Entre huracanes y sismos, Puerto Rico resiste gracias a su gente

Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America's Voice

La escuela Agripina Seda sufrió daños después de un sismo en Guánica, Puerto Rico el 11 de enero de 2020.

La escuela Agripina Seda sufrió daños después de un sismo en Guánica, Puerto Rico el 11 de enero de 2020. Crédito: Ricardo Arduengo / AFP

SAN JUAN – En Puerto Rico llueve sobre mojado. Los terremotos y las réplicas de los pasados días nos tienen en ascuas removiendo y reviviendo los traumas dejados por el huracán “María” en 2017 que pensábamos habían quedado atrás.

Y nuevamente tenemos que lidiar con los desplantes del gobierno federal que ni siquiera ha liberado la totalidad de los fondos destinados a la Isla tras la devastación del huracán; con las ineficiencias del gobierno central local; con el oportunismo de los políticos que explotan hasta la desgracia del pueblo con fines electorales; y con la cruda realidad de que nunca hay planificación, solo improvisación.

De nueva cuenta queda expuesto que son los gobiernos municipales los que responden así como vecinos, líderes comunitarios e incontables voluntarios que se organizan principalmente a través de las redes sociales para repartir suministros, alimentos, asistir en el traslado de enfermos, de ancianos, de animales, remover escombros, transportar materiales de construcción, entre muchas otras cosas. La lista es larga.

Si algo aprendimos con “María” es que no podemos darnos el lujo de esperar por ayuda del gobierno y que, como familias, tenemos que desarrollar nuestros propios planes de respuesta rápida y apertrecharnos para sobrevivir.

Si para un huracán que se avisa con días de anticipación las respuestas han sido tardías y desastrosas, qué puede esperarse en caso de un sismo que es impredecible.

Viví varios años en California y me tocaron algunos sismos. Pero una cosa es pasarlo en un lugar acostumbrado a estos fenómenos y con amplios planes de respuesta, a pasarlo en un lugar donde las sirenas que alertan sobre los tsunamis a veces ni suenan.

En Puerto Rico, como quizá en otros lugares, no nos caracterizamos por la buena planificación. Durante décadas los expertos advirtieron que el gobierno repartía permisos a diestra y siniestra para construir en zonas costeras y en áreas inundables, por ejemplo, y que en algún momento el mar reclamaría lo suyo. Y que el cambio climático nos pasaría factura. Si a eso se le suma que a nada se le da mantenimiento, incluyendo los drenajes que se atiborran de escombros, no es de sorprender que aquí con un chubasco hay sectores residenciales que se inundan completamente. Y en el caso de los sismos, quedó al desnudo la práctica de construir sin los códigos adecuados para prevenir colapsos o derrumbes como los provocados en los pasados días por los temblores.

A pesar de estar rodeada de agua por todas partes y de gozar de un fuerte sol durante todo el año, tampoco hemos desarrollado proyectos de energía renovable que nos libren de la dependencia en el petróleo, el carbón y el metano para producir energía eléctrica. Los sismos volvieron a plasmar la fragilidad de nuestra maltrecha red eléctrica. Quedamos a oscuras, aunque el servicio regresó con más prontitud; pero hay sectores que todavía están sin energía eléctrica.

Pese a su tierra fértil y clima favorable, la isla importa 85% de sus alimentos.

“María” dio al traste con muchos de los esfuerzos de energía renovable y de producción agrícola. Pero si algo bueno tiene Puerto Rico es su gente. Es su mejor recurso, No se quitan. Siguen tratando. Se reinventan. Son resistentes.

Esa resistencia, ese aguante evidenciado tras “María” se ha vuelto a asomar ante la emergencia de los sismos. Sí, hay ansiedad y en muchos casos pánico, pero también hay un sentido de comunidad forjado en duras pruebas, que no me cabe la menor duda nos llevará a la otra orilla, ya sea que venga el huracán o se estremezca la tierra.

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