“El satanismo se convirtió en mi vida”
Criado en una familia cristiana, Benedict Atkins se convirtió al satanismo cuando era un adolescente
La primera vez que entré en contacto con el satanismo tenía 15 años de edad. Mis padres eran cristianos practicantes y me llevaban junto a mis hermanas a la iglesia cuando éramos niños.
Pocos años después, comencé a pasar mi tiempo libre en el parque de patinaje local en el sudoeste de Londres y a escuchar a grupos de death metal. Empecé a consumir alcohol y drogas y perdí mi virginidad a los 12 años.
Sentí que tenía que elegir entre pasar tiempo con mis amigos en lo que yo consideraba como “el mundo real” o escuchar historias bíblicas con mis padres mientras coloreaba dibujos del Arca de Noé. Escogí rebelarme.
Tocaba la guitarra en un grupo musical con unos amigos -era una forma fácil de llamar la atención- vestía camisetas de bandas de rock e incluso, en ocasiones, usaba delineador de ojos para chicos. La sexualidad es algo muy fluido a esa edad, así que, si las chicas lo pedían, a veces usaba maquillaje para impresionarlas.
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Una noche encontré un ejemplar de la Biblia Satánica en la casa de un amigo. Tomé el libro de su biblioteca y lo leí de un tirón. Escrita por el fundador de la Iglesia del Diablo, Anton La Vey, ha vendido más de un millón de copias desde que fue publicada por primera vez en 1969.
Realmente conecté con ese texto. Estaba insatisfecho con mi relación con mi novia y discutía frecuentemente con mis padres. El satanismo parecía reconocer el dolor y la rabia que yo sentía.
Al día siguiente tuve una gran pelea con mi madre, así que me encerré en mi habitación y comencé a hacerme cortadas en mi brazo para trazar en mi piel un pentagrama -el símbolo de la Iglesia de Satanás-. Sangraba mucho pero eso no me disuadió. Quería dejarme una cicatriz permanente en mi cuerpo.
Egoísmo y devoción satánica
La gente lo interpreta de distintas maneras pero para mí el satanismo se trata de amarte a ti mismo a expensas de los demás. En un sentido filosófico, en realidad tiene poco que ver con la devoción hacia el diablo.
La mayor parte de los satanistas creen en hacer todo lo que puedan para conseguir lo que quieren en la vida. Para ellos está bien darse gusto con el sexo, la comida y la bebida. Es algo que alimenta el egoísmo que hay en ti, lo que lo hace tan oscuro. Ponerte a ti mismo siempre en primer lugar, sin que te importen los demás, es algo solitario.
Pero, en aquella época, sentía que al dios cristiano con el que había crecido, que debía ser bueno, no le importaba mi sufrimiento. Yo me autolesionaba y me rebelaba consumiendo alcohol y drogas.
El tipo de cristianismo de mis padres no me ofrecía ningún consuelo. Todo parecía limitarse a fingir que las cosas estaban bien. No había espacio para la oscuridad o para la controversia. Así que yo lo rechacé.
El satanismo me enganchó. Se convirtió en mi vida. Yo dibujaba pentagramas en todas partes: desde mis libros escolares hasta mi cuerpo. Mis amigos y mi novia estaban espantados pues pensaban que yo había ido demasiado lejos. Pasé de ser bastante popular a no tener amistades.
Cortarme la piel es algo que yo había hecho de forma intermitente en el pasado. Dejé de hacerlo pero luego lo retomé cuando empecé a tener problemas en mis relaciones.
Entonces, una noche soñé que el diablo estaba parado a los pies de mi cama. Estaba bien vestido y hablaba bien, como un personaje de una película de Sherlock Holmes. Allí dijo: “vas a terminar tus exámenes y luego vas a morir”.
Pensé que eso era algo muy malo así que empecé a hacer acuerdos con Satanás: si yo robaba cosas como bebida de mis padres, era honesto con las chicas diciéndoles que sola quería tener sexo o lograba hacer que otras personas pelearan entre sí, entonces iba a poder seguir viviendo.
Hasta aquel momento yo siempre había sido una persona que se preocupaba por los demás pero me convertí en alguien horriblemente manipulador.
Después de un tiempo comencé a tener pesadillas horribles y me di cuenta de que estaba me volviendo bastante trastornado. Llegó un momento en el que me pregunté si realmente estaba conversando con el diablo.
Mi noviazgo se rompió, me separé de mi familia y perdí montones de amigos. Me sentía totalmente aislado. Era como si no tuviera a nadie, excepto a Satanás. Entonces acabaron mis exámenes y yo seguía con vida. Entonces me quedó claro que él era un mentiroso.
Tocar fondo
La salvación llegó de una forma inesperada. Un amigo de mis hermanas me invitó a un festival cristiano en la campiña. Duraba una semana entera. Para ser honesto, fui porque pensé que podría haber algunas chicas atractivas pero me sorprendió descubrir que estaba lleno de gente que, como yo, estaba insatisfecha con el cristianismo tradicional.
La última noche del festival estaba escuchando una charla sobre cómo reconocer cuándo has tocado fondo cuando un desconocido se ofreció a rezar por mí. No sabía qué decirle, así que le dije que sí.
Mientras él rezaba tuve una sensación de paz en mi cuerpo. Luego, el hombre dijo que aunque yo pensaba que no había esperanza en mi vida, Dios tenía un plan para mí y que Satanás era un mentiroso.
Me fui a casa sintiéndome libre y optimista por primera vez en muchos años. Decidí acercarme al cristianismo de nuevo pero no aceptándolo de forma incondicional, como me habían enseñado en el pasado.
Comencé a salir con personas que había conocido en la iglesia de mis padres y quienes, al igual que yo, no estaban interesadas en simplemente sentarse a escuchar sermones tradicionales.
Lentamente, aprendí a no usar a la gente para conseguir sexo o dinero, algo a lo que me había llevado el satanismo. En el parque de patinaje empezaron a circular rumores de que yo era un “cristiano renacido”. Algunos de mis amigos me apoyaron, pero se hizo difícil seguir viviendo esa vida hedonista.
Sexo, drogas y rocanrol habían sido los mecanismos que usé para enfrentar las situaciones que viví en mi adolescencia. Me llevó años aprender que no los necesitas para sentirte bien contigo mismo. Comencé a ir a la iglesia con más frecuencia y cada vez más tuve la sensación de que ese era el lugar al que pertenecía.
A los 20 años conocí a mi esposa, Sarah, a través de la iglesia. Ya llevamos tres años casados.
Nunca busqué convertirme en pastor. Tras acabar la Universidad, conseguí un trabajo en el sur de Londres para trabajar con niños disléxicos de pandillas locales.
Al mismo tiempo, me uní a una nueva iglesia en la zona y, de repente, cada vez más jóvenes miembros de la congregación comenzaron a pedirme consejo sobre cuestiones espirituales. Sentí que era una gran responsabilidad, así que decidí prepararme y realicé un curso de Estudios Bíblicos en la Universidad de Nottingham.
Durante los últimos 18 meses he sido pastor en Canning Town, en el este de Londres. He decidido no usar el alzacuellos, que identifica a los pastores. No me veo como una figura de autoridad sino como un hombre normal. En mi barrio, el alzacuellos sería una barrera.
Nuestra congregación ha pasado de 5 a 50 miembros. Aún uso un pendiente en una oreja que compré en una tienda hippie cuando tenía 14 años y me acabo de hacer un nuevo tatuaje. Hay muchas personas tatuadas en Canning Town, así que no destaco especialmente entre ellos.
Cuando recuerdo cuán asustado y perdido estaba cuando era satanista, me reafirmo en mi decisión de ayudar a la gente. Es por eso por lo que hago este trabajo.
Mi nombre, Benedict, quiere decir bendecido (yo nací tras un embarazo muy difícil durante el cual estuvo en peligro mi vida y la de mi madre). Pero, en mis momentos más oscuros, perdí mi visión sobre la vida como una bendición.
Ahora solo quiero quedarme en Canning Town hasta que Dios decida que llegó mi hora de seguir adelante o morir.
*Esta historia fue contada por Benedict Atkins a Serena Kutchinsky de BBC Three.