Editorial: ¿Y la transparencia?
El presidente Trump tiene de cabeza a su equipo de prensa
La Administración Trump tiene un serio problema de comunicación. Todo lo que surge de la Casa Blanca se mira con sospecha mientras que dentro de ella parece vivirse un clima de asedio.
El presidente Donald Trump culpa de esta situación a su equipo de comunicaciones. Durante la confusión sobre cómo ocurrió el despido del exdirector del FBI, James Comey, Trump se enojó con varios funcionarios por no mantener la misma narrativa. Esta frustración llevó a la salida del director de Comunicaciones de la Casa Blanca, Mike Dubke, y a los numerosos rumores sobre el reemplazo del portavoz Sean Spicer.
El problema no radica en este equipo, sino en la inconsistencia del presidente, cuyas acciones deben explicar y defender ante los periodistas.
Este es un trabajo ingrato cuando Trump cambia la narrativa de un tema sin avisarle a nadie. Todos quienes siguen repitiendo lo que se supone es el argumento acordado, quedan como mentirosos, desde Spicer hasta el vicepresidente, Mike Pence, tal como ocurrió con Spencer.
Que difícil es defender al presidente cuando el jueves asegura a viva voz que la ley de impuestos está avanzando en el Congreso y el viernes su principal asesor económico le avisa a los legisladores que la propuesta les será enviada a fin del verano.
Es normal que la presidencia tenga una estrategia para proyectar su mensaje y dominar el ciclo noticioso. El equipo del expresidente Ronald Reagan hizo un arte de esta arma política.
Cualquier intento de hacer lo mismo en el gobierno de Trump fracasa desde el momento que un sorpresivo tuit del presidente en la madrugada puede cambiar lo mejor planeado. De esta manera, el mismo mandatario revivió controversias en su contra cuando estas ya estaban desapareciendo.
Y cuando el ridículo es muy grande, como en el caso de Comey, Trump desde su Twitter se encarga de recordar que tanta es la “actividad” del presidente que “no es posible que mi gente en el podio (ante los medios) tenga una exactitud perfecta” de los hechos. O sea, él le quitó la poca credibilidad que le quedaba a su equipo de prensa.
Es imposible para Trump asumir alguna responsabilidad de algo que no funciona bien. De ahí que la idea no es disciplinarse, sino reducir el contacto con los medios, evitar el acceso a la información. Mantener a oscuras al público.
El resultado es no hacer reuniones de prensa diarias y cuando ocurren, se realizan con un formato más corto y a veces sin cámaras. Esto deja un vacío de información que perjudica a la administración al retraerse en vez de dar su punto de vista.
El que Trump descalifique todo como “noticia falsa” no es una respuesta, como tampoco lo es redirigir las preguntas de la investigación sobre el contacto con Rusia al abogado personal del presidente. Es insólito que hoy no haya nadie en el gobierno capaz de responder en este caso.
La transparencia, enfrentar las preguntas con la verdad, es la mejor manera para responder a las insinuaciones, a las desinformaciones. No hay actitud más sospechosa que la de querer esconderse.