Ganó el amor

Mi primer apartamento  en Chicago estaba entre la Broadway y Addison, en el corazón del arcoíris, en Boystown. Me encantaba el área era organizada, segura y limpia. A una cuadra quedaba el lago y a tres el estadio de los Cachorros.
Soy respetuosa de los derechos humanos y viviendo en la zona entendí aún más la importancia de aceptar a los otros, sin importar las diferencias o preferencias sexuales.
Aunque ya no vivo allí, asisto cada año al desfile del orgullo gay, no porque me gusten las mujeres sino porque amo la libertad y los países cuyas leyes se adaptan a los tiempos, tal como lo demostró la  decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos al legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Crecemos, cambiamos, evolucionamos. El vestido que usamos ayer ya no nos queda, eso ocurre con las leyes en los países desarrollados, se ajustan.
El día que se dio el fallo de la Corte  las hijas de mi novio celebraron. Mi nieto de 11 años hizo preguntas, le explicamos y entendió sin mayor conflicto. Ganó el amor –le dije–, la libertad y los derechos humanos.
Aunque la polémica seguirá por años, me alegra saber que las familias de dos papás y dos mamás, al igual que sus hijos, estarán más protegidos legalmente de las burlas y de la discriminación.
Entiendo que para muchos  es una ley controversial, a ellos les digo que si no están de acuerdo con las uniones de un mismo sexo, que no se den mala vida, no tienen que hacerlo. Vivan y dejen vivir.
Este fallo protege el amor y la familia, la libertad y la evolución, una decisión que va más allá de quienes piensan que la unión entre gays es puro libertinaje y sexo.

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