No se promueve el uso de los tampones por miedo a que rompan el himen de quienes no hayan tenido relaciones sexuales y dejen así de ser vírgenes
El control de seguridad del aeropuerto de El Cairo, Egipto, empieza en la puerta del acceso a las terminales.
Sólo a los pasajeros se les permite la entrada. Y ya antes del check-in, estos deben pasar sus pertenencias por los escáneres y dejar que los operarios revisen sus boletos y pasaportes.
Fue en ese punto cuando me hicieron a un costado.
Una mujer uniformada me pasó las manos por todo el cuerpo y extrajo del bolsillo derecho de mi pantalón un pequeño objeto con forma de bala.
“¿Qué es esto?”, me preguntó en árabe egipcio.
“Nada, es sólo… “, le contesté, pensando que era un pañuelo de papel, y lo agarré.
De inmediato me di cuenta de que aquello que estaba mostrándole era un tampón.
Pero ella sólo levantó las cejas, aparentemente ajena al bochorno que estaba sintiendo, y me miró perpleja.
“¿Qué es esto?”, volvió a preguntarme.
Entonces fui yo la que elevó las cejas.
Tras titubear un instante, le dije: “Es para… ya sabe…”.
Acababa de entrevistar a un candidato a la presidencia de Egipto y a un portavoz del gobierno en árabe egipcio, pero en aquél instante no me salían las palabras.
“Es para la regla, para el sangrado mensual”, terminé explicándole en árabe estándar.
“Para el period?”, me dijo ella, usando la palabra en inglés para referirse a la menstruación. “¿Y cómo lo usas?”.
En ese punto mi ligero rubor se volvió un descarado sonrojo, por lo que agradecía a los cielos que estuviera viajando sola.
Entonces le expliqué que el artilugio detiene el flujo de sangre.
Pero ella me volvió a mirar confusa, como preguntándose cómo un objeto tan pequeño era capaz de ello.
Durante ese tiempo mi maleta emergió de escáner y otro guardia, un hombre, me esperaba para interrogarme sobre todos los cables y micrófonos que había guardado en ella.
A la vista de ello, le pregunté a la agente si quería que le mostrara las instrucciones de la caja de tampones que tenía en la maleta, a lo que ella contestó:
“¿Así que tienes más? Pues tenemos que pasarlos todos por el escáner”.
Desinformación
La reacción de la guardia no fue muy distinta a la de muchas mujeres en Egipto cuando se les muestra -incluso se les habla- de los tampones.
Ya había mantenido una conversación similar con una colega a la que le bajó la regla en la oficina.
La periodista rechazó mi oferta en cuanto entendió de qué le estaba hablando.
Le tuve que mostrar las instrucciones de uso con un video de internet, lo que hizo abrir los ojos como platos.
Cuando les conté la historia a unas amigas egipcias y a varias extranjeras que viven en el país, supe de encuentros similares al mío con guardias de seguridad del aeropuerto, y también de las preguntas que les habían hecho varias mujeres llenas de curiosidad.
Y es que la desinformación abunda.
La educación sexual se deja prácticamente en manos de los padres y para cuando se habla de la pubertad en la escuela muchas de las niñas ya tienen la menstruación.
El mismo lenguaje refleja cuán vergonzoso o ma’ib es allí el tema. De hecho, las mujeres prefieren usar el término inglés al hablar de la regla.
Y no se promueve el uso de los tampones por miedo a que rompan el himen de quienes no hayan tenido relaciones sexuales y dejen así de ser vírgenes.
El discurso se extiende también a las farmacias.
En una de ellas, antes de mostrarle los tampones, a una amiga le preguntaron si estaba o no casada.
Y la prensa nacional alimenta los malentendidos, con artículos como un reciente reportaje en el que varias madres advertían de los “peligros” de estos productos sanitarios.
Medida de la emancipación
Pero tal como señala Shereen El Feki, una escritora británico-egipcia y defensora de los derechos de las mujeres, la cuestión es más amplia e implica también el control sobre cuerpo y la movilidad y el miedo a perder la virginidad antes del matrimonio.
Por ello, la activista cree que Naciones Unidas deberían medir el nivel de emancipación de las mujeres en una sociedad con lo extendido que está el uso de los tampones en la misma.
Pero volviendo al control de seguridad del aeropuerto, en el momento en el que el guardia se disponía a revisar mi equipo de radio pieza por pieza, la funcionaria le llamó para una tarea más urgente.
Le pasó mi caja de tampones y le gritó: “¡Mira estas cosas! Creo que deberíamos volver a pasarlas (por el escáner)”.
El hombre asintió.
Y mientras los tampones eran sometidos de nuevo a los rayos X, la mujer desdobló la hoja con las instrucciones.
Después, cuando la caja pasó la prueba y me la devolvió, se me acercó y me preguntó conspiradora: “¿Y puede traerlos a Egipto?”.
Le respondí que sí encantada y le sugerí que se quedara con la hoja de instrucciones.
Lo hizo, por lo que también me hubiera gustado haberle dejado algunos tampones.
Ahora, siempre que tengo que pasar el control de seguridad en un aeropuerto llevo un tampón en el bolsillo.
Por si puedo así responder las preguntas de otras mujeres llenas de curiosidad.