Caos e incertidumbre en Aztlán
Ante la noticia de que la organización mexico americana, de larga trayectoria en Chicago, Casa Aztlán, enfrenta problemas financieros para preservar su histórico edificio, surge la duda de si la agencia como tal seguiría existiendo en caso de que el inmueble sea vendido, rematado o perdido al banco por ejecución hipotecaria.
Como informó la reportera Belhú Sanabria en su nota “Casa Aztlán sigue en pie de lucha, dice su director”, el edificio está en proceso de embargo hipotecario y su director Carlos Arango dijo que planea una intensa campaña para conseguir fondos y pedir ayuda a la comunidad, aliados, amigos y medios de comunicación, para salvarla.
“Casa Aztlán tiene sus puertas abiertas, sigue ofreciendo servicios y vamos a pelear hasta el fin”, dijo Arango.
Sin embargo, considero difícil esa tarea si es que antes no se expone con claridad y transparencia a la comunidad el estado financiero de la institución, los números de operación de los últimos años, las responsabilidades de los integrantes de la junta directiva y un plan de acción y modernización a futuro, sobretodo en cuanto a qué servicios seguirá ofreciendo a la comunidad.
Nadie duda del valor y del carácter único de Casa Aztlán. El edificio que la alberga fue originalmente un asentamiento de inmigrantes de Bohemia (Checoslovaquia), fundado en 1896, según cuentan.
En el año 1905 el edificio se convirtió en la Howell Neighborhood House, a cargo de la iglesia protestante que buscaba aliviar el problema de sobrepoblación en la zona, ya que muchas familias desplazadas por el gran fuego de 1871 habían buscado una nueva vida en Pilsen.
Posteriormente el edificio albergó a la agencia sin fines de lucro Neighborhood Service Organization.
A principios de los 70s, con la llegada de inmigrantes mexicanos y bajo el liderazgo de los Brown Berets, surgió allí Casa Aztlán, como una organización independiente de base comunitaria. Se sabe que en esa época los Brown Berets eran un grupo político chicano en defensa de la organización popular y en contra de la brutalidad policial.
El activista Carlos Arango se unió a Casa Aztlán en 1986 y en 1994 lo nombraron director.
En su momento se proveyeron allí numerosos servicios como programas de después de clases, laboratorios de computación, consejería, clases de ESL, GED, alfabetización, talleres de inmigración y ayuda para recibir asistencia de la Community and Economic Development Association (CEDA) y del Residential Hardship Fund and Weatherization. Con el paso de los años también compartieron el espacio otras organizaciones, artistas, y siempre ha sido un epicentro cultural y político en Pilsen, aunque todos saben que en los últimos años estaba cada vez más vacía.
Recientemente seguí un debate que se dio en las redes sociales a partir de un “plan para salvar Casa Aztlán”. Allí el activista Carlos Pérez, que hace el boletín Mayan Calendar News, propuso que un “consorcio de organizaciones comunitarias” rescaten a la agencia. Pérez señala que el banco MB Financial, a cargo de la ejecución hipotecaria, puso la propiedad en subasta, y que un hombre llamado Oscar Corona ofreció $293,000 por ésta.
Así, se sugirió que dicho consorcio –compuesto por organizaciones como el National Mexican Museum, The Resurrection Project, Alivio Medical Center, Casa Michoacán y El Valor-, además de Casa Aztlán, compren la propiedad y hagan las reparaciones que requiere el inmueble.
Finalmente Pérez sugirió que se ponga en el lugar “un nuevo liderazgo” que asegure la continuidad de Casa Aztlán por otros 50 años. Realmente no sé si esa idea tenga futuro, si alguna de esas agencias tenga interés, o si los que están a cargo de Casa Aztlán tengan una mejor y más factible idea.
Pero lo cierto es que el agua se llegó al cuello hace mucho tiempo. Otra persona sugirió que Aztlán se mude a donde “la comunidad mexicana los necesita más”, como La Villita, Cicero o Melrose Park, donde hay jóvenes en riesgo, porque “Pilsen ha cambiado”.
Obviamente esta persona no sabe que según los datos del censo 2010 la edad promedio de la población en Pilsen es 18 años, hay demasiadas escuelas, jóvenes y niños en la calle todo el tiempo. Y por cierto, todavía hay muchos mexicanos en Pilsen, aunque algunos no lo quieran…
Por mi parte, me da tristeza pensar en Casa Aztlán y los salones de clase vacíos, recordar los ensayos de los grupos de teatro en el caluroso sótano, en cuando miraba el crudo invierno desde los estudios de los artistas pasajeros en el cuarto piso, las veladas culturales, las bailadas de cumbia en el salón grande.
La noche del domingo, caminando por la Racine, frente a los murales coloridos de Casa Aztlán, vi el patio desvencijado y desde una de sus ventanas abiertas, salía la canción de Duncan Dhu, “en algún lugar de un gran país, olvidaron construir, un hogar donde no queme el sol, y al nacer no haya que morir…”
Fabiola Pomareda es editora general de La Raza. Síguela en Twitter: @FabiolaPomareda