Los dos arrodillados
No se puede plegar ante el Presidente del Odio el que se arrodilla ante el Rey del Amor
Somos dos, los grupos de arrodillados. A lo largo y ancho de los EEUU, los fieles nos arrodillamos en las iglesias en gesto de piedad. Y no muy lejos de ellas, los futbolistas ahora se arrodillan en las canchas en gesto de protesta. Los arrodillados de las iglesias somos de todas clases y colores, y de todas las edades y todos los idiomas. Pero los futbolistas arrodillados en las canchas no. Son casi todos jóvenes atletas afroamericanos que hablan en inglés.
Estos futbolistas se arrodillan, cuando suenan las notas del himno nacional, en protesta contra el abuso que sufren sus comunidades de manos de la policía. Pues aunque ahora reciban sueldos millonarios, recuerdan sus años de high school, allá en sus barrios donde las estrecheces eran muchas. Y quizás recuerdan al joven estudiante que murió a manos de la policía cuando lo detuvieron por una supuesta infracción de tránsito. Y muchos temerán: Por el hijo de un hermano mayor y por el futuro de sus propios hijos, y por ellos mismos, pues saben muy bien lo que nosotros olvidamos: que en casi todos los casos en que la policía ultima a balazos a un hombre negro, reina la impunidad, esa misma impunidad que tanto nos azota en Latinoamérica.
Y por eso se arrodillan, clamando justicia ante fiscales que se niegan a inculpar al policía que disparó, quien se justifica diciendo que temía por su propia vida, aunque todos hemos visto, claramente en la TV, que al joven afroamericano lo han acribillado sin necesidad, y a veces hasta por la espalda.
¿Qué les deben las autoridades a estos hombres que exigen justicia? ¿Y qué les debemos nosotros, que como ellos nos arrodillamos el domingo? De las autoridades, y sobre todo del Presidente, poco podemos esperar, pues ya lo conocemos. Es el Presidente que al enterarse de los atropellos del sheriff Arpaio en Arizona, convicto y sentenciado por un juez federal por detener ilegalmente a los latinos, se solidarizó con él, otorgándole un indulto presidencial y exaltándolo como ‘gran patriota’; es el presidente que al oír de manifestantes nazis dijo que eran ‘buenas personas’; el que impugnó la capacidad de otro juez federal por ser hijo de mexicanos, y que denigró a la alcaldesa de San Juan por exigir ayuda para los puertorriqueños; el que hace un mes decretó la expulsión de los emigrantes Dreamers, como se lo exigen sus empecinados electores que insisten en restablecer el supremacismo blanco. Es, en resumen, el presidente que siempre les comunica, a los que viven en el odio al prójimo, que pueden contar con él. Y en ese odio, es el presidente que al enterarse de los atletas afroamericanos arrodillados los domingos, rugió su vulgaridad ante su público racista: ¡Que saquen del equipo a esos hijos de p…!
Pero bueno, eso es el presidente. ¿Y nosotros, los otros arrodillados? En los templos cristianos le rezamos al Dios del Amor. Y sabemos que no puede el buen cristiano hacerse de la vista gorda ante el sufrimiento de las víctimas del abuso y la impunidad. Bien claro lo dijo el padre Pedro Arrupe: ‘La injusticia social es el ateísmo en acción’. Ateísmo: el alejamiento de Dios. Si sabemos que la injusticia social nos aleja de Dios, no nos queda otra: Si nos arrodillamos en la iglesia, tenemos que apoyar a los que se arrodillan en la cancha, como nuestros hermanos que son.
Explíqueselo al que se arrodilla al lado suyo pero quiere unirse al presidente en contra de estos futbolistas afroamericanos que exigen justicia: hágale ver que la causa de esos jóvenes es la nuestra. Declare su solidaridad con ellos. Opóngase a los que, como el presidente que insulta y amenaza, pretenden ahogar su protesta. No se puede plegar ante el Presidente del Odio el que se arrodilla ante el Rey del Amor.
(Ricardo Otheguy es profesor emeritus de CUNY, lingüista y escritor, interesado en temas relacionados con la lengua, la educación, la política y la vida de los latinos en los EEUU. Reside en la ciudad de Nueva York)