Editorial: Un gabinete de ineptos
Salvo pocas excepciones, el presidente no ha sabido elegir funcionarios que velen por los estadounidenses
El gabinete del presidente Trump es un reflejo de su personalidad. Lamentablemente, y exceptuando un puñado de profesionales, lo forman personajes ineptos, caricaturescos o peligrosos.
El Senado aprobó ayer por 57 contra 42 a Mike Pompeo, exlíder del Tea Party y director de la CIA durante 15 meses. Es un ideólogo consecuente, cuya receta para solucionar el conflicto con Corea del Norte, fue deponer a Kim Jong Un. Algo que ni siquiera Trump apoya.
El secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano es el neurocirujano Ben Carson, conocido por comprar un juego de comedor para su oficina por $31,000. Ante el Congreso culpó de ello a su esposa. Está a cargo de una institución cuya función rechaza: ayer propuso triplicar el costo de la renta y reducir drásticamente las estampillas de comida y ayuda médica para los más pobres, de cuyo bienestar está encargado, para, según él, que ganen así “su dignidad”.
Scott Pruitt llegó a la Agencia de Protección del Medio Ambiente con una posición declarada de destruirla, para eliminar los obstáculos a que las industrias contaminen nuestro aire, agua y tierra y así reducir sus costos. También él está a cargo de una misión que rechaza. Lo investigan por supuesta corrupción, conflicto de intereses, uso personal de fondos federales y aumentos ilegales de salarios para sus allegados.
La secretaria de Educación de Estados Unidos es Betsy DeVos, cuya fortuna se calcula en $5,400 millones y quien durante años financió iniciativas contra la educación pública, la que ahora debe defender. Por su ineptitud para el cargo, para confirmar su nombramiento fue necesario el voto del vicepresidente Pence en el Senado.
Por último, el candidato de Trump para encabezar la gigantesca Administración de Asuntos de Veteranos fue hasta ayer su médico personal, Ronny Jackson, quien lo fue también de presidentes anteriores. Jackson debía reemplazar al titular anterior, despedido por oponerse a la privatización de la medicina para militares.
Jackson se hizo famoso por testimoniar que la salud de su paciente Trump es perfecta porque “así lo quiso Dios” y por sus “increíbles genes” y que si no comiese tanta comida chatarra, “vivirá hasta los 200 años”. Confrontado por múltiples informes de borracheras y receta irregular de opioides a allegados, ayer mismo retiró su candidatura.
La suma de estos personajes turbios es el verdadero pantano de Washington que el presidente Trump se había comprometido a drenar.
Es responsabilidad del Congreso, especialmente los republicanos, prevenir que se sigan repartiendo puestos ministeriales a ineptos y extremistas. Todavía están a tiempo.