Editorial: Silencio ante el odio

El Presidente tiene que condenar públicamente hechos como el ocurrido en Minnesota

El presidente debería haber condenado de inmediato el reciente atentado explosivo contra una mezquita en Minnesota como una reafirmación a la libertad de religión y respaldo a la comunidad musulmana estadounidense.

Después de varios días, lo que se oye desde la Casa Blanca no es la solidaridad esperada, sino un mensaje que confirma la hostilidad de la administración Trump hacia los musulmanes.

Uno de los asesores de seguridad nacional, Sebastian Gorka, explicó que el presidente no hizo referencia al caso porque querían asegurarse que este no fuera “un delito de odio falso”. La preocupación, según dijo, es que sean izquierdistas quienes cometieron el ataque para echarle la culpa a la derecha.

La respuesta no puede ser más indignante y ofensiva. El delito de odio lo define el hecho, la agresión a un templo religioso.

En este caso no se le pide a Donald Trump que señale específicamente a alguien por la autoría del atentado. Se espera que el presidente condene la acción, que diga que se van buscar a los autores y que en Estados Unidos se protegerá la libertad de culto de todos los estadounidenses. Nada más.

Es trágico que hoy esto sea pedir mucho del Jefe de Estado.

Este tipo de hechos pasa por un perverso filtro ideológico en un sector de la Casa Blanca que ve a la religión musulmana como una amenaza al Occidente cristiano.

El principal estratega presidencial Steve Bannon considera el terrorismo islámico como parte de un combate entre civilizaciones. Gorka, quien está ligado a grupos de extrema derecha, es un protegido de Bannon que cree que los musulmanes quieren imponer la ley religiosa sharia en Estados Unidos.

Esta influencia explica por qué Trump es muy veloz desde su Twitter para comentar el que un auto atropelle gente en Francia, pero esté callado cuando se atenta contra una mezquita en este país.

Tan silencioso como cuando un confeso simpatizante de Trump mató en enero a seis musulmanes en una mezquita canadiense, o cuando un terrorista blanco atropelló musulmanes frente a una mezquita londinense. O cuando se arrestó a cristianos extremistas que planeaban volar un edificio con somalíes estadounidenses.

Hay muchos ejemplos como estos que deben ofender a todos.

Esta es una agresión callada a una comunidad religiosa compuesta por una diversidad de razas y etnias. Se estiman que 12% de los conversos al islamismo en 2011 fueron latinos y que también lo son por lo menos 100,000 de los cerca de 3,3 millones de musulmanes estadounidenses.

No es casualidad que los delitos de odio hacia los musulmanes hayan aumentado en 2016 y 2017 con la actitud del gobierno de Trump. Los latinos y los inmigrantes conocen en carne propia muy bien lo que ocurre. Por eso más que nunca se necesita la solidaridad de la minorías y al derecho a estar protegido por el gobierno federal en la práctica religiosa.

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