Enlace: Trump, una fuente de inspiración para terroristas

María Luisa Arredondo es directora ejecutiva de Latinocalifornia.com

Ciudadanos rinden homenaje a las víctimas de la masacre de El Paso.

Ciudadanos rinden homenaje a las víctimas de la masacre de El Paso. Crédito: EFE

Cada año, Estados Unidos gasta miles de millones de dólares para proteger a sus ciudadanos del terrorismo internacional, pero poco o nada hace para defendernos de uno de los peores enemigos que tenemos en casa: la creciente amenaza de los supremacistas blancos alentados nada menos que por el presidente Trump.

Como lo han reconocido ya funcionarios del FBI y del Departamento de Seguridad Interna, los ataques terroristas perpetrados por ultranacionalistas blancos, como el ocurrido en El Paso contra mexicanos, están en aumento. Tan solo el año pasado, todos los asesinatos cometidos por extremistas en Estados Unidos involucraron a un seguidor o miembro de un grupo supremacista o de odio.

Lo paradójico del caso es que, en lugar de destinar más recursos para prevenir y combatir esta calamidad, se le han restado fondos. Bajo la administración de Obama, la oficina del Departamento de Seguridad Interna encargada de atacar el problema tenía 40 empleados y un presupuesto de $24 millones de dólares. Pero desde que Trump llegó al poder la oficina tiene menos de 10 empleados y un presupuesto de solo $3 millones. El colmo es que no existe ni siquiera una lista para identificar a las organizaciones terroristas a nivel nacional y en el código penal no está tipificado el delito de terrorismo doméstico.

Estos hechos no son una casualidad. Están en sintonía con la reticencia de Trump a condenar a los supremacistas blancos y con su discurso xenófobo en contra los migrantes y las minorías. Para el gobierno actual las principales amenazas para el país son los musulmanes, los inmigrantes y los refugiados.

Los ejemplos de su incitación al odio contra esos grupos son innumerables. En un mitin que tuvo lugar el pasado 8 de mayo en Panama City, Florida, Trump se refirió a la necesidad de detener la “invasión” de los centroamericanos. Un miembro de la audiencia sugirió “dispárenles”. Pero en lugar de condenar el comentario, como correspondería a un líder responsable, el mandatario lo tomó a broma.

Las consecuencias de esta retórica están a la vista. El ataque perpetrado en El Paso no fue espontáneo, ni obra de un demente. El responsable se inspiró en la “invasión hispana” de la que habla Trump para cumplir con lo que consideró una misión inaplazable: exterminar a los mexicanos que han llegado a invadir a Estados Unidos.

El clamor que se ha levantado contra la política de división del presidente lo obligó a condenar el acto y a los supremacistas blancos. Sin embargo, se quedó corto pues no anunció ninguna medida que pueda cambiar el rumbo, por ejemplo, leyes más estrictas para adquirir armas y prevenir futuros ataques. Nada dijo tampoco sobre su propia responsabilidad y la urgencia de terminar con sus declaraciones racistas. Y mientras ello no ocurra solo podemos esperar el recrudecimiento de la violencia.

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