Guardián de la historia de los hispanos
Conocimos a don Antonio Irizarry en su casa en el norte de Chicago, donde nos recibió para contarnos “la verdadera historia de las Fiestas Boricuas, el Comité y los desfiles”. Sin embargo, en una amena plática acompañada por un cafecito con leche escuchamos más que eso, la descripción del Chicago que conoció este hombre allá por los 50s cuando llegó de su natal Puerto Rico y muchas otras narraciones interesantes.
Don Antonio llegó a Chicago en 1951, con una beca para estudiar en el Art Institute of Chicago. Al llegar a esta ciudad vivió y trabajó en el YMCA, que estaba en la Monroe y Ashland, donde pagaba un cuarto barato. Y como su pasión siempre fue el arte, la caligrafía, la pintura, el diseño, también trabajaba haciendo letras para los especiales de una tienda Wieboldt, que quedaba cerca.
Fue en esa época cuando empezaron a llegar a Chicago puertorriqueños y mexicanos; y las agencias sociales públicas y privadas empezaron a tener problemas para atender a esa comunidad inmigrante.
“Se necesitaban personas que pudieran hablar inglés. Yo me empecé a dar cuenta de los problemas que estaban teniendo los puertorriqueños y los mexicanos porque ellos venían a la YMCA”, contó don Antonio. “En la calle ya eran víctimas de los afroamericanos y los italianos; los italianos eran muy malos, abusivos”, recordó.
De esa forma fue como se involucró, ayudando a que los muchachos participaran en los programas de la YMCA. Fueron años en que surgieron muchos programas de prevención y trata de la delincuencia juvenil.
“Ya se estaban formando muchachos para defenderse de los abusos de los italianos, unos eran los ‘Diggers’, los otros eran los ‘Devils’, y los otros, que fueron más fuertes y más sólidos, eran los ‘Rebeldes'”, dijo don Antonio mencionando a las pandillas de la época.
La labor de este puertorriqueño era concentrarse en los jóvenes hispanos, para llevarlos a los programas de actividades supervisados por las agencias sociales.
Trabajó con la Catholic Youth Organization, en un salón ubicado en el sótano de una iglesia y así se desarrolló como trabajador social. “Yo utilizaba todo eso porque un líder era aquel que sabía utilizar al máximo todos los recursos institucionales y humanos de una comunidad. Esa es una filosofía que yo aprendí”, dijo don Antonio.
En la casa de este abuelo y bisabuelo nos enteramos de más de un secreto de la comunidad hispana en Chicago; ni qué decir del pequeño museo de antigüedades donde guarda tesoros y fotos históricas de los latinos de Chicago.
Para los que recuerden, desde 1982 don Antonio publicaba “Nuestro Directorio Anuario”, con breves reseñas históricas de nuestra comunidad. También es el autor de “Un siglo de hispanidad en Chicago”, todo un compendio de personajes hispanos de Chicago, un verdadero legado para las generaciones jóvenes.
A partir de la próxima semana empezaremos a publicar cápsulas de este libro aquí en La Raza. ¡Gracias don Antonio, por compartir todo esto con nosotros!