“Extraño a mi mamá…¡me regreso a Honduras!”
Desistió de su "sueño americano" y tras caminar varios días, decide regresar a su país
ARRIAGA- Aún faltaba una hora para que los agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) llegaran ante el Palacio Municipal, cuando tres niños hondureños se presentaron frente al mostrador, empujándose entre ellos. “Oye, vos, ¿falta mucho?”, gritó el mayor de ellos que acaba de cumplir 12 años.
Susana Anza levantó la mirada del mostrador y miró a los chicos. Sabe bien quiénes son porque estuvo toda la mañana como representante municipal entrevistando a los centroamericanos que se arrepintieron de entrar al país el 19 de octubre en el éxodo masivo de 7,000 y pidieron su repatriación.
Al principio tenían toda la intensión de llegar a Estados Unidos, pero en el caminar de los primeros 1,000 kilómetros el ánimo se fue en picada. Por los mosquitos, el sol, las ampollas, los dolores, la nostalgia, la desazón. Así sumaron alrededor de 3,400, según cifras del presidente hondureño, cuando en este poblado del sur mexicano se abrió el módulo.
Con un megáfono instalado en el centro de la plaza, el municipio informó que podría apoyarlos si pasaban al registro donde se encontraba Anza y así se apuntaron hombres y mujeres de todas las edades, pero principalmente jovencitos. “Se fueron de sus casas porque les pareció una aventura, no avisaron y lo suyo es volver”, explica la funcionaria municipal.
José, el chico impaciente de 12 años, es uno de ellos. Cuando el hermano mayor dijo que se iba de San Pedro Sula, él se apuntó juguetón y animado para sorpresa de la madre que no tuvo más remedio que dejarlo partir ante las malas condiciones de seguridad del barrio. Para cuando llegaron a México, el interés comenzó a aminorar, el chico a refunfuñar y el hermano a impacientarse.
“Están sufriendo como familia porque tienen miedo de que los agentes de migración no lo entreguen correctamente y lo lleven de vuelta a casa”, explicó Anza a este diario; al chico, sólo le precisó: “Ya no tardan en venir por ustedes”.
El muchachito sonrió y regresó al área del campamento dando saltos con un pie. “Vamos por un fresco”, dijo a otros dos.
Jonathan, de 16 años, los miró alejarse, pero no se movió de la silla. Teme despegarse de ahí y que el INM se olvide de él justo cuando lo único que quiere en la vida es volver a casa y sentarse en el mismo lugar a ver a televisión, donde unos días atrás se enteró de la existencia de una caravana.
Estaba jugando con su teléfono y viendo un programa de entretenimiento cuando vio una marcha multitudinaria camino al norte. Le pareció divertido.
Jonathan se soñó paseando por las calles de algún lugar impreciso de Estados Unidos sobre un Honda CV, su coche favorito, y con esa imagen en mente dejó el hogar sin avisar. Tomó la foto de su novia Karla, una chamarra, una playera, caminó a la terminal de autobuses y alcanzó a la caravana.
Siguieron buenos días a lado de otros jovencitos de su edad. Luego notó que su fuego interior se apagaba y, en cambio, cada día quería volver. Se lo pensó mucho. Todas las noches. ¡Tanto caminar para nada!. Pero al final concluyó: “extraño a mi mamá, sus plátanos fritos, su huevitos revueltos de desayuno y se dijo a sí mismo:, quiero estar allá”.
El transporte para llevarlos a Migración llegó a las 2:00 de la tarde. Hasta entonces Jonatan estiró las piernas. “Adios”, balbuceó con aire triste camino al vehículo al que subieron 16 personas. Al final llegaron los otros niños, corriendo. ¿Ya nos vamos?