La soledad autoinducida
Si se sustituye irreflexivamente la interacción con el entorno, nos convertimos en lobos solitarios, incapaces de expresar sentimientos y de convivir en sociedad
Hoy día, ¿quiénes se sienten más solos? ¿Los ancianos o los jóvenes? Llama poderosamente la atención que los segundos sean los más afectados por el fenómeno social de la soledad.
Según una encuesta de BBC Loneliness Experiment, en la que participaron 55.000 personas de todo el mundo, el 40% de los jóvenes de entre 16 y 24 años “a menudo o muy a menudo se sienten solos”. La cifra contrasta con el 27% de soledad entre los mayores de 75 años.
¿Qué explicaciones se dan? El experimento, creado por académicos de tres universidades británicas, apunta hacia “un momento de nueva libertad para divertirse, salir de la escuela y tener más control sobre nuestras vidas”, pero también “de transición: mudarse de casa, comenzar la universidad, iniciar un nuevo trabajo, una relación estable”.
Sin duda, todos estos factores influyen, pero echo en falta dos sumamente importantes: el impacto tecnológico y las carencias de la educación emocional en los primeros años de vida.
¿Qué tiempo diario permitimos a nuestros menores ensimismarse en videojuegos, tabletas, computadoras o televisores? ¿Qué incidencia tiene ese atrincheramiento en la sensación de soledad que luego manifiestan?
Que los nativos digitales muestren un perfecto dominio de las nuevas tecnologías es una bendición, pero históricamente el “factor social” ha sido decisivo en el desarrollo de los seres humanos. Si se sustituye irreflexivamente la interacción con el entorno, nos convertimos en lobos solitarios, incapaces de expresar sentimientos y de convivir en sociedad. En este caso, el factor tecnológico conduce a la soledad autoinducida.
Si los jóvenes de hoy son los más afectados, el dato no dice nada bueno sobre el futuro, porque el mundo disfruta de mayor esperanza de vida. Desde la propia tecnología llegan propuestas válidas para nuestros ancianos —como los “robots de acompañamiento” en China, Japón, España y Portugal—; pero esto no sustituye la relación vivencial que necesitamos construir durante toda la vida para no sentirnos solos.
En nuestro camino emocional, haciendo uso del mindfulness, debemos crear redes sociales (de verdad, y no solo virtuales) que nos permitan disfrutar del intercambio con los demás, incluso si no llegamos a formar familia. Pero también aprender a gestionar la soledad como momento de reflexión y autodescubrimiento.
Como decía el escritor francés Guy de Maupassant, “nuestro gran tormento en la vida proviene de que estamos solos y todos nuestros actos y esfuerzos tienden a huir de esa soledad”.
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