Trabajadores latinos ayudaron a salvar vidas en la masacre de Las Vegas

En los momentos de crisis, nadie se pregunta por los papeles

Un centenar de latinos, muchos de ellos indocumentados, trabajaban en el festival de Las Vegas (Nevada) cuando Stephen Paddock comenzó a disparar a los 22.000 asistentes y, gracias a su ayuda, muchos de ellos pudieron dejar atrás la peor masacre de la historia reciente de EE.UU.

En la noche del domingo algunos estaban a cargo de la venta de alimentos y bebidas, otros supervisaban el área de los baños portátiles y muchos más limpiaban el área del festival de música country Route 91 Harvest.

Cuando los primeros disparos se oyeron y la gente empezó a darse cuenta de que no se trataba de fuegos artificiales, muchos de estos hombres y mujeres comenzaron a ayudar a evacuar el lugar, aunque con las limitaciones propias de quien no conoce bien el inglés.

Alfredo Fraga, trabajaba esa noche. Él y sus compañeros se encargaban de mantener los baños con las provisiones de aseo necesarias, explica a Efe.

Logró salir ileso, pero se le escurren las lágrimas al recordar a las 58 víctimas mortales, de las cuales una docena tenían apellidos latinos, y los más de 500 heridos en el tiroteo.

Por este motivo, estos trabajadores son al mismo tiempo víctimas y pequeños héroes, como el guarda de seguridad Jesús Campos, que trabaja en el hotel desde el que Paddock abrió fuego, el Mandalay Bay Resort, y que resultó herido cuando intentó poner fin a los disparos.

Fraga y al menos 50 de estos trabajadores reciben ayuda en BBS-Mente Sana, uno de los pocos centros de la ciudad que ofrece terapia y consejería psicológica bilingüe.

Ingrid Sánchez, directora de BBS-Mente Sana, asegura a Efe que esa cifra de pacientes aumentará pronto y podría llegar a 300, pues las familias de las personas directamente afectadas también requerirá apoyo emocional.

Además, esta organización les ayuda a conseguir comida, transporte y productos sanitarios para que ni a ellos ni a sus familias les falte nada, pues se trata de empleados temporales que acaban de quedarse sin trabajo.

“Estamos ayudando no sólo con lo psicológico, con el apoyo, sino involucrándolos en algo, que se hagan voluntarios con nosotros para víctimas del huracán y de terremoto… les estamos dando terapia vocacional para que ellos se sientan bien y estén ocupados ayudando a otras personas”, explica.

Ingrid afirma que es imposible determinar el nivel de trauma psicológico que estas personas, o cualquiera que estuvo involucrada en la masacre, pueda tener.

Dice que el efecto de la situación es similar al que tendría cualquiera que haya estado en una zona de guerra, viendo destrucción, cadáveres, angustia y sufriendo la presión de tener su vida en riesgo.

“Está claro que esto va a afectar por muchos años a mucha gente, algunos ligeramente, y a algunos muy profundo”, alerta.

Uno de los que les ayuda es Juan Ortega, quien trabaja para una organización progresista de la ciudad, pero hoy está como voluntario en Bilingual Behavioral Services o BBS, un centro en donde se prestan servicios de terapia y consejería.

“En cuanto supimos que se necesitaba ayuda decidimos venir. Estas personas no van a regresar a trabajar por ahora y lo que queremos es asegurarnos de que tengan comida para ellos y sus familias, así que estamos recibiendo donaciones de comida, productos sanitarios y otras cosas que puedan necesitar”, explica.

Tanto para Ortega como para los demás voluntarios y empleados de este centro una de las prioridades es ayudar a que todas y cada una de estas personas pueda entregar su reporte policial para ayudar en la investigación, y se les está pone en contacto con médicos y especialistas legales, en caso de que lo necesiten.

En este centro se reencontraron días después de la masacre. Mientras unos se abrazaban al poder verse de nuevo, otros guardaban silencio, pero todos ellos se mostraron felices de estar vivos y de tener la oportunidad de seguir luchando.

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