Así se preparan en México para una cirugía de cambio de sexo
Terapia psicológica y hormonal son indispensables para dar ese gran paso en su vida, conoce la historia de Fátima Mondragón
MÉXICO.- Fátima Mondragón toma el timón de autobús de transporte público de pasajeros y comienza su día de trabajo. Toca el claxon, refunfuña, rebasa, ataca el asfalto para imponerse en la selva de automóviles de la Ciudad de México hasta que llega a un bache y su cuerpo se estremece, ¡otra vez el dolor en los senos!.
“Durante 67 años he actuado como hombre, pero me siento mujer: antes tenía síntomas menstruales y ahora de la menopausia, me dan bochornos, mis pechos están mas sensibles y cuando se sacude el bus pienso… ¡claro que soy mujer: sólo me sobra el miembro masculino!”.
Fátima cuenta de esta forma las razones por las que se encamina ahora hacia la organización Sexología Sí, para transgéneros que quieren hacerse la cirugía de cambio de sexo.
El congreso en la CDMX aprobó desde 2008 a los transgénero tramitar una segunda acta de nacimiento según el sexo con el que se identifican y eso abrió también la posibilidad de las operaciones quirúrgicas, aunque son pocos los valientes.
Alrededor de 70 por año, según calcula Miguel Ángel Gaytan, cirujano plástico, ginecólogo y urólogo del hospital GEA González, uno de los 10 hospitales especializados en la capital mexicana donde no hay estadísticas oficiales.
Las razones de la baja cifra –explica Mayra Pérez, directora de la organización Sexología Sí – se deben principalmente al costo (alrededor de 4,000 dólares) y a las dudas sobre el riesgo, sobre si volverán a tener sensibilidad sexual o si se sentirán bien.
El proceso de reasignación de sexo dura alrededor de dos años. En el que primero, es necesario sumergirse en el papel del sexo que quieren ser: vestirse igual; en el segundo, se toma la terapia hormonal y al final se realiza la metadonoiplastia (cambiar la vagina a pene) y la vaginoplastia (a la inversa).
“Se les apoya psicológicamente con acompañamiento en platicas grupales para que compartan experiencias; se les incentiva a socializar y a que entiendan que ellos no son el problema, sino la sociedad que no termina de aceptar que hay personas diferentes”, detalla la doctora Pérez en entrevista con este diario.
Fátima llega a la sesión de Sexología Sí con el animo en alto porque, aunque en este espacio se habla de todo, de familia, pareja, trabajo, emociones…, esta tarde habrá un curso de maquillaje para cinco chicos que pronto serán lo contrario y quieren prepararse: aprender a polvear su rostro, rizar sus pestañas, fijar las sombras, ocultar el vello facial.
“Te voy a dar un tip de belleza para que no se vean verdes tus mejillas”, interviene Dafne Navarro, coordinadora del grupo, para ayudar a la maquillista profesional que ahora no puede responder una duda de “Susana”, una mujer alta y estilizada, que aún no toma la terapia hormonal y está “harta de la barba”.
“Después de rasurarte pon hielo para cerrar el poro, no hay nada mejor. Y ya luego corrector en los puntitos más visibles antes de la capa de maquillaje”.
Por suerte soy lampiña- intervine “Monica”, una joven morena y alta que aún viste como hombre con sus playera negra holgada (fue darketo/a hace unos años), un pantalón amplio de mezclilla y una cola de caballo que se amarra a la altura de la nuca.
Susana y Mónica aún no salen del clóset. Mantienen su transexualidad en el máximo secreto, lo que quiere decir que no permiten fotografías, ni que se dé a conocer sus apellidos o sus historias. El resto del grupo ya tomó el toro por los cuernos: enfrentó a la familia y quieren contar su historia, salir al mundo y asumirse tan femeninas como Dafne o tan adelantados como Yoshua.
Yoshua Donovan León, de 36 años, es el único transgénero varón que este día llegó a la terapia. “No me voy a poner miembro masculino, pero me voy a hacer la mastectomía (quitar los senos)”, reflexiona en un receso de la sesión de maquillaje en la que no tiene particular interés porque siempre se sintió varón y ya terminó la terapia hormonal para que le saliera pelo en pecho, piernas brazos y cara; para que se agudizara su voz y redistribuir la grasa de las caderas.
Ahora sí estoy feliz dice para reafirmar lo que cirujanos plásticos como Gaytán saben: un transgénero casi nunca se arrepiente de la operación.
Fátima ha escuchado estas afirmaciones de satisfacción postoperatoria y cada vez está más convencida de que quiere tener “su vulva”, según cuenta después de colorear el dibujo de un rostro en el que visualiza los tonos que quiere ver el suyo.
“No voy a estar en paz hasta que tenga mi vagina, pero no tengo todo el dinero y eso me deprime porque ya me estoy poniendo viejita”, agrega y colorea en tonos pastel. “Me gusta algo discreto”.
Ella aprendió a ser discreta desde niña porque sus padres sólo lo querían varón. Y cada vez que veían que se ponía una prenda de mujer le daban ¡unas tundas! incluso ya después de casado (se casó porque todos querían, dice).
Un día paseaba con su sexto hijo en brazos por la calle vestido con una sexy blusa negra cuando se encontró a su papá. Apenas lo vio, lo encueró, lo “aventó por allá”, le dijo ¡no seas puto (gay)!, lo desheredó de la empresa de camiones y lo dejó sólo de ruletero.
“El problema es que no soy puto, no quiero ese tipo de placer, sí me gustaría estar algún día con un hombre, pero como mujer, aunque a tres de mis hijos machistas no les parezca”.
El resto de la familia ya lo aceptó. ¿Recuerda la película La Chica Danesa? – Danish Girl, dirigida por Tom Hooper que cuenta la historia real de la pintora danesa Lili Elbe, la primera mujer transgénero en someterse a un cirugía de reasignación de sexo con apoyo de su mujer-. Pues así mismo mi esposa.
Fátima está ante el espejo. Toca sus pechos: el brassier está bien acomodado y con el parche anticonceptivo ya casi no le duelen las tetillas. Se siente feliz con los labios pintados con un gloss rosa muy tenue. Las uñas barnizadas y aperladas. Sonríe por lo que mira de reflejo. Y regresa a casa como todos sus compañeros.