El esclavo cubano que se convirtió en el primer payaso negro
La azarosa vida de Chocolat
Un negro vestido con chaqué y sombrero de copa irrumpe en el escenario del Nouveau Cirque. Es marzo de 1888 y París descubre a Chocolat. Acaba de nacer el primer artista de circo negro de la historia.
Su éxito es rotundo e inmediato. En poco tiempo, ese mimo desconocido se convertirá en un ícono de la cultura popular francesa.
Pero la fama no debió de parecer el destino más probable para Rafael – el hombre detrás del personaje de pantomima- cuando nació esclavo en Cuba en algún momento entre 1865 y 1868.
Tan difusos como su fecha de nacimiento son la mayoría de detalles de su infancia, incluido su verdadero apellido.
“Era huérfano y fue propiedad de un amo hasta que este lo vendió a la familia Castaño cuando tenía entre 10 y 12 años”, apunta Gérard Noiriel, autor de la primera biografía sobre Rafael.
Los Castaño eran originarios de Sopuerta, una localidad a unos 20km de Bilbao, en el País Vasco. Campesinos pobres emigrados a Cuba a mediados del siglo XIX, hicieron fortuna en Cienfuegos, en el sur de la isla.
La esclavitud se había abolido en la España peninsular en 1837, pero continuó siendo legal en Puerto Rico y Cuba, las dos únicas colonias que el país europeo conservaba en América, hasta 1873 y Cuba respectivamente.
“Patricio Castaño compró a Rafael para entregárselo a su madre, que seguía viviendo en la granja de Sopuerta”, agrega el historiador.
Blanqueo de piel
Con ese viaje a un pequeño pueblo vasco empieza la aventura de Rafael al otro lado del Atlántico. Pero el mundo del espectáculo parisino aún queda muy lejos.
“Un descendiente de Patricio Castaño a quien entrevisté me contó que su abuela recordaba un acontecimiento extraordinario en la aldea: la llegada de un joven criado negro. Como los campesinos del pueblo jamás habían visto un negro, intentaron blanquearle la piel con un cepillo”, cuenta Noiriel.
Ante tal recibimiento, Rafael decide huir. La familia Castaño trata de capturarlo, pero es inútil. En Bilbao, el cubano encuentra trabajo como criado del clown inglés Tony Grice y consigue salir del país.
Liberado, aunque en tierra extraña, su suerte ha cambiado. En 1886, Rafael llega a París y solo dos años más tarde se estrena como protagonista con la obra “La boda de Chocolat” (La noce de Chocolat). En poco tiempo, el joven mimo cubano se convierte en una de las grandes estrellas del Nouveau Cirque, una de las salas más prestigiosas de la ciudad.
“Los prejuicios raciales que predominaban en Europa en aquella época explican que la simple vista de un hombre negro provocara la risa del público. Pero el éxito de Rafael se debió también a su talento. Fue el primer artista que presentó a la audiencia francesa la gestualidad salida de la cultura de los esclavos afroamericanos”, señala Noiriel.
Dúo famoso
Al ver el caluroso recibimiento del público, el director del Nouveau Cirque decide asociar a Rafael con el inglés George Foottit, uno de los payasos más famosos de la época.
La fórmula funciona y el dúo se vuelve inseparable. Juntos, Foottit y Chocolat se convierten en un gran negocio y revolucionan la comedia circense.
Una de las claves del éxito de la pareja consistió en tomar dos estereotipos de payaso que ya existían, Carablanca y Augusto, y combinarlos de forma novedosa.
Foottit representó el papel de Cara Blanca, el clown con maquillaje extremadamente pálido, parco en gestos, que transmite una imagen de orden, prudencia y represión. Chocolat fue Augusto: el pícaro torpe, extravagante e impulsivo. Un contrapunto perfecto.
“La fama del dúo fue tal que llegaron a ser los primeros actores del cine mudo filmados por los hermanos Lumière, las primeras estrellas de la publicidad, del cómic, de juegos y juguetes para niños… Chocolat fue también el primer payaso que actuó en hospitales para aliviar a los niños enfermos. Esto le valió la medalla del mérito republicano”, indica el autor francés.
Pérdida de popularidad
Pero la popularidad del artista cubano no duró. El siglo XX, con sus nuevas modas y espectáculos, diluyó sin remedio el carácter único de Chocolat.
En 1902, una pareja de bailarines de Harlem presentan por primera vez el “cake walk” en París. Esta forma de bailar nacida entre los esclavos africanos de Estados Unidos, con sus movimientos alegres y desinhibidos, triunfa en Broadway y se convierte en un fenómeno de masas. El salto a Europa no tarda en llegar y Chocolat deja de tener la exclusiva como artista negro sobre los escenarios franceses.
“Ya no está de moda y su contrato con el Nouveau Cirque no se renueva”, apunta Noiriel.
Aproximadamente hasta 1910, Foottit y Chocolat continúan actuando con relativo éxito por Francia y en otros lugares de París. Tras la ruptura del dúo, el cubano intenta labrarse una carrera en el teatro, pero fracasa.
“El público francés podía aceptar que un negro fuera payaso, pero no un actor de teatro”, dice el escritor.
La suerte de Rafael había dado un nuevo giro. En 1914 estalla la I Guerra Mundial y la Belle Époque, con su aparente despreocupación, salta por los aires. El cubano, reducido a la miseria, trabaja en un circo ambulante. El público aún lo reconoce, pero poco a poco cae en el olvido.
El 4 de noviembre de 1917, con poco más de 50 años y lejos de la celebridad de la que había gozado apenas unos años antes, el clown fallece en Burdeos.
Casi un siglo después de su muerte, la figura de Rafael se vuelve a reivindicar, sobre todo desde la perspectiva de su papel pionero como artista negro.
En 2012, Gérard Noiriel publicó su biografía y en 2016 se estrenó la película Chocolat, dirigida por Roschdy Zem, sobre la vida del payaso.
Sin embargo, asegura Noiriel, aún queda mucho por conocerse del periplo de Rafael, empezando por un apellido que complete su identidad.
“El empleado del ayuntamiento de Burdeos encargado de registrar su fallecimiento constató que no tenía nombre. Aunque la esclavitud había desaparecido hacía tiempo en España y en Francia, Rafael nunca se emancipó legalmente. El funcionario le atribuyó un apellido que nunca tuvo en vida: Padilla”, cuenta el autor.
De esa manera se le identifica en la sencilla placa colocada recientemente en la zona para indigentes del cementerio protestante de Burdeos, donde descansan sus restos: “Clown Chocolat, Rafael Padilla, 4 de noviembre de 1917”.