“Ahora me toca regresar a donde mataron a mis amigos”
BBC Mundo acompaña en el regreso a clases a una de las sobrevivientes del tiroteo en la secundaria Marjory Stoneman Douglas en Florida
Dos semanas después del tiroteo que dejó 17 muertos, los alumnos de la secundaria Marjory Stoneman Douglas, en Parkland, Florida, volvieron este miércoles a clases. BBC Mundo acompañó en el regreso a una de las sobrevivientes. Este es su relato y esta la historia del primer día de la escuela después de la masacre.
Hoy vuelvo a mi escuela. Han pasado dos semanas, pero todavía me parece que fue ayer.
Mi mochila y todos mis documentos se quedaron en el salón. Algo de mí también se quedó allí.
Me llamo Andrea, soy venezolana, tengo 17 años y vivo en Estados Unidos desde julio pasado.
El 14 de febrero estaba en mi escuela, la Marjory Stoneman Douglas, de Parkland, cuando ocurrió el tiroteo.
Es el primer día que regreso allí desde lo que pasó. Algunos de mis amigos han ido a terapia o recoger sus cosas en los últimos días, pero yo no he querido volver.
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Estas dos semanas he estado yendo a los funerales de amigos y familiares de mis amigos que murieron ese día.
Y ahora me toca regresar allí, donde los mataron.
Sé que es algo difícil para todos. Muchos de mis compañeros no quieren volver hoy, algunos dicen que lo harán la semana que viene, cuando comiencen las clases normales, algunos dicen que se cambiarán de escuela.
Para todos es muy difícil. Yo vi los charcos de sangre, sangre salpicada en las paredes, compañeros muertos con la espalda llena de tiros como si fueran un colador, los cadáveres en los pasillos.
Ahora es difícil regresar y no recordar esa imagen. Es un recuerdo que yo llevaré siempre. Pero tengo que sobreponerme y volver.
La mañana apenas se levanta con tonos rojizos sobre Coral Spring y Andrea Hillinger y su madre, Orapma Moreno, hacen el camino de vuelta a la escuela, dos semanas después del tiroteo.
La madre le cuenta a BBC Mundo que no han querido volver a pasar por esta ruta desde aquel día.
Ya próximos a la escuela, Andrea mira por la ventanilla y señala un lugar: “Fue allí donde me escondí”.
Son unos matorrales y, más allá, el patio de una casa cercana a la secundaria. Fue el refugio improvisado que ella y otra amiga encontraron la tarde del 14 de febrero.
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Estuvieron allí hasta las siete u ocho de la noche, hasta que las rescataron.
La madre mira hacia el lugar y se remueve. Trata de disimular las lágrimas con sus gafas de sol.
“Nosotros pasamos por una situación muy difícil en Venezuela. Mi novio fue asesinado. Y Andrea vio eso. Yo mandé a mis dos hijos solos para acá. Y ahora Andrea tuvo que vivir esta situación. No culpo a nadie. Son cosas que pasan y creo mi niña se ha hecho muy fuerte con estas cosas”, dice Orapma.
A medida que se acercan a la escuela, hay una larga fila de carros para dejar los niños que decidieron volver a clases.
Las rejas del centro educativo Stoneman Douglas también han cambiado.
Un memorial improvisado recuerda a las 17 personas que perdieron la vida allí hace dos semanas allí, cuando Nikolas Cruz, un exestudiante de ese colegio, se coló con un rifle AR-15 y comenzó a disparar poco antes de la hora de salida.
Sus cercas están rodeadas de recuerdos de los que murieron, pero en su interior, a medida que llegan los estudiantes, comienzan a aparecer las primeras señales de vida y de alegría.
Una larga fila de policías también se mueve de un lado a otro, a pie, en sus carros, en motos.
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La Marjory Stoneman Douglas es, tal vez por un día, la escuela más segura de Estados Unidos.
“Tenemos un gran dispositivo de seguridad, pero estos van a ser días de mucha flexibilidad también. La idea es ayudar a los estudiantes a que poco a poco se reinserten a la rutina de la escuela nuevamente”, cuenta BBC Mundo Robert Runcie, superintendente de la secundaria.
Explica que los adolescentes no tendrán clases esta semana. Serán turnos breves, que permitirán a los profesores hablar con los alumnos y permitirles expresar sus sentimientos sobre lo sucedido.
“El edificio donde ocurrió la masacre, el número 12, no volverá a abrir sus puertas. Será demolido y planeamos hacer un memorial en ese lugar en recuerdo a las víctimas”, añade.
Yo estaba ese día en ese edificio. Solo me tocaba una clase allí, me tocaba ese único día de la semana y a esa misma hora que pasó.
De hecho, mi aula fue la primera que atacó. Un poco antes de que eso empezara, yo quería ir al baño, pero había otra niña que también dijo que quería ir y la profesora me dijo que tenía que esperar.
Cuando esa niña iba a entrar, fue que él empezó a disparar. A ella fue a la primera que le dio. Un disparo en una pierna.
Fue todo muy rápido, todos quedamos en shock. Pero un compañero nuestro, un compañero que no ha querido hablar sobre lo que sucedió, pero que fue uno de los héroes de ese día, corrió hasta la puerta desde el final del aula, haló a la niña herida y logró cerrar la puerta antes de que entrara el tirador.
Disparó y disparó contra la puerta. Nosotros tratamos de escondernos detrás de una pared, porque eso era parte del entrenamiento que nos habían dado para casos así.
Llamé a mi madre para contarle y apenas la podía oír por el ruido de los disparos. Eran como ráfagas. Tiraba contra la puerta, contra los vidrios, pero están blindados.
Yo de alguna forma me despedí de mi madre, porque no sabía si la volvería a ver.
A los del salón del frente no les dio tiempo a cerrar. Allí murió un profesor. Luego supe que mi amigo Joaquín Oliver también había muerto. Y Martín Duque, un mexicano, hermano de mi mejor amigo también murió.
Mi amigo Anthony Borges, se puso de escudo y recibió cinco tiros.
El timbre de la escuela resuena como aviso de que las clases, después de 15 días, están a punto de reiniciar.
Pero los autos de los padres que vienen a dejar a sus hijos todavía forman una fila interminable.
Orapma Moreno deja a su hija en la entrada de rejas rojas de la escuela.
Dice que cuando se despidió de ella, algo se le estremeció por dentro.
No puede dejar de recordar cuando la llamó hace dos semanas, poco después de las 2:30 de la tarde y solo oía disparos.
Recuerda que se aturdió, que salió a buscarla sin zapatos.
Luego le cuenta que Andrea, desde entonces, no quiere estar sola. No quiere hablar de lo sucedido.
Dice que lo que la joven más ha necesitado en estos días es su perro, que lo crió desde que era pequeño.
“Era un regalo de mi novio que murió. Pero por más que hemos tratado, no hemos podido rescatarlo de Venezuela. Estamos desesperadas, porque creo que tenerlo aquí le podría hacer bien a Andrea“, dice.
En el estacionamiento de la escuela, detrás de los carteles de solidaridad, las velas y los memoriales, hay una decena de bicicletas con sus candados puestos desde hace dos semanas: otra de las huella de la huida del 14 de febrero, cuando los más de 3.000 estudiantes de esta escuela dejaron todo atrás para intentar salvar sus vidas.
“Nunca se puede valorar a ciencia cierta el impacto que tienen estos incidentes sobre las personas que los sufren. Pero los estudios muestran que mientras más se intente comprender lo sucedido, más posibilidades hay de sanar”, explica a BBC Mundo la psicóloga infantil Jillian Peterson, especialista en tratamiento a víctimas de tiroteos.
“Estos muchachos que regresan a la escuela vivieron una experiencia muy traumática y porque hoy regresen allí, no significa que los efectos de lo que sufrieron estén pasado. El regreso puede ayudar tanto como hacerles daño, depende de cada caso, asegura”.
A las 11:40 el timbre suena de nuevo. Es la hora de salir.
Ha sido una de las jornadas más corta de la escuela Marjory Stoneman Douglas.
Poco a poco, entre las filas de autos de los padres que esperan, los estudiantes comienzan a salir.
El día del regreso a clase, para ellos, ha terminado.
Andrea es una de las primeras en asomarse, con su mochila a cuestas. La pudo recuperar.
Hoy nos colocaron en otras aulas, en otros edificios. Pero hay muchos policías, mucha seguridad en toda la escuela.
Y siento que los profesores nos quieren comprar. En todos lados nos dan camisetas, recuerdos, cositas, como si eso ayudara a olvidar.
Aunque haya temor, seguimos con las mejores ganas de dejar el nombre de nuestro colegio en alto y trabajar como una familia tanto los hispanos como los estadounidenses para ayudar a nuestro colegio que nos ha brindado tantas oportunidades.
Esta jornada estuvimos pintando, haciendo talleres juntos, conversando con los profesores. Los profesores latinos la verdad es que nos han ayudado mucho.
Trajeron también perritos para que jueguen con nosotros y eso me hizo bien, porque yo extraño mucho a mi perrito.
Pero también ha sido muy triste, porque hay algunos de nosotros que no llegaron. Y hay algunos que sabemos que no van a volver.
Por ahora quiero pensar en los que sí volverán, en que mi amigo Anthony y los demás que están heridos se recuperarán y pronto estarán aquí.
Por
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