Puntos Cardinales: cartografía de la memoria
Cuatro artistas cubanos arremeten contra la representación de la realidad, resaltando el componente emocional, ilusorio, de la memoria.
En el arte, como en la vida, no existe otra “realidad” que la percepción. Dejar registro de esa manera singular y subjetiva de representación es parte esencial de cualquier discurso estético. Sin embargo, Cardinal Points, exposición curada por Vicky Romay y Frances Sinkowitsch en la neoyorquina Ca’D’Oro Gallery, del circuito de Chelsea, va más allá, creando una encrucijada visual en la que cuatro artistas cubanos, muy diferentes entre sí, trazan las rutas de sus respectivas coordenadas manipulando, desmontando o reelaborando los modos tradicionales de representar la memoria.
Este viaje de la percepción se enrumba entonces hacia una suerte de puerto o pacto visual —nunca tácito, y en esto radica la importancia de la muestra—, en el que Geandy Pavón, Esteban Blanco, Antonio Núñez y José Ney recuperan la memoria colectiva —y su expresión material: la memorabilia—, mapeando cuatro maneras subversivas de interpretar la realidad.
Como si en un mismo espacio confluyesen cuatro instancias del hombre: su infancia, en la que el juego fija y forja el arquetipo jungiano desde la inocencia hasta la perversión; el táctil, íntimo y simbólico de la identidad patrimonial a través de la posesión, impulso que ya no lo abandonará, desde la primera piedra, botón o rama atesorada, y que activa el recuerdo, disparando a su vez la reinvención del pasado; pasando por el inabarcable y calidoscópico mundo exterior como fuga o caos, atrapado en una mirada de mosca fotográfica que pretende fundir lo visible y lo invisible, enfrentar la existencia como infinitud; hasta la ilusión de orden universal congelada en su iconografía política, ininteligible y cosificada con que concluye el viaje perpetuo de bumerán entre lo doméstico y lo público.
Ese ángulo lúdico, que comienza en la infancia, es la materia esencial de la obra de Esteban Blanco. Sus ensamblajes y cerámicas enfrentan conceptos maniqueos, los obligan a coexistir en una misma y más compleja realidad, en la que a menudo se enfatiza su ángulo perverso. En sus porcelanas manipuladas un inocuo pastorcillo de biscuit se transforma en militante nazi por la gracia de un inocente brazalete, un soldado esconde en su pedestal otras batallas más agónicas, un noble se suicida… Parecen decoraciones de algún teatro absurdo, pero si observamos bien, advertimos que acoplan perfectamente en nuestra realidad.
Particular interés despiertan sus juguetes violentos: Clown Tank, Toy Carrousel y Wild Wild West Train, todos del 2012. Para Blanco, a través del juego es que desmitificamos la adultez. La infancia es ese territorio en el que practicamos la vida adulta y los juguetes los dispositivos para reducir la distancia entre la fantasía y la realidad. “Jugamos a ser bomberos, a las casitas, a policías y bandidos, estrellas de rock, cosas en las que luego nos convertiremos para transformar la sociedad en terreno de juego”. Por eso estas piezas híbridas seducen e intimidan. Tienen un ángulo grotesco evidente, pero lo más inquietante es esa tensión enmascarada y contenida, que insinúa que todos los horrores de la guerra o el instrumental de la violencia puedan ser simplemente una sádica extensión del juego.
La obra de Antonio Núñez está construida en torno a la estética del objet trouvé, solo que esta acumulación adquiere una pátina tan íntima, doméstica, en la gama del ocre, que más parecen relicarios, exvotos, objetos encontrados en algún baúl familiar, antigüedades. Piezas como Breaking The Rules (2014), Domestication (2014) y Looking for an Answer (2014), establecen esa conexión emocional con el pasado como representación objetual: fotos, recuerdos, fragmentos, huellas. Todo un mundo matérico de la nostalgia y la memoria.
José Ney parece registrar un mundo exterior con sus fotografías experimentales, pero termina construyendo abstracciones, topografías combinatorias de su personal odisea espacial. Esa ruta aparentemente objetiva y desconectada de toda emoción, en la que los detalles se multiplican, agrestes, intimidantes a veces, no es otra cosa que un sofisticado paisaje interior. Ese que su ojo reconstruye a partir del deseo y la obsesión. Geografía apaisada, de un rojo gélido que es contradicción y desconstrucción en sí misma; paisajes helicoidales, caleidoscópicos, estrábicos; espacios inconclusos y mundos paralelos en los que un detalle oculto o duplicado subvierte todos los significantes. Parece querernos decir que la realidad que nos rodea tampoco es inmutable y comienza primero como construcción mental.
Pavón, crea trampantojos con la belleza de origamis abstractos, estrujando y desfigurando toda una iconografía del poder. Admirando sus grisallas, frente a los capitolios de La Habana y Washington arrugados, es inevitable pensar en el restablecimiento de las relaciones entre EEEUU y Cuba —piezas que esconden, además, otra “realidad ilusoria” en el temprano guiño de la clonación política: los capitolios como réplicas de espejo de una identidad política común occidental que no es tal, en el hemisferio de los experimentos sociales y las dictaduras militares de derecha e izquierda—.
De los siete lienzos que exhibe en esta muestra colectiva, seis son “naturalezas muertas” de esa arquitectura política obsoleta: obituario de la democracia fracturada, imperfecta, de los congresos inefectivos, pero sobre todo de los discursos estructurados pero vacíos del poder.
Aunque se aleja de esta alegoría, su séptima pieza reproduce —quiero pensar que una impresión barata— la icónica obra La Muerte de Marat, de Jacques-Louis David, que muestra al revolucionario radical asesinado en la bañera, en el momento en que trascribía la lista de “traidores” que serían ejecutados la semana siguiente. Un regalo de sangre convertido en carnada del revolucionario radical. En Reconciliation (2015), el Marat de David sirve de improvisado envoltorio para un ramo de rosas blancas, con toda la connotación que la inmaculada rosa tiene en la historia de Cuba desde Martí hasta la hermandad de las Damas de Blanco, esposas de presos políticos que desafían al poder caminando en procesión por las calles de La Habana.
Cardinal Points obliga a reflexionar sobre esas verdades fundamentales heredadas, que afectan y definen nuestra representación de la realidad. A mirar de nuevo, de una manera más crítica e incisiva, todas las cartografías falsas de nuestra identidad. Así quizás podemos ver la tortuga sobre la que se sostiene el mundo.
Cardinal Points se exhibe en Ca’D’Oro Gallery hasta el 14 de enero. 529 West 20 Street, 9th floor. Nueva York, 10011 | Tel. 212.620.0549 | ca-doro.com/newyork