Repatriado mexicano busca abogado contra la policía de Pittsburgh
Un mexicano que estuvo preso injustamente en Estados Unidos, espera ahora poder demandar a las autoridades que lo encarcelaron
MÉXICO – Detrás del escritorio del albergue que lo acogió en la Ciudad de México, José Luis Morales no da crédito aún a lo que vivió en los últimos trece años: desde una noche en que se sentó en el resquicio de la puerta y miró el horizonte para relajarse tras una discusión con la dueña de la casa que rentaba, quien lo acusaba de robo.
José Luis había bebido algunas cervezas y miraba hacia la oscuridad del horizonte ,cuando de pronto parecieron dos hombres negros. Se acercaron hacia él y soltaron: “This is for you”.
No sintió, ni vio, ni supo nada más hasta que se encontró en un hospital de Pittsburgh, Pennsylvania, con los intestinos de fuera. Alguien le dijo que tenía cuatro balazos en el cuerpo, dos de ellos en el vientre, por lo que hubo que cortarle un pedazo de piel de un lado y ponérselo en otro y remendar las vísceras.
También le informaron que la policía esperaba su recuperación para llevarlo preso.
“Por intento de homicidio criminal, asalto agravado con arma de fuego y resistencia al arresto”, le ratificaron tiempo después en la Corte Superior de Pennsylvania, donde le dieron copias del registro del juicio que José Luis conserva con sentimientos encontrados de seguridad y odio.
La versión que los policías registraron en ese audio fue que, al seguir un rastro de sangre, encontraron al mexicano oriundo de San Luis Potosí, con una herida de la cabeza (que le había propinado la dueña de la casa) y cuando fueron hacia él para ayudarle, éste se resistió y en la discusión él sacó un arma y disparó a los uniformados y la autoridad respondió de la misma manera, en legítima defensa, para poner orden.
“Creo que me echaron las luces en la cara y yo levanté la mano para taparme los ojos”, concluye José Luis por sus vagos recuerdos de aquella noche a la que siguieron otras mucho peor, entre dolores y las ganas de defecar y de orinar y no poder. Dos males que le recuerdan diariamente su suerte.
Lejos quedan los recuerdos de cuando era un joven soldado del Ejército mexicano con un salario digno y prestaciones sociales que nunca más tuvo en su vida, después de desertar para no soportar las recriminaciones de su superior: se puso loco porque el joven militar se había ido de prostitutas cuando debía estar en el cuartel.
Eran los mediados de los 90 y el país era un caos político, social y económico. Una vez fuera del Ejército, trabajó en muchas partes, incluso mintió para que le dieran trabajo como albañil y luego no supo poner los ladrillos en orden y lo echaron. Sin más estudios que la primaria el único camino fue andar hacia el norte a ver si le pagaban un poco más por su mano de obra más allá de las armas para las que había sido entrenado.
Por eso cruzó en el tren de carga hasta Laredo y siguió clandestino hasta Tucson y Oklahoma y poco a poco más arriba hasta que aterrizó en Pittsburgh sin imaginar que pasaría tres años en un juicio y 10 más preso por un delito que jura y perjura que no cometió: ellos me dispararon a mi, no yo a ellos. Para ayudarlo, tuvo una abogada de oficio y se metió el consulado para apoyarlo, pero finalmente le dieron 13 años y medio de prisión.
Salió de ahí el 9 de abril pasado. Veinte días después ya estaba en México con el estómago deforme y un deseo de justicia como pocos. De San Luis Potosí viajó a la capital mexicana con un objetivo muy específico: que un abogado particular tome su caso, cobre su parte si lo gana y a él lo indemnicen por los daños, los años perdidos, la salud física y mental.
Pero los días pasan y no encuentra respuesta: “Voy a esperar, pero esto no se va a quedar así”, dice molesto mientras abre y cierra sobres sobre el juicio, mientras las cifras oficiales del Instituto Nacional de Migración registran diariamente 600 deportados al país que apilan agravios.