Editorial: Apoyo al Papa Francisco
Hay que estar abierto a los cambios, al progreso
El casamiento de los sacerdotes es una larga discusión dentro de la Iglesia Católica. El cambio que se considera realizar a esta norma de la iglesia es un avance en el acercamiento de una institución que a lo largo de su historia optó por ritos y formalidades en vez de acercarse a los más humildes.
El fin de semana pasado la Asamblea Especial del Sínodo de Obispos para la Región Panamazónica recomendó al Papa Francisco que los diáconos puedan cumplir las funciones de sacerdotes. Se trata específicamente de la Amazonía en donde hay un sacerdote por cada 8,000 fieles y pasan meses sin un religioso.
La reunión fue realizada para ver cómo se pueden defender los derechos, las culturas y los recursos nacionales de cera de 2.5 millones de indígenas diseminados en nueve países, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Brasil, Guyana, Suriname y la Guyana Francesa. Esta iglesia, lejos de ser la de la Conquista que arrasó con lo indígena, busca incorporar un “rito amazónico”, una liturgia que refleje la región, entre otros.
El Papa tiene varios meses para considerar la solicitud de los obispos que, en la práctica, es un experimento que puede extenderse. La eliminación del celibato es considerado desde hace mucho como una respuesta a la falta de sacerdotes. La prohibición de casamiento se origina oficialmente en el Concilio de Letrán en 1123. Es una reglamentación para facilitar la atención del religioso al servicio de Dios sin distracciones terrenales. Su reforma no requiere mucho al no ser una cuestión doctrinaria.
Sería injusto ligar directamente el celibato a los escándalos sexuales de la iglesia. Hay pedófilos de todos los tipos, solteros, casados. Pero se puede esperar que tenga un impacto positivo al dar una vía aceptable y natural a la sexualidad natural del ser humano.
Este posible cambio crea más críticas hacia Francisco de un sector conservador de la iglesia, que estaba más cómodo con el tradicionalismo de sus antecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI. El primero un ardiente anticomunista que desconfiaba del progresismo, el segundo un teólogo tradicionalista que añoraba la antigua misa en latín de espaldas a los fieles.
En cambio Francisco rompió con la tradición desde el primer día, aunque doctrinalmente es conservador. Su visión es un catolicismo basado en los principios sociales de la iglesia, de sacerdotes que estén fuera del templo para estar más cerca de la gente.
La defensa de los inmigrantes es un pilar del papado de Francisco. Más allá de la cuestión de fe, creemos que el mundo de hoy necesita una iglesia activa en contra las injusticias sociales y económicas. Que defiende la condición humana ante una globalización despiadada, que hable por los inmigrantes y los pobres. Una institución religiosa que considere a la gente más importante que los reglamentos impuestos en la Edad Media.