Chile: muere a los 103 años el poeta Nicanor Parra

Nicanor Parra es el legendario creador de la antipoesía

El gran poeta chileno Nicanor Parra falleció en su casa de La Reina, Santiago, a los 103 años de edad.

La noticia fue confirmada este martes por el ministro de Cultura chileno, Ernesto Ottone.

Irreverente, controvertido y eterno candidato al Nobel, Parra era uno de los poetas más influyentes y originales de la literatura hispanoamericana contemporánea.

Ganador del Premio Nacional de Literatura de Chile en 1969, Parra además fue reconocido con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2001 y en 2011 recibió el Permio Cervantes, considerado el más prestigioso de la literatura en castellano.

“El que sea valiente que siga a Parra. Sólo los jóvenes son valientes, sólo los jóvenes tienen el espíritu puro entre los puros. Pero Parra no escribe una poesía juvenil. Parra no escribe sobre la pureza (…) Parra escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado“, fue la descripción que hizo el fallecido escritor chileno Roberto Bolaño de su compatriota.

“De estatura mediana, / Con una voz ni delgada ni gruesa, / Hijo mayor de profesor primario / Y de una modista de trastienda”, se describió Parra a sí mismo en “Epitafio”, uno de los primeros textos de Poemas y Antipoemas, el libro que, desde su publicación en 1954, le granjeó amplio reconocimiento nacional e internacional.

“Flaco de nacimiento / Aunque devoto de la buena mesa; / De mejillas escuálidas / Y de más bien abundantes orejas; (…) Ni muy listo ni tonto de remate / Fui lo que fui: una mezcla / De vinagre y de aceite de comer / ¡Un embutido de ángel y bestia!”, agrega en ese poema.

Dinastía de artistas

Nicanor Parra Sandoval nació el 5 de septiembre de 1914 en San Fabián de Alico, una aldea cercana a la ciudad chilena de Chillán, situada a unos 400 kilómetros al sur de Santiago, la capital.

Sus padres, Nicanor Parra Parra, profesor de música, y Rosa Clara Sandoval Navarrete, quien también cantaba y tocaba la guitarra, fundaron una verdadera dinastía de artistas.

Varios de sus nueve hijos se dedicaron a la música, entre ellos Violeta, la célebre autora de “Gracias a la vida” y “Volver a los 17”, y Roberto, en cuyas décimas se inspiró La Negra Ester, una de las obras más exitosas del teatro chileno.

Nicanor Parra
El antipoeta retratado en 1935, año en que se publicó su primer texto conocido: “Gato en el camino”. Foto: Biblioteca Nacional de Chile.

El futuro poeta abandonó la casa paterna en 1932 y viajó a Santiago, donde hizo el último año de la enseñanza secundaria en el Instituto Nacional Barros Arana (INBA), antes de comenzar a estudiar matemática y física en la Universidad de Chile.

Otro de sus hermanos, Eduardo, contó – en un número especial del semanario chileno The Clinic dedicado a los 90 años del poeta – que éste, mientras cursaba sus estudios universitarios, los fue llevando uno a uno a la capital, empezando por Violeta, para que estudiaran.

“Aparte de mantener el rendimiento, mi hermano nos puso una condición para traernos a Santiago: que dejáramos el canto y las guitarras”, señaló.

Sin embargo, no lo obedecieron y el hermano mayor terminó por aceptarlo.

“Solo tiempo después, cuando volvimos de una gira con la Violeta, nos encontramos con la sorpresa de que Nicanor tenía su guitarra propia y que la tocaba. Nunca supe como aprendió”, dijo.

Génesis del antipoema

El primer texto conocido de Nicanor Parra es “Gato en el camino”, un cuento publicado en 1935 en una revista del INBA, donde trabajaba de inspector a cambio de comida y techo, mientras estudiaba en la universidad.

Dos años después apareció su primer poemario, Cancionero sin nombre, del que más tarde renegaría, hasta el punto de no incluirlo en su Obra gruesa por considerarlo “un pecado de juventud”, demasiado influido por Federico García Lorca.

Poco antes se había publicado en Santiago la controvertida Antología de poesía chilena nueva, de Volodia Teitelboim y Eduardo Anguita, que marcaría profundamente a Parra.

El libro incluía (junto a poetas ahora menos conocidos fuera de Chile, como Rosamel del Valle, Humberto Díaz y los propios autores de la selección) a tres de los llamados “cuatro grandes” de la poesía chilena del siglo XX – Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha – y excluía a la cuarta, Gabriela Mistral, “una injusticia”, según le dijera a BBC Mundo en 2004 el propio Teitelboim.

“Me sentí terriblemente impresionado por esta obra y pensé que yo podía hacer algo parecido; pero a los pocos pasos me pregunté acerca de la necesidad y la función de un trabajo de esta naturaleza. Y no pude contestar esta pregunta de inmediato”, le dijo Parra a Mario Benedetti, en 1969, cuando el escritor uruguayo le inquiriera sobre cómo llegó a concebir el ‘antipoema’.

Según Parra, poco a poco llegó a la conclusión de que “la poesía, tal como se la practicaba, en cierta forma divergía de lo que podemos llamar la noción de vida. Partía solamente de ella, pero no volvía”.

Fue así que decidió que había que inyectarle vida a la poesía chilena, creando una antítesis de ésta, la “antipoesía”.

Sobre los “cuatro grandes”, una observación de Bolaño en el catálogo de la exposición Artefactos Visuales de Parra, en Madrid, 2001: “Parra también es crítico literario. Una vez resumió en tres versos toda la historia de la poesía chilena. Son estos: ‘Los cuatro grandes poetas de Chile / Son tres / Alfonso de Ercilla y Rubén Darío'”.

Shakespeare y Kafka

Después de terminar sus estudios universitarios, Parra enseñó durante varios años matemáticas y física en Chillán.

“Considerad, muchachos, / este gabán de fraile mendicante: / soy profesor en un liceo obscuro, / he perdido la voz haciendo clases. (Después de todo o nada / hago cuarenta horas semanales). ¿Qué les dice mi cara abofeteada?, / ¡verdad que inspira lástima mirarme!”, escribiría después en “Autorretrato”.

En 1940 se casó por primera vez, con Ana Troncoso, con quien tuvo tres hijos. Luego tendría tres más, con otras dos mujeres.

En 1943 viajó a Estados Unidos a realizar estudios de posgrado en mecánica avanzada, en la Universidad de Brown, y al regresar a su país comenzó a enseñar en la Universidad de Chile.

En 1949, con una beca del Consejo Británico, llegó a Reino Unido con la intención de hacer un doctorado de cosmología en la Universidad de Oxford, que nunca terminó porque, en lugar de centrarse en las matemáticas, dedicó su tiempo a escribir poesía.

Mientras que en EE.UU. había profundizado sus lecturas de Walt Whitman, en Inglaterra se nutrió de la obra de John Donne, William Shakespeare, William Blake, T.S.Eliot, Ezra Pound y Franz Kafka, a quien consideraba su “maestro absoluto“.

En 1954, poco después de su regreso de Europa, se publicó en la revista chilena Extremo Sur un conjunto de 20 poemas, que décadas más tarde Parra también excluiría de su Obra Gruesa, los “Ejercicios retóricos”, notablemente influidos por Whitman.

También entonces apareció su segundo libro, Poemas y antipoemas, escrito en gran parte en Oxford, que termina con el que muchos consideran su mejor texto, “Soliloquio del individuo”.

Aparentemente, Parra pensaba llamar al libro Oxford 1950, pero optó por Poemas y antipoemas luego de ver, en la vitrina de una librería de la ciudad inglesa, un ejemplar de Apoèmes, del escritor francés Henri Pichette, publicado poco antes.

Los ‘antipoemas’ se caracterizarían, entre otras cosas, por un enfoque narrativo, con frecuencia alrededor de un antihéroe, y un lenguaje primariamente coloquial, en el que se destacan el humor y la ironía.

“Hubo un tiempo en que yo no aceptaba en los antipoemas sino expresiones coloquiales”, le dijo a Benedetti.

“El test que aplicaba a una expresión era si podía usar o no en una conversación real; después me tranquilicé un poco y acepté también como elementos vitales las propias creaciones humanas”, agregó.

Artefactos visuales

Si entre el lorquiano Cancionero sin nombre y Poemas y antipoemas pasaron casi 20 años, a su segundo libro le siguieron varios más en relativamente rápida sucesión, entre ellos La cueca larga (1958), Versos de salón (1962), Manifiesto (1963), Canciones rusas (1967), Obra gruesa (1969), Artefactos (1972), Sermones y prédicas del Cristo del Elqui (1977), Poesía política (1983) y Hojas de Parra (1985).

Parra también creó numerosas obras visuales, que comenzaron con su participación en el diario mural Quebrantahuesos, junto al poeta Enrique Linh y el cineasta Alejando Jodorowsky, entre otros, en 1952.

Dos décadas después, a partir de la publicación de Artefactos – una caja con tarjetas postales en las que aparecen dibujos, fotografías y textos que, según Parra, son restos de lenguaje resultantes de la desintegración de los ‘antipoemas’ – realizó trabajos visuales con frecuencia.

En 2006, una exposición llamada Obras Públicas, en el Centro Cultural Palacio de La Moneda de Santiago, reunió muchos de sus ‘trabajos prácticos’, junto a sus tablitas de Isla Negra y sus divertidas bandejitas de cartón en que se ríe de todo y de todos, desde sí mismo hasta el Papa.

En una de ellas dice: “El Nobel! El Nobel! Esto ya parece el cuento del lobo…”, en referencia al elusivo premio para el que fue postulado en varias ocasiones y que nunca recibió.

En su país sí le dieron todos los galardones habidos y por haber, desde el Premio Municipal de Poesía de Santiago, en 1938 y 1955, hasta el Premio Nacional de Literatura, en 1969, y el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, en 2012.

Fuera de Chile, le otorgaron, entre otros, el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, en 1991, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en 2001, y el Cervantes, en 2011.

Pero tal vez su mayor reconocimiento fue el impacto que tuvo en otros escritores.

Lo que dijo de él el novelista argentino Ricargo Piglio en una entrevista lo ilustra muy bien:

“Todavía me acuerdo de la tarde en que compré Versos del salón, en la vieja librería Palumbo de la calle 6. Todavía veo el libro en la vidriera, la edición de Nascimiento. Me senté a leerlo en el bar Pérsico, frente al correo, y cuando me levanté era de noche y yo era otro”.

En 1969, en momentos en que se esperaba – y a veces se exigía – que los artistas latinoamericanos tomaran posiciones de izquierda, Parra le dijo a Benedetti que aunque la Revolución Cubana le interesaba profundamente y le afectaba mucho lo que estaba sucediendo en Vietnam y en África, él no era un poeta político.

Un año después, gran parte de la izquierda latinoamericana rompió con él luego de que asistiera, junto a otros poetas, a un té ofrecido en la Casa Blanca por la esposa del presidente de Estados Unidos, Richard Nixon. Algo parecido le había pasado a Pablo Neruda por haber visitado EE.UU. en 1966.

Después del golpe militar encabezado por Augusto Pinochet en 1973, Parra, que había apoyado al derrocado gobierno socialista de la Unidad Popular, decidió quedarse en Chile.

Según uno de sus colegas en el Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile, Parra le dijo que no se iría porque su poesía se nutría de lo que pasaba en su país.

Aunque, según cuentan, en sus clases Parra no hablaba ni a favor ni en contra del gobierno militar, en 1977 el diario La Segunda aseguró que su obra teatral Hojas de Parra era “la más insolente crítica contra nuestro proceso, contra el 11 de septiembre y contra quienes en un supremo esfuerzo sacaron a este país de las garras del marxismo”.

Parra abogó por el retorno a la democracia, durante el plebiscito de 1988, en que los chilenos debían elegir si querían o no que Pinochet permaneciera en el poder.

En entrevistas posteriores señaló que, en su opinión, aunque durante el gobierno militar se tomaron varias medidas positivas, fueron “a corto plazo”.

“Lo que pasa es que cuando se piensa en Pinochet, también se debe pensar en las atrocidades que se cometieron. Y ante eso hay que ponerse firme. Hay que saber qué pasó, no para vengarnos de nadie, sino que para sacar una lección”, le dijo a El Mercurio en 2001.

El poeta también le recordó al entrevistador que él nunca había militado en ningún partido político.

Después de todo, fue Parra quien escribió, en uno de sus más memorables Artefactos Visuales, que: “La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”.

Y sobre la muerte puso en una de sus bandejitas: “Para eso se hizo la muerte. Para medir el transcurso del tiempo”.


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