Repatriados, centroamericanos y gringos celebran juntos Thanksgiving en México
Una mesa diversa es el mejor ejemplo contra la intolerancia
MÉXICO – En la mesa está Orlando Mendoza, un repatriado que hoy hace una carrera en línea en la universidad de San Francisco; Jeimmy Leiva y sus dos hermanos estadounidenses a lado de su papá deportado; Gregory Berger, un gringo que ama vivir en México e Israel Concha y su equipo de trabajo de la organización New Comienzos que apoya a deportados.
En otras mesas, también hay oficinistas y residentes de Polanco una de las zonas de mayor poder adquisitivo de la capital mexicana; señoras rubias con sus hijos güeritos y, más acá, como invitados especiales, los López, una familia de cinco guatemaltecos que llegaron a este país con la caravana de centroamericanos hacia Estados Unidos y decidieron quedarse en la Ciudad de México.
Es el Día de Acción de Gracias y están en México, sin presión de papeles migratorios, sin división de nacionalidad y sólo con un común denominador como sentir: Thanksgiving es mejor en familia.
“Estamos felices de dar gracias aunque nuestras familias están lejos”, dice Israel Concha, fundador de New Comienzos, quien fue deportado de Texas en 2012 .
Concha mira comer a los García y se siente satisfecho: su equipo los invitó a este restaurante de nombre Pinche Gringo cuyo dueño es un “americano” e hizo un descuento.
Los guatemaltecos aceptaron, excepto la madre porque ya encontró trabajo para hacer tortillas a mano, un oficio que pocos conocen en la capital mexicana debido a la proliferación de tortillerías con máquina, pero ella es de la costa guatemalteca, de Coatepeque, donde el manejo de la masa de maíz es casi un arte: Mesoamérica al fin.
Mientras tanto, el resto de los López retoza con el pavo, el stuffing, los arándanos, los ejotes hervidos y el puré de papa. Ninguno habla durante la comida: están sorprendidos por la mezcla de sabores dulces y salados salados, una explosión de experiencias encontradas, como su estancia en México.
José Rodolfo Mastica unos pedazos de ¿durazno? del stuffing y recuerda el día en que tomó la decisión: “Vi cómo maltrataban para allá arriba (en Guadalajara y Tijuana) a los hondureños y no quise exponer a a mis hijos, ni a mi esposa, ni a mi cuñado, ya bastante hemos sufrido allá con las pandillas”, piensa.
Leslie López, la hija mayor de 16 años, toma un trozo de pavo y un ejote a medio sancochar y les hinca el diente. Extraña a sus primos y a su tías. Ah, son tan simpáticos. Pero al menos no los tendrá tan lejos como si hubiera llegado a Estados Unidos y aquí también podrá ser estilista.
La armónica suena con música country de fondo que toca un grupo de tres hombres de pelo largo y lentes oscuros. El más pequeño de los López, de ocho años, se acerca al balcón del restaurante para observarlos pero se aburre y mejor mira al resto de los comensales.
Unos hablan en inglés, otros en español: de sus tiempos en Nueva York, en los Angeles, en Washington. De cómo se ayudarán unos a otros buscar trabajo, crear empleos, hacer redes.. Su papá dice que ya se sabe mover en metro y ya pidió asilo . Alguien más dice por ahí que el Sueño Mexicano también es posible.
- Papa, ¿qué es eso del Sueño?
Rodolfo se ríe. “Luego te digo”, contesta.