“Sólo podemos volver a EEUU muertos”: “el búnker” acoge en México a los veteranos deportados
Héctor Barajas fundó en Tijuana “el búnker”, un lugar que acoge y ayuda a otros veteranos en situaciones similares a la suya
La única posibilidad que tienen actualmente de regresar a Estados Unidos es para ser enterrados después de muertos.
En esta situación se encuentran miles de veteranos extranjeros que sirvieron en las filas del ejército de Estados Unidos y fueron deportados a sus países de origen por distintas razones.
La mayor parte de ellos son mexicanos.
Los que son enviados a la localidad mexicana de Tijuana, en la frontera con California, tienen un lugar que los acoge: el búnker.
Una cama para dormir
El búnker es un modesto edificio de dos plantas en el que los veteranos deportados encuentran una cama donde dormir, comida, asesoría legal y, sobre todo, camaradería.
Héctor Barajas Varela lo fundó en 2013, tras renunciar a intentar cruzar -una vez más- la frontera hacia EE.UU. de forma ilegal.
El veterano está inmerso en un proceso legal para obtener la ciudadanía estadounidense y, mientras tanto, trabaja, come, duerme y vive en el búnker.
El centro le sirve además para sobrellevar la ansiedad y tristeza que le produce estar separado de su esposa e hija, que viven en California, donde él mismo creció y residió durante dos décadas.
Deportado tras servir en el ejército
Barajas llegó a Estados Unidos en 1984, cuando tenía 7 años. Creció en las afueras de Los Ángeles y se crió como cualquier otro niño.
A los 17 años, se enroló en el ejército, donde sirvió entre 1995 y 2001.
Barajas explica que se alistó por varias razones: para obtener educación, un trabajo estable y la ciudadanía, y para distanciarse del entorno en el que estaba creciendo.
“El servicio militar fue una de las mejores cosas que me pasaron en la vida. Conocí personas de todos los grupos y procedencias, había hispanos, blancos, afroestadounidenses… y sobre todo había mucha camaradería”, recuerda Barajas.
Tras pasar por varias posiciones, Barajas se formó como paracaidista y recaló en una unidad de alto rendimiento, la unidad 82 de las Fuerzas Aéreas.
“Arriesgábamos nuestra vida, entrenábamos y trabajábamos duro, pero lo disfruté. Fue una de las mejores etapas de mi vida”, dice.
Tiempo en prisión
Los problemas llegaron tras dejar el ejército, del que se retiró con licenciamiento honroso.
“Unos meses después estuve implicado en un tiroteo, fui a la cárcel por algo más de dos años y fui deportado a México tras cumplir la sentencia en 2004”.
El exparacaidista cruzó de nuevo a Estados Unidos pero lo hizo sin papeles y fue atrapado en 2010. Después de esa segunda deportación decidió no volver a intentarlo de forma irregular.
El año pasado, el gobernador de California, Jerry Brown, le otorgó el perdón.
“Esto perdona la parte criminal que ocurrió hace más de 13 años, pero todavía tengo que acudir a la vía migratoria para solicitar la tarjeta de residente”, aclara.
“Estoy en ese proceso hacia la ciudadanía desde hace un año y medio”.
Cambio en la ley
Hasta 1996, los veteranos del ejército estadounidense no podían ser deportados, aunque hubieran cometido un crimen.
La ley de Reforma de la Inmigración Ilegal y Responsabilidad del Inmigrante, de 1996, amplió los casos en los que los extranjeros pueden ser deportados, incluyó a los veteranos y prohibió a los jueces migratorios hacer interpretaciones de la ley en los casos de deportación.
“Es injusto que se esté deportando a los veteranos, pusimos en riesgo nuestra vida”, sostiene Barajas.
“No justificamos ningún tipo de crimen o delito pero ya pagamos lo que le debíamos a la sociedad, fuimos a prisión. Los errores que cometimos no deberían definir el resto de nuestras vidas”.
Actualmente la única forma en que un veterano deportado puede volver a su casa de Estados Unidos es si muere.
Para Richard Ávila, de 62 años, la imagen de verse enterrado en su adorada California en la que ahora tiene prohibida la entrada le parece una gran ironía.
“Cuando vivía en EE.UU. visité todas las tumbas de familiares y amigos. Tengo ese sentido de lealtad, es una forma de mostrar reconocimiento por mi parte”, señala Ávila en conversación con BBC Mundo.
“Es muy pronto decirlo ahora pero sería terrible no poder visitar en vida la tumba de la persona que más he amado en mi vida: mi madre”.
Destino Vietnam
Ávila llegó a Estados Unidos cuando tenía 1 año y unos meses.
Sus padres emigraron desde México con toda la familia.
“Todos teníamos papeles”, subraya. “Fui ciudadano legal por 40 años antes de ser deportado y que me retiraran la residencia legal”.
Al igual que Barajas, Ávila se alistó en el ejército a los 17 años de edad y entró en servicio a los 18. Fue destinado a la guerra de Vietnam y también estuvo en Japón y Filipinas.
Con absoluta franqueza, el veterano relata que durante aquella etapa se hizo adicto a las drogas.
“Nunca había probado las drogas antes de unirme a los Marines ni antes de ir al extranjero. Una vez allí, era como se ve en la película “Apocalipsis Now“, todos consumían drogas”.
“Caí en la presión del grupo, empecé a consumir y eso le puso fin a mi carrera militar. Me retiraron un año antes de tiempo, serví tres años cuando mi alistamiento era para cuatro. Fui licenciado bajo “condiciones indeseadas”, así lo llaman”.
Al regresar a la vida civil, Ávila siguió lidiando con su adicción a las drogas y años después cometió un robo a mano armada. Fue sentenciado a diez años de prisión.
“Fue un delito bastante grave. No puedo quitarle importancia. Cumplí cinco años de condena porque en esa época había en California una provisión por la que te compensaban un día por cada día cumplido”, expone.
Varias deportaciones
Cumplida la sentencia, las autoridades emitieron una orden de deportación que tras varias apelaciones se ejecutó en 1997.
En ese tiempo era más fácil que ahora cruzar de nuevo a Estados Unidos y Ávila lo hizo durante varios años. En total tiene en su historial unas diez deportaciones.
La última vez que fue arrestado en tierra californiana fue en 2008. Desde entonces, tras pasar una vez más por la cárcel y ser nuevamente deportado, no ha vuelto a pisar EE.UU. como hombre libre.
No pudo despedirse de su madre, quien murió hace ocho años.
“Fue lo más duro para mí aceptar que no la iba a volver a ver y estar en una posición en la que no podía asistir al funeral, no he visitado su tumba”, cuenta emocionado.
Contra la soledad
Tanto Barajas como Ávila y otros hombres que conocemos en el búnker tienen familia en el lado estadounidense y no pierden la esperanza de poder regresar con ellos.
“Una de las principales cosas que obtengo en el búnker es esperanza. Tengo esperanza de que un día se nos deje regresar a EE.UU. Espero estar vivo para verlo”, dice Ávila, quien define el búnker como un lugar donde los deportados pueden sentirse acompañados.
“Cuando llegué a Tijuana me sentía muy solo. No conocía el país, no hablo muy bien el español y me sentía muy solo. Llegando al búnker Héctor me ofreció cama y comida”, evoca.
Barajas ofrece asesoría en cuestiones legales y técnicas sobre acceso a beneficios financieros y médicos.
Pero lo que realmente une a estos hombres es la camaradería, la palabra que más repiten.
“En el ejército nos enseñaron a no dejar a ningún hombre atrás. Seguimos obedeciendo a ese modelo”, subraya Barajas.
“Lo que me gusta más es que puede llegar uno y sentirse a gusto, platicar, si tienes hambre hay comida”, agrega Ávila.
“Es un sitio donde no te sientes solo y no tienes miedo. Es lo que he sacado de ahí. Voy a seguir yendo allí hasta que, si Dios quiere, me pueda ir a EE.UU.”.
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