“Estoy lista para la eutanasia, ¡qué bueno que ya se permite en la CDMX!”
Martha Eugenia Arriaga que padece cáncer en etapa terminal dice que no quiere soportar los dolores tan intensos, por eso prefiere morir
MÉXICO – Estoy a un paso de la muerte. Lo sé porque tengo cáncer en etapa cuatro, la última. Ya no me duele el corazón, ni el alma. Mis cuatro hijos lo aceptaron: yo también. Mi esposo no me dice que piensa, pero creo que por tiene muchas emociones desde que me detectaron hace cinco meses la enfermedad en el páncreas y pronto hizo matástasis en el hígado y el pulmón.
Soy Martha Eugenia Arriaga Cabrera, tengo 59 años. Agradezco a Dios estar en pie y estoy totalmente consciente de querer la eutanasia cuando lleguen los dolores más fuertes y yo ya no los soporte: ¡que me desconecten o que me den algo de tomar!
“Cuando tú lo decidas, mamá”, me dijeron mis hijos.
Ellos están tranquilos, mi familia siempre ha sido fuerte y más aún con la ley en mano porque desde principios de este año, en la Constitución de la Ciudad de México se legalizó la eutanasia: por fin aquí los enfermos terminales vamos a tener la posibilidad de decidir y si alguien no está de acuerdo pues… ¡que espere la muerte natural!
Yo no quiero sufrir, no me gusta el dolor. ¿Qué falta el reglamento de la ley? Sí, claro. Pero mientras las autoridades trabajan en él ya se puede apelar a la ley. Organizaciones civiles que están al tanto y analistas como Asunción Alvarez, de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) creen que debe ser un reglamento claro y que evite suspicacias.
Porque hay mucha gente que todavía no le gusta la idea y estuvo en contra: que porque no se puede obligar a los médicos a hacer morir a alguien o porque se puede abusar; porque creen que sólo Dios puede poner fin a la vida o porque están convencidos de que con los cuidados paliativos es suficiente.
La doctora Álvarez alerta que una de las políticas más importantes debe ser que se asegure en la ley secundaria que la eutanasia se practique a pedido voluntario y con la mayor lucidez del enfermo y que su decisión no sea cuando esté muy deprimido o presionado”, dijo la doctora Álvarez.
Yo nunca estuve más lúcida que ahora o por lo menos no tan presente, en el “aquí y ahora”. Antes de la mortal noticia yo iba por la vida como una autómata, sin disfrutar los pequeños detalles como ver a mis amigas que ahora son parte de mi sostén, las que me llaman a diario para preguntarme cómo estoy, con quienes voy al cine y a comer.
A ratos me siento en la sala de la casa para observarla tranquilamente: tiene una sala espaciosa rodeada de cristales donde mis cuatro hijos organizaban fiestas y corrían por las escaleras de arriba abajo y larga mesa donde siempre comimos en familia porque esa era mi prioridad, dejé de trabajar cuando eran pequeños y ¡hoy son personas hechas y derechas!
“Hice mucho, ya es tiempo de partir”, pienso al mirar afuera, al jardín con su pequeña fuente tan típica de las casonas del extremo sur de la ciudad con su ambiente de pueblo, sus mercados y las fiestas en las calles donde todos se conocen y chismorrean.
Todos se enteraron de mis sesiones de quimioterapia, de la caída del pelo, las náuseas y los dolores. Los vecinos venían y tocaban la puerta y yo no quería salir, ¡no quería que me tuvieran lastima!
Pero gracias a un seguro médico particular empecé a tratare de manea integral; salí huyendo de la atención gubernamental donde no tienen medicamentos ni siquiera para el dolor y eso que los funcionarios andan diciendo por ahí que la CDMX es lo máximo en cuidados paliativos: no es verdad: mi familia ha tenido que pagar al tanatólogo, el psicólogo y el análogo que me cambiado la visión de la muerte.
Como ya hice mi testamento, ya no me preocupo más y me dedico a mí misma: ahora tengo más planes que antes: quiero aprender a pintar o a tocar un instrumento. Además siempre me han gustado las manualidades (tejidos, flores de migajón). Uno de mis hijos me hizo unas tarjetas de presentación para mi negocio a domicilio, ya mismo le voy a dar una.
Cada cuatro horas me tomo media tableta de morfina. Antes era tramadol con paracetamol pero ya no me hace efecto como pronto dejará de hacer efecto la morfina pero mientras me sienta bien voy al cine, a tomar café, a comer y a pasear con quienes quieran acompañarme.
La comida sigue siendo uno de mis gustos. Aunque tengo prohibido los picantes, algunas veces no resisto la tentación. Ayer me comí un plato de mole y los dolores de estómago regresaron: así es la vida, siempre te pasa la factura, pero yo me voy con actitud positiva.
Tengo hijos exitosos: una administradora de empresas, dos ingenieros en sistemas computacionales y un médico. Además cuatro nietas y mi padre de 86 años que está muy ecuánime y tomo mi enfermedad con fortaleza. Mi esposo está a mi lado, ¿qué más puedo pedir?
Bueno sí quiero pedir algo más: quiero que me cremen y lleven a reposar mis a una playa que conocí recientemente que se llama Maruma, en la Riviera Maya. Ahí el agua está tranquila como yo en estos últimos días.