Blaxicans: “Soy negra y mexicano-estadounidense y a la gente le cuesta descifrarme”
Josslyn Carrasco Glenn es una joven mexicano-estadounidense que también se identifica como de raza negra
“¿Qué eres?”, es una de las preguntas que le hacen con más frecuencia a Josslyn Carrasco Glenn cuando alguien la conoce por primera vez.
Chicana, afrolatina y blaxican, son algunos de los términos con los que la joven de 21 años se identifica.
El último, blaxican, es utilizado con frecuencia en Los Ángeles e incluye a aquellos nacidos de uniones de padres o madres afroestadounidenses y padres o madres mexicanos.
Carrasco Glenn es hija de una pareja interracial. Su madre nació en Los Ángeles y su familia proviene de México, mientras que su padre, de raza negra, es estadounidense nacido en Belice, Centroamérica.
La joven de 21 años forma parte de un grupo creciente de personas multirraciales y multiétnicas que están desafiando normas de identidad social en el país norteamericano.
Uno de cada siete niños estadounidenses (14%) pertenecía a este grupo en 2015, casi el triple que en 1980, de acuerdo a un análisis de 2017 del Centro Pew, un instituto de investigación con sede en Washington.
Josslyn compartió la experiencia de crecer en la intersección de varias culturas y razas con BBC Mundo.
Este es su testimonio en primera persona, elaborado a partir de una entrevista.
La gente me suele preguntar “qué soy” o a veces cuando me oyen hablando en español, me dicen “¡Oh! Pensé que eras india”.
Al preguntarme, parece que quisieran asociarme con “lo otro”. Les parezco “exótica”. No me considero particularmente exótica sino simplemente estadounidense.
A veces les respondo desafiante: “Soy humana”. Pero para aquellos genuinamente interesados, me gusta brindar una respuesta que sea educativa.
Así que les explico que me identifico como afro-latina,blaxican y también chicana. Crecí con una madre nacida en Los Ángeles de abuelos mexicanos y con un padre de raza negra nacido en Belice.
También depende del contexto… a veces solo digo que soy latina si conozco a alguien proveniente de Latinoamérica, pero si estoy rodeada de afroestadounidenses, también digo que soy negra.
Cuando era niña, veía a mis padres y era bastante obvio que él tenía la piel significativamente más oscura que mi madre.
Pero para mí simplemente esa era mi familia y no tenía cuestionamientos sobre ella.
Mientras estudiaba la primaria, nos asignaron una tarea para la clase de historia sobre nuestra herencia.
Nos pidieron hacer tarjetas con la bandera que nos identificaba. Y ahí fue donde noté que todos parecían tener una sola bandera mientras que yo tenía más de una: las de México, Belice y Estados Unidos.
Más o menos a los 12 años empecé a tener más preguntas sobre la forma en que me veía y mi padre me decía: “Eres de todo menos asiática, pero eres de todos lados”. Y me parecía una respuesta muy bonita.
Además, cuando era más pequeña tenía la piel más clara y se fue oscureciendo con los años.
Pese a esto, no pasé por las mismas experiencias que algunos de mis amigos, cuyos padres les decían que no estuviesen mucho tiempo bajo el sol porque aparentemente estaba mal visto tener la piel oscura.
Crecí en un vecindario predominantemente Latinx, así que había muchos sitios que vendían comida típica de México, como tamales y churros con dulce.
En nuestra casa y durante el Día de Acción de Gracias mezclábamos tamales y puré de papas por igual.
Y en festividades como el Día de los Muertos o el 5 de mayo, no celebrábamos especialmente pero mi madre nos traía dulces y caramelos cuando volvía del trabajo para reconocer las fechas.
En mi comunidad hice amigos de origen latinoamericano y mi aspecto físico no fue tan cuestionado, lo que aprecio mucho.
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No estaba realmente consciente de la política en cuanto a raza o de cómo me identificaba hasta los 17 años. Ahí fue que empecé a pensar en que era diferente de otras personas.
Todo ocurrió antes de la elección presidencial de 2016, la primera en la que pude votar.
Creo que el hecho de hacerlo me hizo pensar en la urgencia de declarar mi identidad racial y sobre todo, en entenderla mejor.
Provengo de dos de los grupos más marginados en este país y eso me da una visión única sobre cómo mis familiares de ambos lados son tratados con base en su aspecto físico, su estatus socioeconómico y hasta su cultura.
De alguna manera, esto me hace apreciar a mi familia todavía más.
Mi padre es un hombre negro y para el mundo aparentemente eso es atemorizante, aunque a mí no me lo parece.
Por otro lado, hay quienes han cuestionado que yo sea latina por el hecho de que no crecí hablando español, sino que decidí aprenderlo para conversar con familiares y otras personas.
Pero me han inspirado personas como la actriz estadounidense de padres puertorriqueños Gina Rodríguez, que ha expresado que no todas las latinas son iguales.
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Y creo que tiene mucha razón. Yo crecí con una mezcla de culturas mexicana y estadounidense, pero me siento tan latina como cualquier otra persona.
En mi caso particular es interesante porque soy una mujer de color pero mi aspecto físico es ambiguo.
Y eso quiere decir que mi experiencia no es la misma que la de muchas mujeres afroestadounidenses y latinoamericanas.
Creo que soy solo un ejemplo de la diversidad que existe en Estados Unidos y del hecho de que ha habido muchas generaciones de inmigrantes a este país.
Siento un gran aprecio por mis culturas y ser mestiza significa tener dos fuertes herencias de sangre que me permiten navegar el mundo que vivo en el presente.
*Esta nota es parte de la serie “¿Hablas español?”, un viaje de BBC Mundo por Estados Unidos para mostrar el poder de nuestro idioma en la era de Trump.
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