Cómo un turrón de cacahuate fue clave para la invención del microondas
El popular electrodoméstico se concibió por casualidad, pero el primer modelo era un mastodonte así que tardó décadas en llegar a las cocinas, en las que este año cumple medio siglo
Todo comenzó con una barra de turrón de cacahuate que se derritió en un bolsillo.
Fue este aleatorio incidente el que le dio origen a uno de los electrodomésticos más populares en la actualidad: el microondas.
Corría el año 1945, y en un laboratorio en Estados Unidos, el ingeniero Percy Spencer realizaba experimentos con el magnetrón, un dispositivo que produce señales de radio.
Spencer supuso que esas ondas fueron las que derritieron el dulce que tenía en el bolsillo, así que decidió probar su hipótesis con un huevo crudo y unos granos de maíz. Los expuso a los rayos del magnetrón y voilà: el huevo le explotó en la cara y los granos de convirtieron en palomitas de maíz (pochoclo, cotufas o rosetas).
Un tiempo después, la empresa para la que trabajaba Spencer, Raytheon, patentó el uso del magnetrón para cocinar y así nació el primer microondas , llamado “Radarange”.
Dos cumpleaños
Al principio, sin embargo, el invento no fue exitoso.
“El primer microondas comercial llegó al mercado en 1947, pero muchos consumidores se mostraban reacios a comprarlos. Las ventas iniciales fueron muy bajas”, afirma J. Carlton Gallawa, autor del Manual de Servicio del Microondas.
El rechazo no sorprendía a muchos, el aparato era enorme y costoso: pesaba 340 kilos, tenía una altura aproximada de 1.70 metros y costaba $5,000 dólares (lo que sería equivalente a alrededor de $50,000 actuales).
“Los primeros microondas -nosotros teníamos uno en casa- eran del tamaño de un refrigerador y requerían alrededor de 20 minutos para calentarse y ser utilizados”, le dijo a la publicación Business Insider Rod Spencer, nieto de Percy Spencer.
Y añade: “Eran muy potentes, eso sí, 10 veces más que los actuales. Una papa se cocinaba en 30 segundos”.
Pero no fue sino hasta 1967 que la empresa Amana logró disminuir el costo de manufactura y reducir el tamaño de la tecnología necesaria para su funcionamiento, y fue así como apareció el microondas que conocemos en la actualidad.
Múltiples usos
La tecnología que utiliza el microondas también se emplea en otras áreas.
“La razón por la cual el primer modelo fue bautizado “Radarange” es por la conexión que tenía con el radar, que funciona con el principio de que las ondas de radio rebotan cuando se tropiezan con la superficie de un objeto de gran tamaño”, afirma Timothy J. Jorgensen, profesor de medicina radioactiva de la Universidad de Georgetown, en Estados Unidos.
Al calcular la distancia de las ondas de radio que se devuelven al chocar con algún objeto, es posible detectar objetos escondidos entre las nubes, el agua o la niebla, y es por eso que los radares detectan aviones y barcos.
“También se descubrió que las tormentas interferían con la detección del radar, así que no pasó mucho tiempo antes de que se empezara a utilizar para determinar la ubicación de tormentas”, explica Jorgensen.
Salón de la fama
Las ondas utilizadas en las telecomunicaciones pueden ser tan amplias como la superficie de un campo de fútbol, pero las que se utilizan para calentar la comida son relativamente cortas, y de allí viene el nombre de microondas.
Pero no fue sino hasta la década de 1970 en que se volvieron tan populares que se les empezó a llamar comúnmente “hornos de microondas”. Antes de eso, se les conocía como “hornos electrónicos”.
Y, curiosamente, lo que evita que las microondas te cocinen a ti en vez de a la comida no es el material de la ventana de la puerta, pues éstas no tienen nada de especial: están hechas de plástico o vidrio común.
La protección la da la malla de metal que se encuentra en el interior de ese plástico transparente o vidrio. Los agujeros en esa malla tienen dimensiones específicas para que las microondas no quepan y puedan salir pero que sí las ondas luminosas en el espectro visible.
Así, las microondas rebotan y vuelven a calentar los alimentos, mientras que las ondas de luz pasan por los agujeros y permiten que veamos lo que estamos cocinando.
Eso, por supuesto, no fue lo que pasó el día en que a Percy Spencer se le ensució el bolsillo de su camisa con el caramelo derretido de su turrón de maní.
Pero ese accidente y su capacidad para convertirlo tan popular electrodoméstico le valió un lugar en el Salón de la Fama de los Inventores, honor que comparte con creadores de la talla de Thomas Edison.