La vida después de un cáncer de seno

“Hilda, tenemos un problema.  Te salió una bolita en el seno y la vamos a extirpar”, me dijo mi ginecólogo por teléfono.

Oops.  ¿Y me la quitas tú o cómo le hacemos?, respondí con mucha tranquilidad al doctor.

No… es cuestión de un oncólogo, dijo firme pero tratando de ser dulce.

Con esa conversación comenzó una aventura de tres años.  Tres años en los que he llorado de más, pero también reído, bailado y abrazado a mis afectos de más.  No ha sido un periodo fácil pasar por un tratamiento que te afecta en tu salud, por supuesto, pero también en lo femenino, en tu esencia.  Por eso, quizá para muchos sea más fácil enfrentar el tratamiento contra la enfermedad, que la vida misma una vez que se termina el tiempo de radiaciones o quimioterapias.

Cuando recibí la noticia trabajaba como directiva de una empresa, salía con un chico, estaba delgada, llena de energía y me sentía radiante y llena de vida.  No sabía lo que pasaba en mi interior, a pesar de que comenzaba a sentirme cansada en algunos momentos.  Cuando recibí la noticia no sabía qué hacer y hasta me sentía culpable de haberme enfermado.  Quería saber las causas si no comía carne (ahora considerada por la Organización Mundial de la Salud como cancerígena), no usaba antitranspirantes ni edulcorantes,  comía brócoli todos los días y hacía ejercicio.  Sin embargo, me di cuenta de que no había tiempo para mirar atrás, sino para terminar con el “cangrejo” cuanto antes.

Revisé opciones, hablé con médicos y en el trabajo y comencé a tomar decisiones.  Todas ellas las podría contar en otra ocasión, porque lo que realmente se hace difícil no es el tratamiento en sí.  Hay mucha información sobre operaciones, estadios de la enfermedad o reacciones a los tratamientos.  Lo que nadie te dice es cómo seguir la vida o cómo verte las heridas diariamente y no recordar que tuviste una enfermedad de la que no hay cura, solo tratamientos (y aunque lo he tomado con mucho optimismo, aún lloro cuando escribo estas líneas).

A unas tres semanas de operada (mastectomía simple, que a la vez no es tan simple), estaba viendo las noticias.  Jenny Rivera, la cantante de banda de Los Ángeles, había muerto en un accidente aéreo.  Como buena rockera, puedo decir que nunca fui su seguidora, pero me impactó mucho porque al estar convaleciente había visto varias noticias que hablaban de su ruptura sentimental, de sus discusiones con su hija y demás.  De pronto me vino el famoso “Aha moment”.   Ella estaba bien de salud.  Y tú eres una sobreviviente.

No me gustaba decirme sobreviviente durante dos años hasta que hace unos días le revelaba a un amigo del trabajo lo que me había ocurrido.  Y en vez de sentirme débil o triste, me sentí orgullosa de mí misma.  Tanto así que algo que había mantenido con mucha discreción me llevó a poner un mensaje en mi página de Facebook diciendo:  “Hace tres años y sigo bailando”.

Y es verdad.  Soy feliz porque sigo bailando, soy feliz porque sigo riendo con mis sobrinas y con mi familia.  Porque nos contamos chistes, porque lloramos, porque sigo trabajando, sigo respirando.

Sé que no es fácil decirse sobreviviente, pero es que todos, con cáncer o no, lo somos.  Es verdad que sufro a veces de neuropatías o de poca sensibilidad en las manos, pero en el corazón y en el orgullo de haber enfrentado a la vida mi sensibilidad aumentó y me hace sentirme feliz de poder compartir con mis amigos y familiares, pero también contigo lector, para decirte que es un bache muy complicado, pero del que también se sale y nos deja lecciones. Si antes era feliz, optimista, creativa, ahora soy más consciente de cada momento.

Como bien te decía, ahora bailo más, me río más y hasta lloro más (pero eso es por la menopausia). En síntesis, vivo más. Un abrazo.

En esta nota

Cancer cancer de seno
Contenido Patrocinado
Enlaces patrocinados por Outbrain