Cuando tu acosador sexual tiene las llaves de tu casa
Los abusos que algunas mujeres sufren a manos de sus caseros en Estados Unidos
En Estados Unidos el acoso sexual a las mujeres pobres por parte de caseros, agentes inmobiliarios y la industria de la vivienda puede dejarlas en la calle.
Khristen Sellers es un vivo ejemplo de cómo esto puede ocurrir.
A sus 29 años y después de haber sufrido abusos sexuales, haber sido detenida y pasar un tiempo en prisión, se disponía a reiniciar su vida junto a sus hijos.
Decidió comenzar desde cero en su ciudad natal, Laurinburg, en Carolina del Norte (Estados Unidos), una de las zonas más pobres del estado. Para ello necesitaba una casa.
La agencia inmobiliaria pública Four-County Community Services le ofreció una oportunidad para conseguirla. Se trataba de una casa remolque de tres dormitorios a las afueras de Laurinburg.
Sellers aceptó sin pensarlo pero fue ahí donde empezó su pesadilla.
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Tuvo que solicitar acogerse al programa público de vivienda llamado Housing Choice Voucher Program. Este sistema permite a 2,1 millones de estadounidenses con bajos ingresos pagar todo o parte de su alquiler a caseros particulares mediante unos cupones o vales que financia el gobierno federal.
Conseguir entrar en el programa es difícil. Las solicitudes son numerosas y las plazas y fondos muy limitados.
En Laurinburg, además, la única agencia inmobiliaria con permiso para dar estos vales era Four-County y había gente en lista de espera desde hacía 10 años.
Un hogar
Dada su situación, la joven madre soltera consiguió una vivienda relativamente rápido. Antes tuvo que limpiarla y reparar ella misma las cosas que no funcionaban.
Una vez terminados los arreglos, un agente de la inmobiliaria debía hacer una inspección para dar su visto bueno y aprobar la entrega de cupones.
Seller recuerda perfectamente la primera vez que vio al inspector, un expolicía retirado llamado Eric Pender.
“¿Dónde está tu novio? ¿Por qué no hay un hombre aquí ayudándote a limpiar?”, asegura Sellers que le dijo Pender.
“No tengo tiempo para hombres”, recuerda que le respondió.
Acoso
Sellers sostiene que el hombre le preguntó sin tan siquiera inmutarse si hacía felaciones y si alguna vez le habían pagado a cambio de sexo. En sus palabras, dice la mujer, se notaba que su firma era lo único que se interponía entre ella y su nuevo hogar.
Después, aún en esa primera visita, y siempre según el testimonio de la propia Sellers, la llamó desde el baño, la agarró de la cadera mientras le bloqueó la puerta y le enseñó el pene.
Logró escapar pero este fue el primero de muchos episodios de abusos.
“Era continuo”, cuenta a la BBC. “Siempre me amenazaba con no firmar la inspección si no le ofrecía algo. Decía que se lo debía”.
Sellers tenía miedo a que quejarse la dejase sin casa. Intentó contratar a un abogado pero le pedía testigos de los actos de acoso y no podía pagar un detective privado.
Una amiga intentó ayudarla contándole todo al jefe de Pender, John Wesley, pero las consecuencias fueron peores.
“Cuidado con quién hablas”, le espetó el expolicía en su siguiente visita. “Estás en este programa porque lo necesitas. Es muy difícil entrar pero muy fácil salir”.
El jefe de Pender le había contado sobre la visita de la amiga de Sellers a la oficina.
Ella confiesa que hubo momentos en los que estuvo a punto de ceder. Al fin y al cabo, reflexiona, él era una persona respetada en la comunidad y había sido policía. Ella una madre soltera con antecedentes penales.
“Si le hubiese dicho a alguien lo que ocurría él lo negaría todo. No sabía qué hacer y necesitaba un sitio donde vivir”.
Lo que Sellers no sabía es que su caso no era el único. Muchas mujeres en todo Estados Unidos han pasado por algo parecido.
Martisha Coleman, Judy (que ha pedido que no publiquemos su nombre completo), Latina Covington, Jennifer Dial o Samantha Oxendine son solo algunas de las mujeres con la que ha podido hablar la BBC que aseguran haber sido víctimas de acoso sexual por no tener un sitio donde vivir.
Denuncias
Cada año llegan a los tribunales de Estados Unidos cientos de casos de delitos de abuso, acoso sexual y mala conducta perpetrados por caseros, propietarios, agentes inmobiliarios y trabajadores sociales.
Sin embargo, nunca ha habido un estudio a nivel nacional que determine cuántos casos de acoso hay y con qué frecuencia los sufren los inquilinos. Tampoco hay datos que puedan determinar dónde y quienes lo padecen con más frecuencia.
La falta de viviendas accesibles en la mayoría de ciudades de Estados Unidos exacerba el problema, obligando a muchas personas a aceptar cualquier tipo de condiciones.
“El nexo de unión es la vulnerabilidad y la pobreza”, asegura Kate Sablosky Elengold, una profesora asociada de derecho clínico en la Universidad de Carolina del Norte que se encargó de casos de acoso sexual en el Departamento de Justicia estadounidense.
“El riesgo que corre una mujer por denunciar acoso sexual es perder su casa“, sentencia.
Dificultades
Porque denunciar no es fácil. El simple hecho de reportar un caso así puede acabar en desahucio.
Hay varios organismos públicos ante los cuales los ciudadanos pueden denunciar pero los procesos y los requisitos varían de estado a estado. Los trámites pueden llevar años pero el desalojo de una casa se puede conseguir en semanas.
Pese a todo, Khristen Sellers acabó denunciando. A ella acabaron sumándose hasta 16 mujeres que aseguraban haber sufrido abusos por parte de Pender y/o por su jefe Wesley.
En una conversación telefónica con la BBC, Wesley dijo que “niega categóricamente” todas las denuncias aunque se negó a hablar de ellas una por una.
Aseguró también que las mujeres lo hacían por dinero y que todo estaba relacionado con su pasado conflictivo.
Por su parte, Pender se negó a responder a las llamadas de la BBC. En su defensa judicial rechaza todas las alegaciones.
Victoria
El camino fue largo pero finalmente las mujeres que lo denunciaron ganaron algunas batallas.
En 2014, dos años después de registrar el caso en los tribunales, la Justicia descubrió algunos delitos en los que había estado incurriendo la agencia Four-County pero la mayoría eran de tipo fiscal y administrativo.
La agencia cambió de nombre y hubo algunas modificaciones a nivel organizacional pero Pender y Wesley seguían en sus puestos.
No fue hasta que intervinieron los servicios legales del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de Estados Unidos (HUD, por sus siglas en inglés) que el caso tomó otra dimensión. Tras su investigación, otras 71 mujeres aseguraron que habían experimentado algo similar a lo que contaban Sellers y las demás.
Finalmente en 2015, tras una carta de amenaza del HUD, la agencia Four-County despidió a Wesley y Pender, que ya no podrán trabajar nunca más en el servicio de vivienda público.
La recompensa a las denunciantes por daño se estableció en US$2,7 millones.
El Departamento de Justicia ha intentado mejorar en estos años el sistema de protección para las víctimas de acoso sexual por parte de autoridades de vivienda estatal y ha denunciado casos en los que no se han tomado medidas ante alguna queja o denuncia.
La BBC contactó a las 16 autoridades de vivienda pública más grandes del país y a los programas de cupones de vivienda de Estados Unidos para averiguar cuál es su política de presentación de informes para los inquilinos y si tienen un recuento del número de quejas que hay cada año.
Aunque la mayoría de los encuestados dijo que su personal se somete a capacitación sobre acoso sexual, los procedimientos para contabilizar las quejas de los inquilinos varían. Algunos no tenían una política específica. Otros no registran la cantidad de quejas que llegan y lo justifican diciendo que el número cada año es demasiado bajo.
Renacer
Tras ganar el caso, algunas de las demandantes recayeron en las drogas o no consiguieron mejorar su situación. Otras, sin embargo, renacieron.
Judy consiguió volver a estudiar y pudo cumplir su sueño de graduarse de la secundaria.
Samantha Oxendine se compró un tráiler de tres habitaciones cerca de su madre que está completamente pagado.
Khristen Sellers se mudó a una hora y media de Laurinburg. Ahora vive en una calle tranquila, llena de árboles en Greensboro, en Carolina del Norte.
Tiene una casa de tres dormitorios en la que vive con sus hijos y que mantiene inmaculada.
Trabaja dando apoyo psicológico a personas que han salido de prisión y su hija está a punto de ir a la Universidad.
A día de hoy dice que sigue sufriendo ansiedad por todo lo que pasó pero que ha encontrado su santuario.
“Es maravilloso poder relajarse y sentirse en casa. Esta sí es mía”, asegura.
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Por
Taylor Kate Brown ha colaborado también en este reportaje.
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