Diane Keaton sufrió veinte años por un amor no correspondido
La actriz fue rechazada por el mismo actor en varias ocasiones...
“No quiero estas barreras, tuve estas barreras toda mi maldita vida. Sentí algo que jamás pensé que existía, ¿sabés lo que es eso?”, le pregunta de manera retórica Erica Barry (Diane Keaton) a Harry Sanborn (Jack Nicholson) en Alguien tiene que ceder. Podríamos decir que Diane Hall, esa joven que soñaba con ser cantante, también tuvo sus parámetros en cuanto a las relaciones tan delimitados como Erica. “Yo sabía que no quería ser esposa de nadie ni madre demasiado joven; de hecho, los amores de mi vida no fueron mis novios sino todos los actores que besé en pantalla, porque con ellos no sentí nervios ni vergüenza, sólo me entregaba a un momento mágico“, le contó la actriz a Ellen DeGeneres en una entrevista en la que hizo un repaso de sus parejas más importantes, desde Woody Allen a Al Pacino.
Keaton, de 72 años, siempre subraya que ser soltera no es un peso porque sus días están signados por algo mucho más importante: sus hijos, Dexter (adoptada en 1996) y Duke (adoptado en 2001). “La maternidad me cambió para siempre. Es la experiencia más completa que jamás tuve“, remarcó la intérprete, con la sapiencia que le dieron los años, las múltiples vivencias y los indelebles romances.
Woody Allen: primer amor, mejor amigo, compañero creativo
Diane conoció a Woody Allen en el otoño de 1968, cuando audicionó para la obra de teatro Play It Again, Sam, que el artista estaba desarrollando para Broadway y que los tenía como protagonistas. En los ensayos, la química era palpable y la actriz de 22 años se sintió atraída instantáneamente por el entonces dramaturgo, si bien décadas más tarde revelaría que ya se había enamorado de él al verlo en los sketches del programa televisivo de Johnny Carson. Cuando lo tuvo cara a cara, el sentimiento se resignificó. “Tenía mucha onda, con sus anteojos gruesos y trajes cool, pero fueron sus modos los que me atraparon, su manera de gesticular, sus manos, la forma en la que se menospreciaba“, narró la actriz en su primera e imprescindible autobiografía, Then Again. A medida que avanzaban los ensayos de la obra, Keaton y Allen se hicieron grandes amigos y ella solía reírse de todos sus ingeniosos chistes como si tuvieran un código en común.
Como es propio del guionista, actor y director, el humor y la neurosis son componentes indisolubles, y la propia Keaton considera que él se enamoró de ella porque “tenía debilidad por las chicas neuróticas” y que le ponía apodos como “Monstruo” y “Cabeza de lámpara”. “Compartíamos eso de burlarnos el uno del otro, él podía elaborar insultos y yo podía responderle. En algún momento pensé que Woody era como una cucaracha que no podía matar, fue una época muy divertida”, recordó la actriz. Sin embargo, su vínculo con el realizador no era demasiado formal. Allen estaba continuamente ocupado con su trabajo (la escritura dominaba su vida) y consecuentemente descuidaba su noviazgo con Diane, quien entonces decidió conservar su propio departamento en la calle 82 de Nueva York, y sólo mudar lo imprescindible al departamento de su pareja.
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En paralelo, a comienzos de los 70, la actriz batalló con un demonio que decidió ocultarle a Allen: la bulimia. “Siempre leí que la enfermedad podía surgir por problemas familiares, los especialistas suelen culpar a los padres y a la presión que les ponen a los niños, pero ése no fue mi caso. Mi mamá siempre fue una persona afectuosa, así que nunca supe por qué me enfermé”, se sinceró la actriz, quien en sus memorias reconoció haber mantenido a su pareja y a su enfermedad en dos carriles separados. “Woody no tenía ni idea de lo que pasaba en la privacidad de su baño, pero le llamaba la atención lo mucho que comía, la voracidad con la que lo hacía; siempre me aseguré de que nunca me encontrara, aunque sí advirtió lo insegura que era“. Luego del estreno de “Play It Again, Sam”, Keaton luchaba por conseguir un buen papel en cine, mientras la enfermedad la atormentaba sin tregua. Finalmente, le contó a Allen sobre su padecimiento y él le sugirió ver a una especialista que, después de un año y medio, la ayudó a salir del pozo. “Una mañana abrí la heladera y no quise agarrar un pote de helado gigante que había allí. No sé por qué pasó, pero sí sé esto: los monólogos de esa mujer en las sesiones hicieron toda la diferencia, ella me curó con la palabra y me sacó de la adicción“, recordó.
Si bien Keaton nunca especificó el motivo de su ruptura con Allen tras cerca de siete años de relación, lo cierto es que ambos supieron conservar esa amistad que los atrajo en un primer momento. De hecho, la actriz se convirtió en su musa luego de haberse distanciado románticamente. “Cada experiencia cultural que tuve fue gracias a Woody, él me hizo conocer a Luis Buñuel, a Ingmar Bergman, me llevaba a galerías de arte, me mostró la fotografía de Diane Arbus“, evocó la actriz, quien sería la protagonista excluyente de Annie Hall, el film por el que ganó el Oscar en 1978 y que es profundamente autorreferencial (el verdadero apellido de Keaton es Hall, pero debió cambiárselo porque ya había otra aspirante a actriz con el mismo nombre). La comedia romántica aludía directamente a la relación entre ambos, siendo ella la heroína, con sus encantadores manierismos. “Yo también quería ser cantante como Annie y compartía sus inseguridades; con Woody nos habíamos separado dos años antes de filmar la película, pero igual seguíamos conectados”, explicó la actriz. Su relación profesional con Allen también produjo obras maestras en la carrera del cineasta, como Manhattan, Días de radio y Misterioso asesinato en Manhattan, entre otros largometrajes.
Asimismo, su amistad se probó inoxidable cuando la actriz lo defendió públicamente de las acusaciones de abuso sexual de la hija del cineasta, Dylan Farrow. “No tengo nada para decir sobre eso, excepto que quiero a mi amigo y le creo“, declaró Diane a The Guardian.
El romance entre Keaton y Warren Beatty nació en 1978, tres años antes del estreno de Reds, la película escrita, protagonizada y dirigida por el actor sobre el periodista y escritor John Reed. En el film, Keaton interpretaba a la inolvidable Louise Bryant. “Warren solía llamarme para ofrecerme papeles en sus películas, hasta que un día recibí un llamado en Navidad que no tenía nada que ver con lo laboral, y así fue cómo empezamos a salir; yo me dije a mí misma que podía manejarlo, que era por un tiempo, él era inteligente y completamente hermoso, no sé cómo pensé que iba a controlar todo lo que me pasaba. No fue verdad: me enamoré y me volví a enamorar por mucho tiempo desde la primera vez“, escribió la actriz en su autobiografía, donde define al famoso Don Juan de Hollywood como “un sueño hecho realidad”, y como “un hombre casi irreal, para morirse”. Si bien el actor era un mujeriego confeso, la relación tuvo un comienzo idílico. Sin embargo, los problemas comenzaron cuando sus mundos y sus personalidades se revelaron incompatibles. “Para nosotros la ruptura nunca tuvo que ver con nuestras circunstancias sino con nuestro carácter. Admito que éramos muy distintos. Él era el ‘Príncipe de Hollywood’ y todo el tiempo había rumores de sus conquistas, pero yo tenía otro perfil“, confesó la actriz, en alusión a la inestabilidad que le generaba Beatty.
De hecho, al iniciar el romance, Keaton fue asediada por la prensa, y los periódicos buscaban continuamente una postal de ella con el galán, lo cual no le cayó bien a la actriz, que era más bien ermitaña. Lo curioso es que la intérprete confesó que con sus amigas solían leer en las revistas sobre las conquistas de Beatty y sentir pena por las mujeres “humilladas” por las infidelidades del actor. “Juramos que no íbamos a caer en esa clase de trampa, pero lo que yo no sabía es que una vez que Warren te ilumina, no hay forma de volver de eso, me hacía sentir como la mujer más cautivante del mundo“, contó la actriz. La diferencia de edad, las indiscreciones de Beatty y el extenuante rodaje de Reds fueron demasiado para Keaton y la relación finalizó en 1981, el año del estreno del film que le valió una nominación al Oscar. De todas maneras, al igual que con Woody, Diane logró conservar una amistad con su ex.
Hace dos años, en una entrevista con Variety, la actriz hizo hincapié en el enorme aprecio que le sigue teniendo a Beatty y se explayó sobre el origen de su encanto. “Él se interesa por todos, es muy seductor, te hace sentir como que sos la única persona del universo y que sos fascinante, tiene esa presencia“, destacó la actriz, que en 2008 formó parte del homenaje que el American Film Institute le hizo al actor y cineasta. Nueve años después, él le devolvió la gentileza en la famosa ceremonia en la que se le rindió tributo a Keaton.
Al Pacino, el hombre al que le propuso matrimonio (y quien la rechazó)
Aunque las fechas no son claras, entre el estreno de El padrino en 1972 y el de su tercera entrega, en 1990, Diane Keaton mantuvo una amistada primero y una relación casual después con Al Pacino, su compañero de elenco en la serie de films de Francis Ford Coppola. El vínculo nunca fue sólido pero se convirtió en uno de los más importantes para la actriz, quien incluso llegó a proponerle matrimonio al actor que interpretaba a su marido en la ficción, Michael Corleone, a pesar de que nunca se imaginó a sí misma como “la esposa de”. Así de enamorada se encontraba. “Lo conocí en el bar O’Neal, cerca del Lincoln Center, en Nueva York, cuando él era una estrella de Broadway. Nos habían dicho que teníamos que conocernos antes de empezar a audicionar para los papeles de Michael y Kay. Yo estaba nerviosa. Lo que más me llamó la atención fue su nariz, era tan larga como un pepino y luego la manera hiperkinética con la que se movía, parecía nervioso también. No me acuerdo hablar del guion, solo de mirar su rostro extraordinario”, rememora la actriz en Then Again.
Por otro lado, Keaton reveló que ni él ni ella estaban solteros al comienzo del largo y tumultuoso idilio, que se desarrolló de manera intermitente, lo cual no dejaba satisfecha a la actriz. Sin embargo, la atracción pudo más y Keaton se enamoró al punto de considerarlo como “el gran amor de su vida” y “el hombre que no pudo tener”. Motivos para sentir eso le sobraban. La intérprete compartió incontables experiencias con Pacino a lo largo de las décadas, ya sea dentro como fuera del set. Ella le enseñó a manejar, pasaron extensas horas ensayando, almorzando y cenando juntos, leyendo libros en la cama, escribiéndose cartas cuando sus compromisos laborales los distanciaban, y ella se vio subyugada por lo primitivo y salvaje de su conducta (“a Al parecía que lo hubiesen criado los lobos”, bromea en su libro).
Mientras filmaban El padrino III en Roma, la actriz se cansó de los vaivenes de Pacino y le dio un ultimátum. “O te casás conmigo o al menos contempla la posibilidad“, le espetó. Sin embargo, la respuesta no fue la esperada. “Pobre Al, nunca quiso casarse y pobre de mí, que nunca paré de insistir“, confesó en su libro. Tras la fallida propuesta de matrimonio, ambos terminaron y retomaron su relación en reiteradas oportunidades. Simplemente no podían evitarlo. “Teníamos un patrón de ruptura muy predecible“, contó Keaton, quien todavía deja entrever cómo no pudo superar esos sentimientos tan magnéticos que iban del amor al odio, pasando por la indiferencia y el hastío.
“Al nunca fue mío. Pasé veinte años perdiendo a un hombre que nunca tuve, él no quería casarse: quería una salida“, declaró la actriz, añadiendo que luego de ese profundo amor que no le fue correspondido, su manera de vestir empezó a cambiar y las inseguridades regresaron. “Después de Al, empecé a construir una coraza, me puse más sombreros, remeras y camisas siempre de mangas largas, sacos en el verano, botas con medias y bufandas en la playa”, reveló sobre su look característico, del que se ríe en Alguien tiene que ceder, donde sus “cuellos tortuga” son un tema de debate.
El año pasado, en el marco del festival de cine de Tribeca, el elenco de El padrino se reunió para celebrar el aniversario número 45 de la saga. La revisión del primer film conmovió a Keaton. “No puedo olvidarlo o sacarlo de mi cabeza“, expresó, seguramente haciendo extensivo el sentimiento a Pacino, ese hombre que solía leerle Macbeth por las noches, recuerdo al que la actriz siempre parece destinada a volver.
Jack Nicholson y un romance platónico
Keaton y Jack Nicholson nunca fueron pareja. Sin embargo, en Then Again la actriz confesó lo mucho que le costó concentrarse en el rodaje de Alguien tiene que ceder, la comedia romántica de Nancy Meyers que le valió una nominación al Oscar y un premio Globo de Oro en el año 2004. El film, que revalorizó a la actriz y volvió a ubicarla en el centro de los reflectores como una brillante comediante, mostraba que dos personas mayores de cincuenta años también podían enamorarse en cine y que la audiencia también quería pagar la entrada para verlos. Keaton interpretaba a Erica, una dramaturga que caía en las redes del mujeriego Harry (Nicholson), nada menos que el novio de su hija.
“Cuando Nancy [Meyers] me dijo que Jack iba a interpretar a mi novio en una película, le dije que no había forma, que estaba loca, que él jamás iba a querer hacer una chick flick conmigo“, contó la actriz, quien también pensó que la comedia nunca conseguiría financiamiento. Un año y medio después, y contra todos los pronósticos, comenzó el rodaje. “Jack me sorprendía completamente, en una escena teníamos que entrar a la casa en plena lluvia y besarnos. Para mí, Diane, el beso fue un recordatorio de algo perdido que de repente había encontrado“, enfatizó la actriz, quien a los pocos minutos se olvidó de sus líneas de diálogo.
“Cada vez que lo besaba me olvidaba de la letra y tenía que pedir disculpas, honestamente no sabía qué era lo que me estaba pasando. Lo único que sí me acordaba era de que tenía que besar a Jack, incluso hubo un momento en el que me olvidé que estaba en una película”, recuerda en su libro. La camaradería entre los actores fue inmediata -ya habían trabajado juntos en Reds, donde él componía al dramaturgo Eugene O’ Neill- y Nicholson sorprendió a Keaton dos años después del estreno del film con un cheque mediante el cual le entregaba un porcentaje de su sueldo, dado que la actriz había cobrado mucho menos que él, a pesar de que ambos eran protagonistas.
“Por Nancy, por los besos con Jack y por ese porcentaje, Alguien tiene que ceder es mi película favorita de todas las que filmé“, reveló la actriz que siempre supo extraer de todas sus relaciones, reales o platónicas, una enseñanza para atravesar el presente con sabiduría y humor. Siempre con humor.
“El concepto de solterona es una estupidez, la idea de que si no te casás con nadie vas a estar destruida es ridícula. No me imagino casándome ahora. No va a pasar. Quizá me imagino con un compañero, alguien que me diga ‘Hola, qué lindo verte, ¿qué estás haciendo?, pero… ¿eso implica que tengo que tener una relación con ese hombre y compartir la cama?”, se preguntó Keaton en una entrevista con The Telegraph, en la que volvió a poner el foco en sus hijos (“Ahora sólo quiero estar cerca de ellos y aprovechar el tiempo”) y en la cual definió de manera sucinta a sus relaciones amorosas. “Cada uno fue el hombre de mi vida en cada momento. Cada uno tuvo una década diferente. Woody fueron mis 20 años; Warren, mis 30, y Al siempre estuvo en los bordes, entre los 30 y los 40″.