La promesa que hiciste: volver

Los que se quedan son esos niños, niñas y esposas, en México, Guatemala, Honduras o cualquier otro país, que dejaron los inmigrantes que se vinieron para Estados Unidos.

La atención siempre está puesta en los inmigrantes aquí en EE.UU., pero pocas veces se muestra las familias que esperan, las mujeres y niños que recuerdan esas promesas que hicieron sus familiares de… un día, volver.

En muchos pueblos y ciudades el hombre no está, es un inmigrante indocumentado en EE.UU. Allí hay mujeres, que cinco o hasta más años después, siguen esperando a sus esposos; otras ya vivieron la separación definitiva de su matrimonio. Otras tristes se fueron enterando a través de Facebook de que su esposo ya tenía otra mujer y nuevos hijos en el Norte.

No hace falta explicar que todo el fenómeno de la migración ha dejado a miles de familias resquebrajadas y ha exigido que se creen nuevos roles.

Muchas de las mujeres enfrentan hoy el rol de padre y madre, además de la soledad. Los niños y niñas, por su parte, saben de un papá que muchas veces sólo han conocido por fotos, por teléfono o por Internet.

Algunos sólo mantienen un vínculo económico con su esposo o con su padre, que desde Chicago, Nueva Jersey o Nueva York, les envía dinero.

Otros sí sostienen una relación amorosa y sigue viva la ilusión, ya sea de un regreso, o de un día en que el papá va a mandar a pedir por ellos, va a ir a traerlos, o va a llegar con sus maletas y un costal de dinero para quedarse y construir juntos lo que siempre soñaron.

Según explican los expertos, sociólogos, psicólogos, investigadores del fenómeno de la inmigración, la ausencia del padre provoca en los niños una sensación de peligro y desasosiego y algunos de los que se quedan experimentan sentimientos como ira, melancolía y soledad, que muchas veces no pueden sacar a la luz o conversarse con el ser querido, debido a la distancia.

Sin embargo, de acuerdo con lo que se ha analizado, lo malo es que estos sentimientos se acumulan y se manifiestan cuando regresa el familiar aunque sea temporalmente.

Nuestra comunidad está acostumbrada siempre a ver al migrante como el héroe. Pero no siempre pensamos en los hijos y las mujeres que se quedan, esperan y desesperan.

Son importantes por eso todos aquellos proyectos de desarrollo comunitario en nuestros países de origen que permitan atender las emociones que se generan en las familias de los migrantes, ya que según se ha estudiado, estas experiencias muchas veces se relacionan con enfermedades, duelos no elaborados o actos de violencia.

También son valiosísimas todas las actividades que ayuden a las familias a enfrentar los procesos migratorios, como por ejemplo, talleres para mujeres -que ya se hacen en algunas partes de México-, que ayudan a usar mejor las remesas, y talleres de sensibilización para adolescentes sobre los riesgos de la migración indocumentada, que los imparten algunas iglesias y organizaciones sin fines de lucro.

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