Por más duras que sean, las crisis sentimentales son pasajeras

Si atraviesas por este terrible momento, lo mejor es darle tiempo al tiempo y no tomar decisiones prematuras

¿Cómo unos pocos Whatsapp podían armar semejante problema? Cuatro mensajitos bastaron para dejar en evidencia un amor platónico que estaba oculto para ambos. El problema, era que debería continuar oculto porque ella estaba casada.

Sol guardó el celular en la cartera y se quedó diez minutos parada en la esquina. ¿Para qué lado ir? Los chicos ya habrían llegado del colegio pero ella no tenía apuro en volver. En realidad, no podía volver. Cómo estar conectada con sus hijos si sentía que un rayo acababa de partirla al medio?

Instintivamente, supo que aquél breve intercambio acababa de empujarla a una crisis. Partida en dos, decidió volver caminando a su casa. Como estaba a ocho kilómetros, tendría tiempo de pensar y llegar a su hogar como si nada hubiera pasado. Una hora después y aún a veinte cuadras del destino, supo que eso no era posible. Su vida había cambiado para siempre. Aunque no pudiera ponerlo en palabras, sabía que nada sería lo que había sido hasta esos mensajitos. ¿Cómo era posible?

“Se sentía encendida al descubrir que aquél hombre impresionante podía enamorarse de ella. Justo ella, que sentía que no valía tanto, resignada a ser la Cenicienta, aburrida por la rutina del trabajo, los chicos y su marido, acababa de enterarse que era valiosa. ¿Cómo alguien, tan importante, podía mirarla con ojos de admiración?”

Sorprendida y maravillada por la situación desatada con su príncipe imposible, no podía contestar ni una de todas las preguntas que surgían a borbotones. ¿Se separaría? ¿Perdería su familia? ¿Cómo podría mirar a los ojos a su amado marido esta noche, después de semejante deslealtad? Su corazón ya sentía vergüenza y culpa. ¿Cómo hacer  para conectar con sus hijos cuando vinieran a abrazarla, si la vida la había empujado a millones de kilómetros?

Impulsada por las circunstancias, al llegar a su casa no tuvo más remedio que sacar sus dotes actorales y fingir que no había pasado nada. Después de todo, no era algo tan difícil:  los seres humanos solían estar muy entrenados en agradar al otro y hacer como si todo estuviera bien. Otra derivación de la enorme capacidad de mentir de las personas, surgida a raíz del miedo a ser rechazados.

“El amor prohibido fue avanzando y Sol se encontró que la grieta que había surgido aquella tarde fatídica no solo no se cerraba, sino que cada vez la alejaba más de su marido y su vida tal como la había conocido. No estaba segura de qué hacer; ni siquiera si debía hacer algo”.

Se sentía a bordo de esos bólidos de los juegos olímpicos de invierno, en los que los deportistas se deslizaban a altísimas velocidades en toboganes de hielo, sin poder elegir mucho ni observar nada. Cómo poder ver algo cuando uno va a semejante velocidad? Toda la atención está puesta en no tener un choque mortal en cada curva. Sobrevivir, lisa y llanamente. Tal como Sol se sentía.

Cada día era de una dualidad insoportable. El infierno y el paraíso, uno a un milímetro del otro. De la borrachera del amor, al desgarro de saber que no era un amor posible. Todo sin escalas, en cuestión de segundos. Quería controlar el proceso, pero se daba cuenta que no controlaba nada.

-No haga nada; ni siquiera tenga apuro por resolver el problema, -le dijo su terapeuta.

Sol que lo miraba desahuciada, necesitando que le dijera qué hacer, y el infeliz le bajaba una línea que ella juzgaba pasteurizada.

“-En situaciones como estas, lo más importante es dejar que la tensión persista. Estamos tentados a decidir, en la esperanza de sacarnos el problema de encima, como sea. Pero eso no es posible. Es mucho mejor aguantar hasta que uno pueda ver con nitidez”, -amplió el profesional.

-Pero me estoy muriendo, -balbuceó ella.

-No. Es solo una sensación de su mente. Puede seguir viviendo con normalidad aunque sienta que tiene la cabeza y la vida partida.

En su casa, la situación era insostenible. Por más esfuerzos que hiciera por sobrellevar la situación, estaba enojada con su marido. Esas paradojas de la vida en donde el victimario se siente víctima. Las cosas iban de mal en peor, y cada parte de su doble vida se alejaba aún más de la otra. Sentía que iba a morir desgarrada por las fuerzas que la tironeaban para lados opuestos.

-Tiene el privilegio de vivir una crisis, -dijo el terapeuta con vos pausada.

-Privilegio?

-Sí. Las crisis son una invitación al cambio. Desarman nuestras estructuras rígidas que nos están impidiendo ser lo que somos. Uno tiene que dejar de querer controlar el futuro para poder vivir lo que está pasando ahora.

Sol escuchaba muda.

-El dolor es resistencia, -siguió. -Cuando nos entregamos a la experiencia dolorosa, se evapora. Pero cuanto más rechazamos la realidad, más duele. Agradezca esta crisis que está pasando, que usted va a salir renovada.

El problema era que Sol no quería salir renovada. Al menos no voluntariamente. Quería estar con su amor, sin perder su familia. Pero al igual que toda crisis, llevaba implícita la imposibilidad de volver atrás y habría pérdidas inevitables.

Muchos años después, pudo comprender que su terapeuta tenía razón y que ese había sido el período de transformación más grande de su vida.

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