Paseos y casualidades que cambiaron la historia del pensamiento (cual manzana de Newton)

Los filósofos han tenido sus propios detalles biográficos que determinaron la génesis de sus obras inmortales

Recreación del filósofo alemán Immanuel Kant en la Biblioteca Estatal y Universitaria de Königsberg, Prusia Oriental.

Recreación del filósofo alemán Immanuel Kant en la Biblioteca Estatal y Universitaria de Königsberg, Prusia Oriental. Crédito: Getty Images

Una simple magdalena inspiró a Proust la escritura de “En busca del tiempo perdido”, una de las grandes obras de la literatura universal. Los filósofos también han tenido sus propias “magdalenas”, detalles biográficos que han determinado la génesis de sus obras inmortales.

Veamos los equivalentes funcionales de la magdalena proustiana en algunos grandes filósofos como Rousseau, Diderot y Kant. Son anécdotas que transforman la época moderna.

Y circunstancias que condicionan las reflexiones de tres filósofos cuyas ideas resultan fundamentales para comprender nuestra modernidad.

La temprana encarcelación de Diderot

Si a Diderot no le hubieran encarcelado al circular sus primeros escritos, a buen seguro no se hubiera empeñado tanto en sacar adelante su Enciclopedia, cuya influencia resulta decisiva para combatir los prejuicios y la superstición de su época, favoreciendo así el advenimiento de la Revolución Francesa.

La necesidad económica hizo que Diderot vendiera a la zarina Catalina II de Rusia su biblioteca con sus manuscritos. Necesitaba dinero para la boda de su hija.

Gracias a esta providencial circunstancia, todos sus manuscritos pasaron a manos de la emperatriz rusa.

De no haber sido así, es probable que muchos de sus escritos pudieran haberse perdido, como muestran las curiosas vicisitudes padecidas por edición de sus obras.

La tertulia de Diderot, 1888.

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La tertulia de Diderot, 1888.

Además, esa venta le hace viajar hasta San Petersburgo y, frustrado por no conseguir asesorar a la déspota ilustrada en sus reformas políticas, Diderot escribe sus contribuciones anónimas para la Historia de las dos Indias del abate Raynal.

El presidio de Diderot también es decisivo para Rousseau. Una visita a su amigo encarcelado en la fortaleza de Vincennes provoca que Rousseau abandone su primera vocación musical para escribir ensayos filosóficos cuya repercusión es totalmente inusitada.

De camino a la fortaleza, y agobiado por el calor estival, Rousseau se refugia bajo la sombra de un árbol para ojear una revista literaria donde se convoca cierto concurso académico. El concurso propone responder a la cuestión de si los avances científicos comportan o no un progreso moral.

En su duermevela desfilan ante sus ojos los héroes antiguos de sus lecturas infantiles y vislumbra las claves para mejorar el orden social de toda república.

Tras comentar su idea con Diderot, e incentivado por éste, redacta su primer Discurso, que resulta galardonado. Esta circunstancia le catapulta súbitamente a la fama y al poco se cartea con todo un Voltaire e ingresa en el Olimpo de los filósofos.

El hurto juvenil de Rousseau

Pero en realidad todo empieza con un pequeño gran hurto. Sin ese robo Rousseau no hubiera escrito sus Confesiones e inventado con ello el género autobiográfico de la era moderna. Tampoco hubiera tenido, con sus influyentes reflexiones morales y políticas, el impacto que legó al pensamiento ético de Kant.

Los remordimientos le atenazan de por vida por algo que hizo a los dieciséis años. Trabajando en Turín como lacayo, sustrajo una cinta ornamental para el cuello. Rousseau acusó del hurto a Marion, una joven doncella de la que se había enamorado. Ambos son despedidos.

Los remordimientos por el aciago destino que imagina haber infligido a la víctima de su mentira le acompañan siempre y le incitan a escribir su autobiografía, según cuenta él mismo en sus Ensoñaciones de un paseante solitario.

Esta traumática experiencia juvenil, tantas veces recreada por su memoria e imaginación, modela una concepción de la conciencia moral que Kant hace suya.

Para Kant, cumplir con la ley moral nos libra del remordimiento y permite quedarse satisfecho con uno mismo, al no causar daño a los demás, tal como proclama Rousseau. Esa pauta procedimental nos brinda un marco de convivencia, donde la propia libertad sólo tiene como límite no perjudicar las libertades ajenas.

Los paseos frustrados de Kant

Al escribir su Emilio, o de la educación, Rousseau quiere demostrarse a sí mismo, y de paso al mundo, que le preocupa la infancia, por más que abandonase a toda su prole. Sus cinco hijos fueron enviados a un orfanato.

Poco importa que fuera una práctica bastante habitual, como muestran las estadísticas del momento.

Intenta justificarse aduciendo que sigue las enseñanzas impartidas por Platón en su República y que por añadidura ha librado a sus hijos de un destino aún más cruel, al separarles de sus perversos parientes maternos. Como quiera que sea, sus cuitas le hacen escribir el Emilio, un texto que ha de calar muy hondo en Kant.

Tan hondo cala que Kant deja de dar sus cotidianos paseos por Königsberg cuando recibe las dos obras, y sus vecinos no pueden poner en hora sus relojes, tal como acostumbran a hacer gracias a su exquisita puntualidad. Kant deja de pasear por estar enfrascado en la lectura del Contrato social y el Emilio.

Entonces describe a Rousseau como una especie de “Newton del mundo moral”. Con su Fundamentación y su Crítica de la razón práctica, Kant sienta las bases de la ética moderna, inspirado por esas lecturas de Rousseau.

Anécdotas convertidas en categorías

Cosas aparentemente triviales contribuyen a cambiar la historia del pensamiento, como muestra el entrelazamiento de las anécdotas recién recordadas. Los pensadores más egregios fueron también personas de carne y hueso afectadas por sus circunstancias.

Detalles que parecen nimios e intrascendentes determinan el devenir de la historia universal, como nos muestra Juan Eslava Galán en sus libros o Nieves Concostrina con su programa radiofónico, desgranando con amenidad un rosario de divulgativas anécdotas que no desdeñan el rigor historiográfico.

*Roberto R. Aramayo es profesor de Investigación e historiador de las ideas morales y política del Instituto de Filosofía (IFS-CSIC).

**Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Haz clic aquí para leer la versión original.


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