“Toqué fondo y me aventé al Metro, lejos de Veracruz’’: periodista desplazado

A casi cinco años de su desplazamiento forzado, un periodista narra desde el anonimato las crisis que enfrenta un comunicador fuera de la tierra que quería cambiar

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Metro CDMX Crédito: EFE

SERIE PERIODISTAS DESPLAZADOS 2

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MEXICO.- Cuando Adrian R. se lanzó a las vías del metro de la Ciudad de México ya sumaba varios meses pensando en quitarse la vida. Pensó en rajarse las venas con un vidrio y desangrarse en algún rincón o lanzarse desde alguno de los edificios de la capital del país, a 300 kilómetros de su natal Veracruz, de donde se mudó obligado los Zetas.

‘“Dígale a su hijo que el siguiente es él’’, advirtieron a su madre.

Era el año 2013 y Adrián, quien firmaba sus artículos con su nombre real, era un comunicador prolífico: trabajaba en varios medios de comunicación, entre prensa escrita, radio e internet para completar un salario mensual digno que le alcanzaba para salir de juerga con los amigos y la novia; para pagar una hipoteca y apoyar a la familia.

Sabía que estaba en riesgo. Había visto a varios periodistas caer torturados y asesinados desde que tomó la gubernatura Javier Duarte (dos años antes) y se agudizaron las complicidades entre autoridades y criminales. En la lista estaban: Noel, Miguel y Misael López, Yolanda Ordaz, Regina Martínez, Rubén Espinosa, Guillermo Luna, Esteban Rodríguez, Gabriel Huge y Víctor Baez.

No quería ser el número 11. Se encaminó a la terminal y puso pies en polvorosa en el primer autobús que salió a la capital mexicana. Era el único lugar donde tenía algunos contactos con organizaciones de protección a periodistas que conoció cuando tomó algunos cursos de periodismo de alto riesgo.

Adrian hace un recuento de su historia desde la penumbra de un bar donde bebe agua con jugo de limón y sal. No bebe alcohol, ni una gota. Lo tiene prohibido desde el intento de suicidio  en el metro. En su lugar, toma antidepresivos que guarda en una cajita blanca del tamaño de la palma de su mano.

“Desde que salí del psiquiátrico -en mayo pasado- porque por el estrés mi cerebro dejó de producir las sustancias químicas que dan el equilibrio emocional: la ausencia de esas sustancias me llevó al suicidio, según me explicaron en el Instituto Nacional de Psiquiatría’’.

Adrian supo que tocó fondo cuando se vio en medio de las vías del metro en espera del golpe del vagón.  Vio a gente gritando, desesperada por salvarle. Dos hombres se bajaron por él mientras los vigilantes corrían para encender alarmas. Cuando lo sacaron supo que tenía que hacer algo para salir de su hoyo emocional. Llamó a una línea de ayuda donde aconsejaron ir psiquiátrico.

El periodista tiene claras las etapas de su vida que lo llevaron a ese extremo. Fueron tres desde su arribo a la CDMX. “Lo más duro al principio, después de que me encontraron un refugio para vivir, fue cuando me cayó el veinte de que no podría regresar más a Veracruz’’.

Entonces le dio por dormir: día y noche en el departamento oscuro que algunos colegas le ayudaron a conseguir. “Sólo podía hablar con mi madre para decirle que estaba bien pero no podía decirle más, ni donde estaba. Tampoco podía hablar con mis compañeros periodistas y, aunque hubiera podido ya no tenía confianza: los zetas habían infiltrado al gremio obligándolo a espiarse entre sí’’.

Con la implementación del Mecanismo de Protección para Defensores de Derechos Humanos y Periodistas, en 2013, inició una segunda etapa en su rol de desplazado: el gobierno comenzó a pagarle un lugar para vivir y animentos. Con esa seguridad, vino su novia para casarse.

Siguieron tres años de aprendizaje, comenzar a tener algunos trabajos freelance en algunos medios y parecía que todo iba bien hasta que comenzaron a rondar a su madre algunas camionetas sospechosas en Veracruz y tuvo que sacarla de allá a la par que se quedó sin trabajo y tuvo que dejar el departamento tras una discusión con vecinos estridentes.

“Fue un momento muy difícil porque yo sentía que los estaba arrastrando a mi esposa y mi mamá a una situación de peligro que no merecían y comencé a pensar que estarían mejor sin mi y eso me entristecía cada vez más’’.

Fue por su propia voluntad al psiquiátrico donde estuvo dos meses, adquirió más deudas porque había que pagara para que lo cuidaran día y noche, pero salió con ganas de vivir y trabajar. Cuando la dieron de alta envió su currículum a todo cuando conocido en el medio periodístico tenía. La llamaron de una agencia.

– No necesitamos personal pero queremos ayudarte- dijo una voz de colega.

Adrián tomó su libreta y volvió a tomar notas. Después de  cubrir su última conferencia de prensa se encaminó al bar para contar su historia a este diario, una de las 35 de periodistas desplazados desde el año 2012, según cifras extraoficiales; 23 oficialmente.

Aquí lo alcanzó su mujer, quien lo escuchó paciente y en silencio (otra vez) toda la historia. En un rato lo tomará de la mano para encaminarse a casa, lejos de Veracruz.

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