La increíble historia de amor entre el tatuador del campo de concentración de Auschwitz y una prisionera de los Nazis
Durante más de 50 años, Lale Sokolov mantuvo en secreto que su ocupación en Auschwitz fue tatuar los números en los brazos de los prisioneros
Durante más de 50 años, Lale Sokolov guardó un secreto nacido en los horrores de la Europa de la Segunda Guerra Mundial, en un lugar que fue testigo de algunas de las peores atrocidades cometidas por un ser humano contra otro ser humano.
No lo reveló hasta después de cumplir los 80 años y a miles de kilómetros de ese continente.
Lale había sido el tatuador de Auschwitz.
Ya en un barrio de Melbourne, en Australia, este eslovaco nacido de padres judíos en 1916 y que antes respondía al nombre de Ludwig “Lale” Eisenberg decidió compartir su historia.
“Este hombre, el tatuador del campo de concentración más infame, conservó su secreto a salvo con la equivocada creencia de que tenía algo que esconder”, explica Heather Morris, quien pasó tres años grabando la historia de Lale antes de que este falleciera en 2006.
Acaba de publicar un libro, “El tatuador de Auschwitz”, en el que cuenta cómo este hombre tatuaba números en los brazos de los presos del campo que se libraban de ser enviados a la cámara de gas.
“El horror de sobrevivir casi tres años en un campo de concentración lo condenó a toda una vida de miedo y paranoia”, asegura.
“Tardé tres años en que se relajara. Tuve que ganarme su confianza y pasó un tiempo hasta que estuvo dispuesto a embarcarse en el profundo autoanálisis que esas partes de la historia necesitaban”.
Temía ser visto como un colaborador de los nazis. Pensaba que protegía a su familia guardando el secreto o lo que él describía como una carga de culpa.
No fue hasta que su esposa Gita murió que se “quitó esa carga de encima”, revelando la que no solo es una historia de supervivencia, sino también de profundo amor.
El prisionero 32407
En abril de 1942, a los 26 años, los nazis llevaron a Lale a Auschwitz, su mayor campo de muerte.
Cuando los alemanes llegaron a su pueblo, Lale se ofreció como un joven fuerte y en buena condición física con la esperanza de salvar así al resto de su familia de ser separada.
A diferencia de sus hermanos, él no tenía empleo.
En ese momento, él desconocía las monstruosidades que tenían lugar en aquel campo ubicado en el sudoeste de Polonia.
A su llegada, los nazis le cambiaron el nombre por un número: 32407.
El prisionero número 32407 se puso a trabajar como muchos, construyendo nuevos bloques de casas a medida que el campo crecía.
Pasó horas trabajando en los techos, manteniendo un perfil bajo frente a los guardias de las SS y sus personalidades impredecibles.
Pero poco después de llegar a Auschwitz, Lale contrajo tifus.
El hombre que le había grabado en la piel su nueva identificación fue quien cuidó de él. Era un académico francés llamado Pepan.
Pepan protegió a Lale y lo puso a trabajar como su ayudante. Le enseñó no solo el oficio, sino también cómo mantener la cabeza baja y la boca cerrada.
Un día, Pepan desapareció. Lale nunca descubrió lo que le sucedió.
El “tetovierer”
Debido en parte a su facilidad con los idiomas -sabía eslovaco, alemán, ruso, francés, húngaro y un poco de polaco- Lale se convirtió en el principal tatuador, el tetovierer del campo de la muerte.
Le dieron una bolsa llena de suministros para tatuar y un papel con las palabras Politische Abteilung(departamento político).
Lale trabajaba ahora para el brazo político de las SS. Se le asignó un oficial para vigilarlo, lo que le dio una apariencia de protección.
Como tetovierer, Lale vivía un paso más lejos de la muerte que el resto de prisioneros.
Comía en un edificio de la administración. Le daban raciones de comida extra. Dormía en una habitación individual. Cuando terminaba su trabajo, o cuando no había más prisioneros que tatuar, se le daba tiempo libre.
“Nunca jamás se vio a sí mismo como un colaborador”, dice Morris.
Era una preocupación real después de la guerra: muchos veían a los prisioneros que trabajaban para las SS en los campos como cooperantes de su brutalidad.
“Hizo lo que hizo para sobrevivir. Decía que no le habían dado a elegir entre este u otro trabajo”, dice Morris.
“Decía que aceptabas lo que se te daba. Lo tomabas y dabas las gracias porque significaba que podrías despertar a la mañana siguiente”.
A pesar de sus privilegios, la amenaza de no despertarse al día siguiente siempre estuvo presente. “(Josef) Mengele, en concreto, era alguien a quien veía frecuentemente ya que elegía a sus ‘pacientes’ de entre los recién llegados, enviándolos a donde Lale”, escribió Morris.
“Muchas veces, mientras silbaba una canción, se acercaba a Lale y le aterrorizaba diciéndole: ‘Un día, tetovierer, te llevaré a ti, algún día'”.
La marca del registro
Durante los siguientes dos años, Lale tatuó a cientos de miles de prisioneros con la ayuda de otros asistentes.
Aquellos tatuajes forzados de números temblorosos y rígidos en antebrazos pálidos se han convertido en uno de los símbolos más reconocibles del Holocausto y de su campamento más letal.
Solo los prisioneros de Auschwitz y sus subcampos, Birkenau y Monowitz, fueron tatuados.
La práctica comenzó en el otoño de 1941 y para la primavera de 1943, todos los presos estaban tatuados.
Al principio, se utilizaba un sello de metal para imprimir el número entero en la piel. La tinta se restregaba en la herida.
Cuando se vio que este método no era eficiente, las SS introdujeron un dispositivo de doble aguja.
Esa es la herramienta que utilizó Lale durante su etapa como tatuador.
Cuando los prisioneros llegaban a Auschwitz, eran elegidos para realizar trabajos forzados o para ser ejecutados inmediatamente.
Les afeitaban la cabeza y les quitaban sus pertenencias.
Cambiaban sus ropas por harapos y hacían fila para ser marcados por el tetovierer.
Las únicas excepciones a esta marca eran los prisioneros de “reeducación” de origen étnico alemán y los que eran directamente enviados a las cámaras de gas.
“Era el broche final de un brutal proceso de ‘registro‘“, dice el doctor Piotr Setkiewicz, jefe del centro de investigación en el museo estatal de Auschwitz-Birkenau.
“Era una de tantas cosas humillantes y sin humanidad que sucedían al llegar al campo de prisioneros”.
“Para empezar, era doloroso; y en segundo lugar, entendían que estaban perdiendo sus nombres. A partir de este momento, los presos no usaban oficialmente sus nombres. Tenían que usar sus números”.
El prisionero 34902
Es julio de 1942 y Lale recibió un trozo de papel. Frente a él hay cinco cifras: 3 4 9 0 2.
Tatuar a un hombre es una cosa, pero cuando sujetas el delgado brazo de una joven en sus manos, se siente horrible.
Todavía no se ha convertido en el tetovierer. Pepan le ordena hacer lo que le dicen. Si no lo hace, estará condenado a muerte.
Pero hay algo en esta chica y en sus ojos brillantes.
Años después, Lale le contará a Morris cómo en ese momento, mientras le tatuaba el número en el brazo izquierdo, ella tatuó su número en el corazón de él.
Supo que el nombre de la joven era Gita. Estaba en el campo de mujeres, Birkenau.
Con la ayuda del guarda personal de las SS de Lale, comenzó a enviarle cartas de manera secreta. Aquellas cartas se convirtieron después en visitas fuera de su barracón.
Trató de cuidarla, pasándole sus raciones extra de comida e incluso logrando que la cambiaran a un mejor puesto de trabajo. Trató de darle esperanza.
“Gita tenía sus dudas, dudas muy fuertes”, dice Morris.
“Ella no veía futuro. Él, en el fondo, siempre supo que iba a sobrevivir. No sabía cómo, pero era la idea de ser un sobreviviente. Sobrevivir por suerte, por estar en el lugar correcto en el momento oportuno y aprovechar las oportunidades que vio”.
Siendo consciente de su suerte, Lale trató de ayudar a tantos compañeros de prisión como pudo en su calidad de tetovierer.
La comida era la moneda de cambio en Auschwitz, por lo que utilizó sus privilegiadas raciones para alimentar a sus antiguos compañeros de barracón, a los amigos de Gita y a familias gitanas que llegaron después.
Comenzó a intercambiar joyas y dinero que le daban otros prisioneros con los aldeanos que trabajaban cerca del campamento para obtener más alimentos y provisiones para los más necesitados.
En 1945, los nazis comenzaron a enviar prisioneros fuera del campo de la muerte antes de que llegaran los rusos. Gita fue una de las mujeres elegidas para dejar Auschwitz.
La mujer de la que Lale se había enamorado se había ido. Solo sabía su nombre, Gita Fuhrmannova, pero no de dónde había venido.
Reencuentro y nueva vida
Finalmente, Lale también dejó el campamento y regresó a su ciudad natal de Krompachy, en Checoslovaquia.
Pagó el viaje con las joyas que había logrado robar a los nazis. Su hermana Goldie había sobrevivido y la casa donde pasó su infancia todavía pertenecía a su familia.
Lo único que le faltaba era descubrir qué había pasado con Gita. ¿Podría pensar que algún día la encontraría de nuevo?
En un carro llevado por un caballo se dirigió a Bratislava, el punto de entrada para muchos sobrevivientes que regresaban a su hogar en Checoslovaquia. Lale esperó en la estación de trenes durante semanas, hasta que el jefe de estación le recomendó que fuera a la Cruz Roja.
De camino hacia allí, una joven se detuvo en la calle frente a su caballo. Era una cara familiar para él. Un par de ojos brillantes.
Gita lo había encontrado.
La pareja se casó en octubre de 1945 y cambió su apellido a Sokolov para integrarse mejor en la Checoslovaquia controlada por los soviéticos. Lale abrió una tienda de textiles que funcionó bien durante un tiempo.
Estuvieron recolectando y enviando dinero fuera del país para apoyar el movimiento en favor de un Estado israelí.
Cuando el gobierno lo descubrió, Lale fue encarcelado y su negocio fue nacionalizado.
Pero durante un permiso de fin de semana, Lale y Gita escaparon de Checoslovaquia.
Primero fueron a Viena, luego a París, y finalmente, en su intento por alejarse de Europa tanto como fuera posible, zarparon hacia Sídney. Pero en el viaje conocieron a una pareja de Melbourne que les convenció de comenzar allí una nueva vida.
Lale abrió un nuevo negocio textil y Gita comenzó a diseñar vestidos. En 1961, tuvieron un hijo, Gary.
Lale y Gita vivieron el resto de sus vidas en Melbourne.
Gita visitó Europa algunas veces antes de morir en 2003. Lale, en cambio, nunca regresó.
Solo sus amigos cercanos conocían la historia de amor de la pareja.
“Conocí a varios de sus amigos que enseguida me decían: ‘¿Sabes que Gita y él se conocieron en Auschwitz? ¿Quién se enamora en un campo de concentración’?”, dice Morris.
Ni siquiera Gary se enteraría de la magnitud de los horrores que padecieron sus padres hasta años más tarde.
De hecho, toda la verdad no salió a la luz hasta después de la muerte de Gita, cuando Morris entró en escena.
Recuperando la historia
“Yo no encontré la idea, la idea me encontró a mi”, cuenta Morris.
Gary estaba buscando a alguien que contara la historia de su padre y localizó a Morris a través de su red de amigos.
Morris no es judía y eso, según ella, fue el motivo por el que Lale -que entonces tenía 87 años- aceptó compartirle su historia.
“Le pregunté directamente por esto. Para él era importante que yo no tuviera antecedentes ni ideas preconcebidas. Quizá buscaba alguien que fuera ingenuo, y que escucharía y aceptaría su historia tal y como él la iba a contar”, recuerda Morris.
“Para él, todo se reducía a mirar los ojos de aquella chica de 18 años”.
Durante los tres años siguientes, Morris visitó a Lale varias veces por semana. La mayoría de lo que él recordaba coincidía con la propia investigación de Morris.
Además de la historia de amor de Lale y Gita, el libro “El Tatuador de Auschwitz” de Morris saca a la luz un nuevo episodio de la historia del Holocausto. El proceso de corroborar las anécdotas que Morris escuchó de Lale fue clave para ello.
Inicialmente, la novela iba a ser un guión. Como resultado, Film Victoria, la institución cinematográfica del gobierno australiano, se comprometió a financiar la investigación internacional para el proyecto.
“Tuvimos investigadores fuera del país que encontraron importantes documentos para verificar lo que él decía”, dice Morris.
Esos documentos permitieron descubrir que los padres de Lale habían sido asesinados en Auschwitz un mes antes de que él llegara.
Lale murió en 2006, antes de saber lo que le había ocurrido a sus padres.
En otro de los documentos se descubrió el nombre y el número de Lale en una lista con otros presos.
“En la parte superior del documento se lee Politische Abt – Aufnhmershreiber, Pramienauszahlung vom 26,7.44, que se traduce como ‘escritor de admisión del brazo político'”, dice Morris.
En el documento no se especifican trabajos concretos, pero Morris y el equipo de investigación “lo consideró prueba suficiente de que él trabajó para el brazo político”.
El presidente de la organización de recuerdo del Holocausto March of the Living Australia, Cedric Geffen, dijo que estaba “fascinado” por la historia de Lale.
“No había pensado mucho en quién era el tatuador y en si eran prisioneros o no a quienes los nazis obligaban a hacer esta tarea”, dice.
Para Geffen, contar esta historia ayuda a las generaciones más jóvenes que nunca vivieron estos horrores a forjar conexiones con la historia.
“Se traduce en emociones y experiencias tangibles que indudablemente acompañaron a todas y cada una de las personas que pasaron por este período, la mayoría de las cuales no vivieron para contarlo”, dice Geffen.
“Es importante contar esta historia porque humaniza un papel en el que muy pocas personas piensan cuando se habla sobre esta horrible etapa”, agrega. “¿Quién fue la persona encargada de llevar a cabo estas horrendas degradaciones físicas? ¿Por qué lo hacía? ¿Cómo era su vida? ¿Qué le sucedió?”.