Viva hasta en su último suspiro

Tenemos  muchos amigos en común, pero no recuerdo haber frecuentado sus fiestas ni ella las mías.
Ayer la fui a visitar porque  es una pieza importante en una biografía que me encomendaron. “Tienes que hablarle pronto –me dijeron– está muy grave en un hospicio”.
Crecí pensando que hospicio era un lugar para las personas pobres o niños huérfanos sin familia. Rita no es pobre y le sobra familia y amigos. Allí tiene la atención, más no la cura.
Cuando murió mi segundo esposo, con quien sólo estuve un año de novia/casada, aprendí que hospicio es el  lugar donde  pacientes y familiares reciben el apoyo necesario cuando el enfermo está muy grave y sin remedio.
Me hablaron de “eso” un mes antes de que Mickel muriera. Yo me negaba a escuchar y mucho menos a aceptar llevarlo a un lugar donde no hay esperanzas y muy pocos sobreviven. Me lo llevé a  casa donde murió, pero en su cama y conmigo.
Así que ir a entrevistar a una persona en un lugar donde la muerte tiene permiso de llevarse a cualquiera me revolvió viejos dolores y sentimientos de pérdida.
Allí estaba una mujer grande, bella y rosadita, con sus labios rojitos, retando a la muerte y mis miedos. Es poeta, pintora y bohemia, quiere vivir, pero no le da susto volar. Me dijo: “la muerte es lo único seguro que tenemos, estoy lista”.
El cáncer que la consume desde hace 13 años ya hizo su trabajo, pero la mujer que yo vi tiene más luz y vida que muchos  vivos que conozco.
Durante mi visita me dio lo que tenía, su tiempo, su risa, sus malas palabras y su sabiduría. Esta maestra fue un regalo que me confirmó que mientras respiremos, aún con dificultad, podemos compartir y dar vida.

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