Por qué para ser más productivos en el trabajo hay que hacer menos
Perfeccionar las llamadas "pausas activas" es más difícil de lo que parece, pero hay buenas razones por las que deberíamos buscar la manera de hacerlas.
Cuando me mudé de Washington DC a Roma, lo primero que llamó mi atención de la “Ciudad Eterna” no fueron sus ruinas o sus grandes basílicas, sino la gente que no estaba haciendo nada.
Las señoras que se asomaban a sus ventanas para ver a la gente pasar o los almuerzos de horas y horas. Básicamente, la sensación de que la gente estaba perdiendo el tiempo porque no se lo gastaban de la misma forma que lo hacía yo.
Para mí, “hacer nada” era lo opuesto a ser productivo. Y para mí productivo significaba -ya sea en modo creativo, intelectual o práctico- usar el tiempo de forma eficaz.
Pero el tiempo se encargaría de darme una lección: a medida que llenamos nuestros días con más y más tareas, muchos de nosotros estamos descubriendo que ese “no parar” no es precisamente la apoteosis de la productividad.
Es todo lo contrario: su peor adversario.
Los investigadores han descubierto que no solo el trabajo que hacemos al final de una jornada de 14 horas es de mala calidad, sino que también afecta la capacidad creativa y de razonamiento.
Y ese trabajo sin descanso, puede, irónicamente, dejarnos sin un propósito en la vida.
El autor Josh Davis propone un ejercicio para entender esto bien y sugiere que comparemos el trabajo mental con hacer flexiones y que nos proponemos hacer 10,000.
Pues bien, la manera más eficiente de cumplirla es hacerlas una detrás de la otra, sin parar. Pero físicamente, esto es imposible.
“El cerebro en ese sentido es como un músculo. Ejercítalo constantemente sin descanso y los resultados serán magros. En cambio, si le damos espacio y establecemos las condiciones adecuadas, es poco lo que no podamos hacer”, escribió Davis en su libro “Dos horas asombrosas“.
Hacer o morir
Las personas tienden a ver el cerebro no como los músculos sino como una computadora que no para.
“La idea de que puedes de manera indefinida alargar tu tiempo de concentración y productividad a esos límites arbitrarios está mal. Es autodestructivo”, señaló el investigador Andrew Smart.
“Si constantemente te pones en esta deuda con el razonamiento, donde tu cuerpo te está diciendo ‘necesitas un descanso’ pero tú sigues aplazándolo, se volverá muy peligroso”, agregó.
Una investigación encontró que trabajar muchas horas seguidas durante varios años incrementa en un 40% el riesgo de adquirir enfermedades coronarias.
Casi lo mismo que fumar.
En Japón, este síndrome de trabajar muchas horas ha creado una tendencia que se conoce como karoshi, o la muerte por “trabajar en exceso”.
Si te estás preguntando si esto significa que deberías considerar tomarte esas largas vacaciones, la respuesta es sí.
Además de que, curiosamente, podría resultar beneficioso para tu bolsillo: un estudio entre más de 5.000 empleados en EE.UU. halló que las personas que se toman menos de 10 días de vacaciones tienen poco menos de 1/3 de posibilidades de que les aumenten el salario en un plazo de tres años.
¿Y los que vacacionan por más de 10 días? Las posibilidades llegan a 2/3.
El origen de la productividad
Es fácil pensar que la eficiencia y la productividad son una nueva obsesión de estos tiempos.
Pero el filósofo Bertrand Russell estaría en desacuerdo con esa afirmación.
“Se puede decir que mientras un pequeño descanso es placentero, el hombre no sabría cómo llenar sus cuatro horas libres después de un día de trabajo”, escribió el filósofo en un texto de 1932.
“Antiguamente existía una capacidad para jugar y divertirse que fue aplastada por el culto a la eficiencia. El hombre moderno piensa que las cosas se deben hacer en nombre de algo o de alguien, y no por sí mismos”.
Pero dicho esto, algunas de las personas más creativas y productivas, aunque sigan manteniendo una estricta ética de trabajo, se han permitido tener bastante tiempo para descansar y jugar.
“Trabaja una cosa a la vez, hasta terminarla. Y termina a la hora acordada. ¡Mantente humano! Conoce personas, visita amigos y bebe si es lo que quieres”, escribió el dramaturgo Henry Miller en sus 11 mandamientos para escribir.
Incluso a nivel global, no hay una correlación clara entre la producción de un país y el promedio de horas trabajadas.
Con un horario de 38,6 horas semanales, por ejemplo, el empleado promedio en EE.UU. trabaja cuatro horas más que su par en Noruega.
Pero el aporte de éste último a la economía significa US$78,70 por hora, mientras que el de un estadounidense es de apenas US$69,60.
Horario para el cerebro
La razón por la que trabajamos ocho horas es porque las compañías cayeron en la cuenta de que, cuando reducían la jornada laboral, se daba un efecto inesperado: aumentaba su productividad.
Durante la Revolución Industrial, los horarios laborales eran de entre 10 y 16 horas.
La automotriz Ford fue la primera compañía en establecer una jornada de ocho horas.
Y el resultado fue tremendo: no solo sus empleados fueron más productivos por hora, sino que la compañía duplicó sus ganancias en poco menos de dos años.
Entonces, si ocho horas de trabajo eran mejor que 10, ¿reducir la jornada actual no lo haría aun mejor?
Por ahora, la mayoría de las investigaciones señalan que 25 horas a la semana (cinco horas por día) sería el horario ideal.
Una encuesta entre 2.000 personas en Reino Unido mostró que los empleados de varias empresas solo eran productivos durante 2 horas y 53 minutos de las ocho que duraba la jornada.
¿El resto del tiempo? Se dedicaban a buscar nuevos trabajos, revisar sus redes sociales y charlar con sus compañeros de trabajo.
Y de acuerdo al investigador sueco Anders Ericcson, de la Universidad de Estocolmo, muchos de los músicos, escritores y atletas de alto rendimiento no gastan más de cinco horas seguidas diarias en perfeccionar su arte o su técnica.
Pero claro, mientras tengamos esta insistencia en alargar nuestro día laboral o en ser altamente productivos también aumenta la necesidad de tener más descansos.
Hacer nada no significa “no hacer nada”
Pero “descansar” no es necesariamente, como señalan varios investigadores, la mejor palabra para describir lo que estamos haciendo cuando “no estamos haciendo nada”.
La parte del cerebro que se activa cuando estamos en reposo se conoce como la red neuronal por defecto (RND), que juega un papel crucial en la memoria y la visión de futuro.
“Te ayuda a reconocer la profunda importancia de las situaciones. A darle sentido a las cosas. Cuando no le das sentido a lo que estás haciendo o al lugar en el que estás, solo estás reaccionando a lo que pasa en el momento y eso tiene como consecuencia una mala adaptación emocional y cognitiva sobre los comportamientos y las creencias”, le dijo a la BBC Mary Helen Immordino, neurocientífica de la Universidad del Sur de California.
Básicamente, el RND es el lugar donde la empatía y la creatividad nacen, lo que significa que si, como Arquímedes, tuviste tu última gran idea recién cuando salías del baño, le debes agradecer a tu cuerpo.
Pero tal vez lo más importante de esta apreciación es que si no le dedicamos tiempo a poner atención en nosotros mismos, en nuestro interior, podemos perder un elemento crucial de felicidad.
Mono pensador
Pero, ¿podemos quedarnos quietos sin hacer nada? Para muchos eso es misión imposible.
Once estudios diferentes encontraron que las personas prefieren hacer cualquier cosa antes que “no hacer nada”.
Ahora, la buena noticia es que no tienes que hacer nada de manera absoluta para recibir los beneficios del descanso.
Es cierto que descansar es importante. Pero la reflexión activa, pensar sobre un asunto pendiente o una idea nueva, también sirve.
De hecho, cualquier cosa que requiera visualizar resultados hipotéticos o imaginar escenarios, como discutir un problema con amigos o dejarse atrapar por un libro, también sirven de ayuda.
Incluso las redes sociales, si se hacen con un objetivo, sirven para ejercitar el RND.
“Si solo miras una foto bonita, lo desactiva. Pero si haces una pausa y te permites meterte en una historia más amplia del porqué de la foto o la historia detrás de esa foto -es decir, crear una narrativa alrededor- entonces ahí estás trabajando esa red neuronal”, dijo Immordino.
Y tampoco toma mucho tiempo deshacer los efectos negativos de la actividad constante.
Distintos análisis señalaron que cuando se llevó tanto a adultos como a niños a zonas al aire libre, sin sus teléfonos celulares o tabletas durante cuatro días, su desempeño creativo y capacidad para resolver problemas había mejorado en un 50%.
Tiempo fuera
Caminar también ha demostrado ser una gran opción para optimizar la capacidad creativa.
Incluso si eso significa alejarse por 15 minutos del escritorio o dejar de revisar el correo por la noche.
Todo tiene que ver con nuestra obsesión por controlar: el miedo de que, si nos relajamos por un momento, todo se destruya.
“La metáfora que me gusta utilizar es la del fuego. Comenzamos un negocio. Y al año siguiente, cuando todo va bien y podemos tomarnos unos días libres, ¿contratamos a alguien para que nos ayude o nos reemplace? La mayoría de nosotros no confiamos en alguien para llevar nuestras cosas”, dijo la empresaria Janne Robinson.
“Pensamos: ‘Si no sigo, el fuego se puede apagar’. Pero, ¿por qué no confiar en que las brasas están calientes, irnos por unos días y que alguien más haga el soplido final que lo convierta todo en llamas?”.
Eso no es fácil para aquellos que sienten que tienen que estar haciendo algo todo el tiempo.
Pero bajo el principio de producir más, parece, tenemos que estar cómodos con la idea de hacer menos.
Puedes leer la historia original en inglés en BBC Capital.
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