El sorprendente vínculo entre los limones y la Mafia en Sicilia
Así surgió la Mafia a mediados del siglo XIX en los jardines de cítricos de Palermo, en Sicilia
La vida de los marineros en el pasado es casi inconcebiblemente dura para los que no lo hemos sido siquiera en el presente.
Los barcos zarpaban atiborrados de hombres, muchos de ellos obligados pues la perspectiva del viaje los aterraba.
La muerte era más que una posibilidad remota.
Además de los riesgos que corrían si la razón del viaje era una guerra o ser atacados por piratas si llevaban cosas de valor, la vida a bordo de un barco era peligrosa.
La plaga de los mares
En 1499, el explorador portugués Vasco da Gama perdió 116 miembros de su tripulación de 170; en 1520, 208 de los 230 que zarparon con el navegante Fernando de Magallanes murieron.
Todos fueron víctimas de “la plaga de los mares”.
Era devastadora. Los registros británicos señalan que durante la Guerra de los Siete Años (entre 1756 y 1763), había 184,899 marinos sirviendo; 1,512 murieron en combates; 133,708 murieron por enfermedad, la gran mayoría por la plaga.
Todo empezaba con una pereza anormal, fatiga repentina y dolor en los músculos, especialmente de las piernas y el abdomen. Luego las encías se hinchaban, sangraban y los dientes se aflojaban. El dolor en los músculos y articulaciones aumentaba.
Después, las encías olían a carne podrida y sangraban profusamente. En la piel, sobre todo de las piernas y pies, salían úlceras que se volvían gangrenosas. Para entonces, el dolor en todo el cuerpo era insoportable.
Al final, altas fiebres, manchas negras en la piel, temblores, desmayos y muerte.
Conocida, vencida y olvidada
La “plaga” era conocida al menos desde la época de los antiguos egipcios, quienes registraron los síntomas en 1550 a.C.
Y, curiosamente, su remedio había sido descubierto una y otra vez a lo largo de la historia, pero la falta de comunicación y de comprensión sobre cuál era el agente que combatía esa horrible enfermedad, hacía que se perdiera ese conocimiento y la cura tenía que ser redescubierta.
Se trataba de escorbuto y el remedio era vitamina C, aunque hasta que la ciencia entendió el concepto de vitaminas no se expresaba de esa manera.
Varios exploradores, navegantes y médicos habían notado que las frutas y vegetales frescos curaban el escorbuto, pero estos eran difíciles de transportar y se pudrían en el camino, y en los intentos por preservarlos a menudo los hervían hasta que quedaban sin la vitamina.
Un doctor escocés de la Marina Real, James Lind, probó que el escorbuto podía ser curado con frutas cítricas tras realizar el primer estudio clínico controlado y publicar los resultados en 1753.
Aunque pasaron décadas antes de que la marina británica proveyera jugo de limón rutinariamente a sus marineros, cuando lo hicieron le dieron la mayor parte del contrato a Sicilia, que también suplía cítricos a Francia y Estados Unidos.
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La cuenca de oro
Los cítricos habían llegado a Sicilia en el siglo XI, cuando los conquistadores árabes los trajeron a la isla.
Para el siglo XV, la gente empezó a llamar a la bahía de Palermo “la cuenca de oro” al ver los árboles bañados por el Sol.
Durante mucho tiempo, los limones fueron un artículo de lujo que los aristócratas cultivaban y usaban o vendían como decoración, o destilaban sus cáscaras para hacer esencias.
Pero cuando la Marina Real entendió que tenía que darle limón a sus marinos, los frutos pasaron de ser un lujo a una necesidad.
Según el historiador Christopher A. Baron, “entre 1795 y 1814, el almirantazgo entregó 1,6 millones de galones de jugo de limón. Los limones dulces fueron importados especialmente de la región mediterránea, convirtiendo a Sicilia en una vasta fábrica de jugo de limón“.
Estados Unidos también había descubierto la importancia del cítrico pues durante la Guerra Civil, aunque los soldados viajaban por tierra, también sufrieron de escorbuto.
La exportación de cítricos en Sicilia pasó de 400,000 cajas en 1834 a 750,000 en 1850. A mediados de la década de 1880, 2,5 millones llegaban a Nueva York cada año, la mayoría de Palermo.
Caldo de cultivo
Aunque la economía siciliana de la época no era desarrollada, en el siglo XIX la isla era uno de los principales productores de trigo, aceite de oliva, vino y cítricos.
No todas las plantaciones eran iguales: las de limones eran especiales.
En contraste con el segundo más producto más rentable, las de aceitunas, que requerían una inversión mínima, el costo anual de cultivar árboles de limón era elevado. Pero los beneficios de la venta de limones eran 35 veces más altos que el del aceite de oliva que se hacía con las aceitunas.
“Para 1860, cultivar limones era lo más lucrativo en agricultura en toda Europa. Todos querían hacerlo pero requería una inversión enorme”, le explicó a la BBC Helena Attlee, autora de “El país donde florece el limonero”.
Los limonares tardaban 7 u 8 años en dar suficientes frutas para vender. Además, necesitan un suelo bien fertilizado, un suministro constante de agua y protección contra el viento y las temperaturas extremas, todo lo cual implica un gran costo de infraestructura.
“Quienes empezaban de cero tenían que invertir mucho dinero y esperar. Cuando finalmente sus árboles daban fruto, sabían que era muy fácil que se los robaran”.
Si bien los cultivadores de limones tenían mucho más que ganar, también tenían mucho más que perder.
La Cosa Nostra
Sicilia estaba llena de limonares en los que los dueños invertido mucho dinero y que eran muy rentables, en una época muy inestable social y políticamente: en 1860 fue la reunificación de Italia.
“Hubo un cambio de régimen en Sicilia, y fue entonces cuando se dieron los primeros ejemplos de lo que hoy en día reconocemos como conducta mafiosa: intimidación, especulación, extorsión”, señala Attlee.
Las plantaciones de limones de las afueras de Palermo fueron el escenario de la historia de la primera persona en dejar un relato detallado de sus infortunios con la que luego se conoció como la Mafia. Aunque la palabra ahora se usa para denominar cualquier organización clandestina de criminales, la única con ese nombre es la siciliana.
Gaspare Galati era un cirujano, un hombre de familia que en 1872 heredó una granja de 40,000 metros cuadrados cultivos de limón y mandarina en las afueras de Palermo. En aquella época de auge de cítricos debía haber sido una bendición, pero resultó ser todo lo contrario.
Se la había dejado su cuñado, quien había muerto de un ataque al corazón tras recibir una serie de cartas con amenazas aterradoras.
Galati trató de alquilar la propiedad pero el capataz, Benedetto Carollo —quien había estado robándose gran parte de las ganancias de la finca— lo impidió, acosando a los arrendatarios potenciales.
Galati decidió arrancar el problema de raíz y despidió a Carollo. Poco después, halló el cuerpo de su nuevo capataz entre los limonares con múltiples disparos en la espalda. Cuando contrató a otro capataz, empezaron a lloverle cartas que lo acusaban de despedir a “un hombre de honor” para contratar un “vil espía”.
Una de las misivas decía claramente que si no volvía a contratar a Carollo, correría con la misma suerte de su fallecido capataz, solo que su fin sería “más barbárico” .
La policía se mostraba muy reacia a arrestar a Carollo; los jueces locales ni siquiera consideraban la idea de condenarlo.
Galati pasó un año tratando de entender qué estaba pasando, hasta que lo comprendió demasiado bien y tuvo que huir con su familia a Nápoles.
Mafiosi
La combinación de un Estado de derecho débil, el auge en la demanda internacional de frutas cítricas y la naturaleza riesgosa y sensible de la producción de limón proporcionaron el caldo de cultivo para el surgimiento y consolidación de una organización mafiosa.
“Hombres con ese tipo de poder iban a donde los nuevos cultivadores de limones y les ofrecían personal, agua, ayuda para vender los limones… Si aceptaban la oferta, no ganaban tanto pues les quitaban una parte sustanciosa, pero les iba bien”, explica Attlee.
“Si respondían que preferían encargarse de todo solos, la misma persona que les había ofrecido ayuda, mandaba hombres a sus plantaciones a romper su nuevo sistema de irrigación, cortar los árboles y si se resistían, los mataban”.
“Ellos fueron los primeros mafiosi“, concluye la autora.
Un siglo cítrico
“El auge de los cítricos duró 100 años, hasta la década del 50 con la mandarina de maduración tardía, una mutación que ocurrió en el corazón del territorio de la mafia, que hizo mucho dinero con ella”, señala Attlee
Continuaron cultivando mandarinas por mucho más tiempo del que éstas reportaban ganancias, pues aparentemente debajo de las plantaciones escondían los laboratorios donde refinaban la heroína.
“Para la década del 60, las frutas llegaban a Europa de Sudáfrica, España, Israel… lugares donde se podía mecanizar el proceso, algo que no puede hacerse en Sicilia, pues muchos de los limones crecen en terrazas que han estado ahí desde el siglo XVIII o XIX, en las que no puedes meter máquinas”.
Además, con frutas provenientes de Marruecos o Túnez, sitios donde los sueldos son más bajos, Italia no podía competir.
El negocio de los limones declinó. Para entonces, la Mafia llevaba ya décadas expandiéndose y diversificándose.