¿Quién paga “al coyote” y otros agravios a una niña tras el asesinato de su padre?
Lluvia Esperanza emigró a Estados Unidos, para ayudar a su familia, pero las cosas no salieron como ella quería
MÉXICO – El asesinato fue un domingo 30 de septiembre. Las estadísticas oficiales reconocieron ese año que hubo 2,317 asesinatos en el estado de Guerrero, una cifra más en el granero de nota roja que es el país; una desgracia total para la familia de Lluvia Esperanza quien recién había cumplido 16 y se despertaba huérfana de padre.
Eran las 9:00 de la mañana y ella tenía que hacer un trabajo escolar en equipo en el pueblo donde se había mudado para estudiar el bachillerato. Como ahí no hay buena señal para internet, los compañeros de escuela se reunieron en un cibercafé.
Mientras se ponían de acuerdo y esperaban a los que faltaban, Lluvia Esperanza entró a su cuenta de Facebook. Un mensaje de su primo entró con urgencia: “Mataron a tu papá”, decía. Ella no creyó, pensó que era una broma. “No juegues con eso”, respondió. Pero cinco minutos después, su hermano, se lo confirmó.
—Ven a El Tamarindo —le rogó. —Mamá no está y no sabemos qué hacer.
Ella corrió a casa, al municipio de Ometepec, y cuando llegó allá se enteró de todo. O de casi todo porque su papá nunca les contó sobre los problemas que tenía y que lo acorralaron hasta la muerte mientras fumigaba su sembradío de maíz como buen campesino que no da tregua al fin de semana.
Los hermanos Esperanza porque escucharon palabra por palabra de los testigos. Así supieron que fueron dos hombres los que abordaron a su papá, que uno de ellos sacó un arma y le disparó por la espalda, lo sangró de las costillas y, malherido, éste gritó a quienes lo acompañan en el surco que corrieran.
Al desbocado, le dieron otro disparo en la pierna y cayó al piso. A rastras trató de escapar y así llegó a la carretera, pero fue inútil. Ahí mismo le dieron el tiro de gracia, un balazo en la cabeza. Los agresores verificaron que estaba muerto y huyeron.
El ministerio público tardaría en llegar. Los Tamarindos está lejos de la cabecera municipal de Ometepec, por eso los amigos del papá de Lluvia Esperanza fueron a levantar el cuerpo, lo llevaron a casa, lo bañaron, lo cambiaron y lo tendieron y cuando la policía llegó se lo quería llevar, pero los pobladores lo impidieron.
Si lo llevaban tendría que pagar por la autopsia, por las averiguaciones y todo lo que se les ocurriera a los ministeriales por tratarse de un asesinato y la familia vivía al día, apenas para sostener a los tres hijos de 16, 12 y 13. El mayor, de 19, ya se había independizado y vivía con la novia.
Finalmente el niño de 12 dijo a los policías: “Mi papá se queda”.
Cuando Lluvia Esperanza llegó a casa, los ministeriales se habían ido y una nube negra se instalaba. Por teléfono, dijeron a la madre que seguía ella. Y los hijos. Enterraron al patriarca a sabiendas que había matones al acecho. Luego se fueron, lejos de esa tierra maldita. Impune.
Tiempos duros
El hermano mayor dijo que él se haría cargo de la familia. “Vengan”, ordenó con seguridad después de la sepultura. Pero cuando llegaron al pueblo donde vivía él, se dieron cuenta que no tenía nada que ofrecerles pues apenas estaba saliendo de la pubertad y era casi un niño también, ¿qué más podría ofrecerles sino solidaridad?
La mamá se empleó, entonces, en una cocina y Lluvia Esperanza en una pizzería, pero, por más esfuerzos que hacían, no les alcanzaba el dinero y la pasaban mal, medio comían, la renta los atenazaba, los útiles escolares eran un deber para con los más pequeños y la preparatoria de la muchacha había quedado en el pasado.
De aquellos años en que Lluvia Esperanza era una bachiller con aspiraciones a licenciada en Turismo, sólo quedaban anhelos. Quizás por eso sentía ilusión seguir en contacto por teléfono con Jorge Altamirano, un chico que conoció en el preuniversitario con quien había tenido un romance hasta que éste emigró a Estados Unidos.
Desde allá se mostraba nostálgico, rememorando los amoríos de colegiales y era romántico y entrañable y empático.
—Ven a EE.UU., a ver qué pasa. Yo te ayudo a pagar el coyote y aquí ayudas a la familia.
Diálogos similares los recuerda a detalle Lluvia Esperanza. Insistentes. Reiterativos. Una y otra vez hasta que ella aceptó. Más obligada por el dinero, por ayudar la familia que por una ilusión amorosa.
Se puso de acuerdo con una hermana de Jorge Altamirano para partir juntas a finales de agosto. Cruzaron la frontera acompañadas de un traficante de indocumentados que contrató la familia de él y, para inicios de semana ya estaban en Phoenix, donde su rudimentario inglés se redujo a cero compresión.
En la familia de Lluvia Esperanza no hay emigrantes, ella fue la primera. El miedo a lo desconocido, la empujó a aceptar la invitación de su exnovio de alcanzarlo en Kansas, donde acordaron retomar la relación de noviazgo que tenían en Guerrero, pero, en la convivencia diaria, la trataba como esposa, cariñoso, alegre.
Un mes después, ella notó un cambio. La criticaba por estar flaca y poco después, cuando Lluvia Esperanza ganó unos kilos, la llamaba gorda. “Su papá veía y no decía nada; las hermanas me negaban la comida y por eso me puse a trabajar y, entonces él me empezó a celar”.
Un día la visitó por sorpresa en la tienda donde ella trabajaba y se molestó porque había sólo hombres, insinuó que eran sus amantes, que mejor no saliera de casa; cuestionó por qué ella no salía embarazada porque él quería muchos hijos…
Un estudio de Anel Alvarez para el Colegio de la Frontera Norte detectó que, una vez en Estados Unidos, la vulnerabilidad que las mujeres inmigrantes padecen es diversa y se acentúa según el estatus migratorio con el cual hayan ingresado ya que las leyes hacen una separación muy marcada respecto a los servicios sociales a los cuales pueden acceder.
Por otro lado, las redes familiares son un factor importante para los migrantes, consideradas como una forma de capital social. Éstas no solamente agilizan la movilidad y el contacto en origen y destino, sino que también facilitan la integración a las nuevas sociedades.
Lluvia Esperanza no tenía nada de esto, además de las otras grandes limitantes para incorporase a la nueva sociedad como son la barrera del idioma, las diferencias culturales, la carencia de recursos económicos y la baja protección social.
“Para las migrantes que no tienen redes (amigos, familia), el proceso de adaptación e integración es más lento. Para algunas de ellas, integrarse a la sociedad receptora les resulta más difícil, el miedo y la angustia que vivieron al cruzar está constantemente presente y muchas veces les impide incluso realizar sus actividades diarias o participar en la nueva sociedad”.
Lluvia Esperanza estaba cansada de la mala relación y el fin de año, después de varias amenazas, le dijo que quería irse porque estaba harta. Según su versión, Jorge Altamirano se puso furibundo y la golpeó. Ella, le regresó el golpe con la cabeza en un intento por liberar los brazos y le hizo sangrar la nariz. “Si me muero será tu culpa”, reprochó el hombre.
Era 31 de diciembre. Jorge Altamirano se había metido al baño después de la discusión y ella aprovechó para huir. En el camino, rezaba por encontrar a alguien que la ayuda y encontró a un vecino mexicano que la llevó a casa de sus papás y le dieron café para recibir el Año Nuevo y le permitieron hacer una llamada telefónica a su mamá.
Al día siguiente partió hacia otra ciudad donde la apoyaría una amiga de su madre para esconderse, para olvidar. Pero poco después la empezó a buscar el ex novio a través de Facebook, de Messenger y a la familia: “Soy astuto. Aquí los espero”, escribió para amenazar.
“Ya sabes que para morir nacimos. Cuida a los tuyos, a los más pequeños, que son los que están en la lista. Quiero ver de qué están hechos, si de veras son de huevos para empezar la masacre”.
La otra versión
Jorge Altamirano niega haber maltratado o amenazado a la muchacha. En entrevista con este diario dice que sólo quiere su dinero y por eso la busca. No es acoso, sino un asunto pragmático: él se endeudó para pagar al coyote con un usurero que le cobra el 10% de intereses y tal como están las cosas actualmente, sólo trabaja para la renta, el coche y esa deuda.
“No es justo”, argumenta. “Menos ahora que me casé y voy a tener una niña”.
La propuesta de él es que Lluvia Esperanza pague, al menos $5,000 dólares. Si ella no puede, entonces los hermanos, la mamá… ¡alguien! Pero nadie responde. Lluvia Esperanza cambió su cuente de Facebook con otro nombre. Tiene miedo. Otra vez.