Por qué las brujas fueron las primeras feministas y cómo revive hoy su historia

La cifra de mujeres torturadas y asesinadas entre los siglos XV y XVIII llega a al menos sesenta mil ejecuciones

Halloween no estuvo vinculado siempre a brujas y monstruos.

Halloween no estuvo vinculado siempre a brujas y monstruos. Crédito: Getty Images

Feas, solitarias, malas, envidiosas…, con verrugas, gran nariz, escoba y poderes mágicos-malignos. Villanas de los cuentos de hadas, las brujas son las que les hacen la vida imposible a las princesas por codicia de su belleza, de su reino, de su príncipe o de su posición social. Sin embargo, ya todos sabemos que esas “brujas” en los diferentes momentos de la historia fueron mujeres de carne y hueso a las que difamaron, persiguieron, torturaron y quemaron en la hoguera con el cuento -sin hadas madrinas- del demonio o del hechizo. Fueron, quizá, las primeras feministas de la historia ya que su real persecución tenía que ver con el saber de la medicina, su labor como parteras y enfermeras ligado al poder de las plantas medicinales o sus creencias y modo de vida “hereje” que no veneraba el sistema religioso y patriarcal.

Por eso, al escuchar ahora, en 2019, el lema “somos las nietas de las brujas que no pudiste quemar”, lo que se busca es reivindicar la figura de la bruja como mujer libre, pensadora e independiente, recordando a todas las mujeres luchadoras perseguidas de todos los tiempos para entender de dónde venimos y empoderar el hacia dónde vamos.

Las falsas brujas de la historia

La historia de las brujas es tan larga como la historia de la humanidad porque, al fin y al cabo, hablamos de la historia de las mujeres. Pero podemos comenzarla aquí: en la Edad Media, muchas mujeres plantaban hierbas medicinales y el saber de la medicina de las plantas se pasaba de generación a generación. Este saber junto con el conocimiento del cuerpo las fue convirtiendo en las enfermeras, curanderas y parteras de su aldea. Mientras que el señor feudal se atendía con médicos, los “siervos” recurrían a estas mujeres. También muchas de las mujeres de los señores recurrían a ellas porque los médicos, en muchos casos, solo atendían hombres, por lo que las comadronas o parteras eran las que ayudaban en el parto y proveían las hierbas para evitar otro embarazo. Este uso de las plantas medicinales fue lo que muchos investigadores acuerdan como motivo de la “caza de brujas”.

En el siglo XV, la peste negra invadió Europa y se calcula que murió un 30% de la población. Así, comenzó a derrumbarse el sistema feudal a causa de la pérdida de siervos y el tráfico de esclavos. En el contexto de la crisis demográfica y económica de los siglos XVI y XVII, con el fin de “repoblar”, se predicó la procreación sin límites como un deber ante Dios por parte de la Iglesia. Es así que la mujer queda sujeta al “trabajo” de procrear, y las parteras, enfermeras y curanderas comienzan a ser perseguidas y acusadas de brujería por intentar curar el cuerpo y el alma, algo reservado solo a Dios.

Pero esta cacería no solo surge de creencias religiosas, sino de la necesidad de instalar un nuevo orden social y modelo económico: el capitalismo. En el libro Calibán y la bruja, Silvia Federici analiza la caza de brujas en esta transición del feudalismo al capitalismo y explica cómo el nuevo régimen va imponiendo la división sexual del trabajo donde las mujeres quedan recluidas a la esfera doméstica con un trabajo en particular: la procreación, sometiendo su cuerpo al control del Estado moderno. Este sometimiento de su sexualidad y su capacidad de reproducirse buscó criminalizar a toda aquella que anhelaba tener el control de su cuerpo o ayudar a otro cuerpo, ese poder no le correspondía. Así, estas mujeres con conocimientos de herbolarias, de medicina, fueron convirtiéndose en brujas, al adherirles poderes malignos para legitimar su persecución.

Mientras que en Europa se las llevaba a la hoguera, en Inglaterra y Estados Unidos se las ahorcaba. A finales del siglo XVII, en Salem, Massachusetts, más de 200 personas, sobre todo mujeres, fueron acusadas de brujería y ahorcadas.

Según La caza de las brujas en la Europa Moderna, de Brian Levak, la cifra de mujeres torturadas y asesinadas entre los siglos XV y XVIII llega a al menos sesenta mil ejecuciones, pero muchos afirman que este número puede quedar chico ya que no siempre se tomaba registro de los asesinatos. Además, el hecho de que la mayor parte de las víctimas fueran mujeres campesinas pobres nos explica cómo hasta hoy “la caza” es solo un recuadrito en los libros de historia y que, en cambio, se haya generado un folclore de cuentos y leyendas que demonizaban a estas mujeres.

De la caza a la libertad

Si hablábamos de esta cacería como parte de la creación del nuevo régimen capitalista, este nuevo sistema del Estado moderno viene con la consolidación también del sistema patriarcal, con un poder sobre el cuerpo, el trabajo y la sexualidad de las mujeres, además de imponer muchos de los modelos de feminidad de la actualidad que se asemejan más a las princesas que a las brujas de los cuentos y a una espera de salvación por parte de un hombre -príncipe azul- que hace quedar a la mujer en un plano sumiso y pasivo.

Fue el movimiento de liberación de la mujer de los años 70 el que reavivó el interés por la caza de brujas al darse cuenta de este proceso histórico de persecución que dio lugar a una mujer sometida, recluida al hogar, sumisa, “pura” y de familia. Estas feministas fueron quienes se identificaron con el destino de las brujas como mujeres que fueron perseguidas por luchar contra lo establecido.

Hoy, la nueva ola feminista también aclama esta identificación, como un pasito más en esta búsqueda de libertad. Hasta muchas retomando algunas prácticas de la brujería como la herbolaria o la astrología, en una búsqueda de reconectarse con el poder femenino y, a la vez, reconociendo a las otras mujeres, de antes y ahora, como pares. Así, el grito “somos las nietas de las brujas que no pudiste quemar” no es otra cosa que un llamado a enaltecer la figura de la mujer audaz, libertaria, que busca tener el poder sobre su propio cuerpo denunciando la violencia y la impunidad, diciendo de manera colectiva #vivasnosqueremos y trazando un gran lazo de continuidad y sororidad entre las mujeres de hoy, las que ya no están y las que vendrán.

Del príncipe azul a la sororidad

Tras la denuncia de Thelma Fardin en el marco del colectivo de Actrices Argentinas, se generó en las redes sociales, en el 144, en medios públicos y grupos privados o laborales (como cadenas de WhatsApp entre conocidos o dentro de las empresas) una ola de denuncias que sigue hasta hoy. El colectivo de actrices, todas juntas, animó a miles de mujeres a hablar. Pero pese a este empujón y a esta nueva liberación feminista, el denunciar no es gratuito: es difícil, remueve internamente y entre los círculos de la víctima, y muchos se resisten a escuchar la denuncia con preguntas/afirmaciones que ya no deberían tener lugar, como “¿por qué denunciás ahora?”, “quizá no fue tan así”, “¿qué tenías puesto?”, “¿adónde te metiste?”, “¿dónde estaban tus padres?”. La denuncia no es gratuita, es un proceso que duele, que exige repensar, y por eso los lazos entre mujeres, la generación de colectivos que denuncian, son tan importantes.

Marie Bardet, doctora en Filosofía y Ciencias Sociales, escribió en sus redes sobre este colectivo de actrices y resalta el plural en toda su conferencia de prensa: “Este es el texto que confeccionamos”, dijeron, y lo fotocopiaron, lo circularon. Todo en un plural feminista que contiene la construcción de un lazo de sororidad a partir de una denuncia. Quienes “rescatan” a Thelma son sus colegas, más grandes, más chicas, amigas o solo compañeras, y esto es lo que hay que destacar: un colectivo que hizo asambleas, que escribieron todas juntas un comunicado, cuyo victimario en este caso es Juan Darthés, pero la denuncia va a todo el sistema patriarcal. Ya no es un príncipe el que salva a la mujer, son sus amigas, hermanas, madres, hijas, vecinas, y de manera colectiva.

En el último tiempo, organizaciones sociales, grupos feministas, grupos de amigas, colegas de empresas, fueron creando espacios conjuntos para atender a las denunciantes, desahogarse, discutir, problematizar y luchar por la causa común patriarcal. Realizar una denuncia de acoso o de violación no es gratuito, no es liviano y se da en el marco de una Justicia que no hace justicia la mayor parte de las veces, una Justicia plagada de injusticias. El posteo en redes, el escrache a personas o a instituciones machistas, es una forma de visibilizar aquello que fue invisibilizado por tantos años; una exigencia social de justicia frente a un sistema que no responde.

Entonces, la discusión no debe plantearse como una guerra ni de hombres con mujeres ni de denunciantes escrachadoras por un lado y buenas garantizadoras del derecho por otro lado, sino como un momento histórico en el que debemos escuchar y hacer escuchar lo que las mujeres están diciendo. Las brujas del pasado estaban solas y desprotegidas. Hoy los lazos entre mujeres son las escobas que nos permiten liberarnos.

No es una caza de hombres

Esta ola de denuncias y de escraches permitió utilizar el concepto de caza de brujas por parte de hombres y mujeres patriarcales que se defienden diciendo que ahora son las mujeres las que dan caza a los hombres, con el objetivo de arruinar su carrera e incluso sus vidas para obtener fama/popularidad o quién sabe qué a cambio. Hay que recordar que el machismo es una ideología que nos impusieron a todos y, de la misma forma en que hay mujeres machistas, hay hombres feministas replanteándose las formas de ser, de relacionarse, de pensar el mundo. No es de ninguna manera una caza, sino un grito que pide escucha, que denuncia la necesidad de un cambio de paradigma. Lo que hay que deconstruir es el orden patriarcal para crear una sociedad más justa e igualitaria.

¿Será que podemos construir otros medios para denunciar, visibilizar y encauzar estas denuncias? ¿Qué herramientas debemos generar para “no meter a todos en la misma bolsa” y diferenciar al “machirulo” del violador, del femicida? La antropóloga Rita Segato plantea la necesidad de complejizar y dar contexto a cada denuncia, la necesidad del justo proceso. Ve el escrache como un proceso colectivo que emerge como respuesta a una justicia que traiciona, que falla. El linchamiento no es lo mismo que el escrache porque es una forma de ejecución sin ninguna de esas garantías. Contextualizar quién es y qué hizo la persona que ejerce la violencia, si es jefe, colega, compañero de escuela, un X en la calle, un profesor, si es acoso, abuso, si es de un adulto a una menor, si es entre pares o si es intrafamiliar, es clave para armar un nuevo sentido que busque justicia para todo el abanico de violencias sin relativizar las denuncias. Si las brujas del pasado estaban solas y desprotegidas, hoy los lazos entre mujeres son las escobas que nos permitirán liberarnos.

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