juan Pedro para dedicarse a su cuidado.
En Aguascalientes quedaron sus tres hermanos mayores.
Quien sí le acompañó a Guadalajara es Barbas, su perro inseparable. “Cuando me pongo mal, él me despierta, es como si fuera mi alarma. Y además es mi guardaespaldas”.
Encontrar un alojamiento para vivir aquí mientras dure su tratamiento médico no fue fácil. Dice que muchas personas no le querían rentar la casa al descubrir que era para él.
Es uno de los pocos momentos de la tarde en la que su sonrisa desaparece. Cuando asume y acepta la discriminación como parte inseparable de su vida.
“Es malo que lo diga, porque no debería ser así, pero uno aprende a vivir con la discriminación porque es algo que lo vive muy seguido”, reconoce triste.
Aquella sensación la tenía cuando iba a un restaurante y no tenía donde sentarse, o cuando se le negaban trabajos por miedo a que cayera enfermo a menudo. O cuando no encuentra ropa y calzado a su medida.
“Yo llego a la tienda y me preguntan: “¿cuántas X?” Y yo les digo… ¡pues todas!“, cuenta de nuevo entre risas y las de quienes le rodean.
Y este sentido del humor, del que hace alarde durante toda la conversación —en ocasiones, cargado de ironía— es, según los médicos, lo que le está ayudando a su pronta recuperación.
El papel de su madre
Franco hace una pausa en su relato para obsequiarnos una de sus canciones acompañado de la guitarra. Le gustan los clásicos de Javier Solís, Juan Gabriel o Vicente Fernández.
Canta “Esclavo y amo” mirando a su madre. Y María, que le devuelve la mirada orgullosa, no deja de sonreír y tararear por lo bajo.
“No hay cómo agradecer a mi mamá lo que hace por nosotros. Ella es la que nos cuida. Quizá, algún día, la sacaré de trabajar… y quizá, algún día, sea yo el que tenga que cuidarla a ella”.
María, con 64 años y rostro amable y cansado tras una vida de sacrificio, asiente e interviene para recordar todos los intentos que hicieron en la infancia de Juan Pedro para frenar su aumento de peso.
“Todos sus hermanos comían igual. En cambio, no les pasó esto. Intentamos todas las dietas y todos los productos, y yo con él. Yo bajaba peso, pero él no”.
Dedicada a él durante las 24 horas, recuerda que solo en tres ocasiones —una boda, un bautizo y un funeral— lo dejó en casa, a raíz de su insistencia.
Cuando Juan Pedro tenía 22 años, María sufrió un derrame cerebral causado por el estrés.
Está recuperada y solo piensa en el día en que su hijo pueda valerse por sí mismo antes de que ella falte.
Recuperar el pasado
Así, entre guitarra, bufandas, alegrías, televisión y algo de ejercicio (Juan Pedro está realizando sus primeras actividades físicas con mancuernas y otros instrumentos a medida que recupera movilidad) es como transcurre su día día.
Pero, para el futuro, Juan Pedro confía en recuperar pronto muchas cosas de su pasado.
Sueña con volver a caminar, manejar, poder trabajar, o volver al templo donde tocaba y cantaba con el coro.
“Quizá no es algo despampanante. Quizá mis sueños no son tener un avión o las cosas que dice mucha gente, pero créame que para una persona que está en cama, esto sería mucho”, reconoce.
También extraña los detalles más pequeños, como sentir los cambios de clima y el aire en su cara. “Cuando me sacaron del hospital, hacía años que no me daba el Sol. Es como si me diera lumbre, no podía ni abrir los ojos”.
¿Y no le gustaría tener una relación amorosa? “Esposa… no sé, no se me hace sano estar ahorita con alguien porque no hay la calidad de vida que le pueda dar uno ni económica, así que no lo he pensado”.
“Nada está perdido”
A lo largo de estos años, hubo períodos más oscuros para Juan Pedro, quien reconoce haber tenido depresiones fuertes.
En Aguascalientes llegaba a pasar los días dormido, con el cuarto oscuro y la cortina cerrada.
“Por eso, tejer me alivia la presión de estar aquí encerrado. Es difícil tener la mente balanceada y equilibrada con todo el cambio que estoy viviendo, pero ahí estamos echándole ganas”, dice.
Aunque no hay ningún caso documentado en el mundo con las características de Juan Pedro, él sabe que México es uno de los países con mayores tasas de obesidad. Por eso recomienda a las personas “que se atiendan”.
Antes de irnos, le preguntamos por el reconocimiento del récord Guinness que guarda en el salón de la casa. Y confiesa una especie de contradicción interna.
“Estoy agradecido de que se hayan fijado en mí, pero orgulloso no me siento. Si fuera por otra cosa… pero igual eso me recuerda mi compromiso conmigo y con la gente, para que le siga echando ganas y que sepa que sí se puede. Nada está perdido, nada se acaba hasta que se acaba”, concluye.
Antes de acostarse, reza el rosario junto a la familia. Reconoce que le será difícil dormir.
Al día siguiente, saldrá de estas cuatro paredes rumbo al hospital en el que confía que su vida se acerque un poco más a la que era antes.
“Yo lo hice, pero no funcionó. Por eso pedí ayuda. No hay que tirar la toalla. Si con mi caso la gente va a tener un punto de apoyo para salir adelante o pensar que es posible, es lo mejor que puedo aportar”.