Cómo los cables de una pequeña ciudad de EEUU cambiaron el curso de la historia

Roebling, en Nueva Jersey, llegó a ser el centro de un imperio empresarial

Caminando entre las casas de ladrillo con techo de pizarra de Roebling, Nueva Jersey, a lo largo de los bancos del Río Delaware en la costa este de Estados Unidos, es extraño pensar que muchas de las estructuras y mecanismos de transportación más conocidos del mundo desde los elevadores de la Torre Eiffel hasta el teleférico en Lake Tahoe, California, provengan de este pequeña e independiente ciudad-empresa.

Hace menos de un siglo, los niños del lugar saltaban a las aguas del río durante los sofocantes días de verano mientras sus padres y tíos iban a trabajar fundiendo acero en las fábricas cercanas, donde sus madres y tías los reemplazarían en la década de 1940 cuando sus esposos tuvieran que ir a la guerra.

Roebling apenas aparece en el mapa cuando se trata de hacer turismo, pero la marca que dejó en el mundo es profunda.

“Los elevadores Otis, los teleféricos y algunos de los puentes más icónicos del mundo, incluyendo el Golden Gate (en San Francisco, California) y los puentes de Brooklyn (Nueva York), todos han utilizado los cables de Roebling”, dijo Lou Borbi, un maestro de escuela retirado y residente de toda la vida del municipio, hoy convertido en ciudad dormitorio entre Nueva York y Filadelfia.

Vista de un cable del puente de Brooklyn. (Foto: Jerry Kestel/EyeEm/Getty Images)
En la construcción del puente de Brooklyn, en Nueva York, se usaron cables Roebling. (Foto: Jerry Kestel/EyeEm/Getty Images)

De hecho, Roebling elaboró cada cable de control, bujía y cable eléctrico del icónico Spirit of St Louis, con el que el aviador y explorador estadounidense Charles Lindbergh completó el primer vuelo transatlántico en solitario y sin escalas del mundo.

Y también todos los cables de suspensión del primer aeroplano perteneciente a los hermanos Wilbur y Orville Wright, quienes cambiaron el curso de la aviación.

Sin Roebling, algunos de nuestros grandes medios de transporte ni siquiera existirían.

Como una familia

La historia de la ciudad comenzó con el patriarca de una familia alemana, John A. Roebling, quien hizo conocido su apellido gracias a su innovador cable trenzado. Aunque fue el más joven de los tres hijos de John, Charles, quien fundó esta ciudad de Nueva Jersey.

A principios del siglo XX, la John A. Roebling’s Sons Company ya tenía una exitosa planta de cable trenzado en el centro manufacturero de Trenton, también en Nueva Jersey.

Pero para competir con prósperas firmas como US Steel y Bethlehem Steel, Charles sabía que la compañía tenía que empezar a fabricar su propia materia prima.

En 1904 obtuvo alrededor de 100 hectáreas de tierra en el centro de Nueva Jersey y construyó una nueva planta de acero y fabricación de cables que tenía más de 70 edificios.

Charles luego construyó la villa de Roebling para hospedar a los empleados de la compañía.

Estatua de Charles Roebling. (Foto: Ferdinand W. Roebling III/Archivo del Museo de Roebling)
La villa fue contruida por Charles Roebling para alojar a los trabajadores de la John A Roebling’s Sons Company. (Foto: Ferdinand W. Roebling III/Archivo del Museo de Roebling)

Como muchos otros, los abuelos de Borbi emigraron a Roebling desde Europa del Este —en su caso, procedentes de lo que hoy es parte de Rumanía— para trabajar en la planta de la compañía, donde transformaban gigantescos bloques de acero fundido en finas tiras de alambre, metal galvanizado y yeso, y producían palanquillas (barras de metal).

Cada mañana, su padre y tíos caminaban desde los portales de su hogares en la parte de la villa conocida como Pueblo Gitano, por su población predominantemente de inmigrantes de Europa del Este, al edificio principal de Roebling donde trabajaban.

“Hubo un momento que tenía a 54 familiares viviendo aquí”, cuenta Borbi, una cifra que no era tan poco común, dado que Roebling ofrecía a sus empleados condiciones laborales justas y un buen nivel de vida.

“En lo que respecta a las ciudades-compañía, no hay muchas que hayan quedado intactas hoy en día y mucho menos las que tienen la misma sensación de comunidad de Roebling”, dice Varissa McMickens Blair, directora ejecutiva del Museo Roebling, que se instaló en el antiguo edificio principal en 2009.

“Los residentes vivían en casas apropiadas —no casas compartidas ni bungalós— y a diferencia de la mayoría de las villas de trabajadores, Roebling pagaba a sus empleados en efectivo real y no en vales de la compañía. Si tu cónyuge estaba trabajando en la planta y fallecía, no tenías que mudarte. Ya eras parte de la familia”.

La comunidad independiente, trazada en una cuadrícula rectangular de amplias calles alineadas con más de 750 casas de ladrillo rojo, tenía prácticamente todo.

Había allí desde una tienda en la que los residentes podían comprar lo que necesitaran, ya fuera carne para el congelador o un piano para el salón de la casa, hasta una posada donde el propietario embotellaba su propia cerveza, lo que atrajo largas filas de gente durante la prohibición de bebidas alcohólicas en Estados Unidos.

Los miembros de la familia Roebling hacían frecuentes apariciones en la fábrica, llamando por su nombre a muchos de los empleados.

Y mientras que otras ciudadescompañía ilegalizaron la bebida y el juego, Roebling les dio la bienvenida.

Estas inusuales ofertas atrajeron una mano de obra calificada y llevaron a una camaradería entre los empleados y la familia Roebling, lo que contribuyó a mantener la planta funcionando de forma tranquila y eficiente.

Contribución a la historia del siglo XX

“Charles Roebling era pura planeación inteligente”, dice McMickens Blair, y eso incluyó construir la ciudad cerca del tren de Camden y Ambory, que conectaba dos de las ciudades más prósperas del país, Nueva York y Filadelfia, una bendición a la hora de transportar su producto a las masas.

Con esta capacidad de fabricar su propio acero, transformarlo en cable en el lugar y luego transportarlo, la producción de la compañía se disparó.

Entre las décadas de 1930 y 1940, Roebling se convirtió en uno de los principales empleadores en Estados Unidos, produciendo cable de control para los bombarderos y acero para redes antisubmarinos (incluyendo una muy grande que protegía la bahía de Nueva York), y haciendo su parte para literalmente “renovar el alambrado” del curso de la historia.

Pero cuando el final de la Segunda Guerra Mundial llevó a una reducción de los pedidos, la compañía decidió vender las casas a los residentes de la villa, y por primera vez permitió que forasteros compraran propiedades en la ciudad.

Manteniendo únicamente algunos puestos administrativos, en 1952 vendieron la John A. Roebling’s Sons Company a la empresa Colorado Fuel and Iron Company, y en 1974 tanto las plantas de Trenton como las de Roebling cerraron.

Aunque ya son más de 50 años desde el auge de Roebling, su contribución a la industria del siglo XX es inconfundible.

Vista de objetos expuestos en el Museo de Roebling. (Foto: Ferdinand W. Roebling III/Archivo del Museo de Roebling)
El Museo Roebling muestra cual fue el verdadero alcance de la ciudad. (Foto: Ferdinand W. Roebling III/Archivo del Museo de Roebling)

Ya sea que viajes a bordo de un avión o conduzcas sobre un puente suspendido, Roebling tuvo que ver en esa historia, y una visita al Museo Roebling muestra cual fue su verdadero alcance.

Aquí encontrarás piezas originales de cable Roebling del puente Golden Gate (que celebra el 85 aniversario del inicio de su construcción) y del puente George Washington que cuelga entre Manhattan, Nueva York, y el norte de Nueva Jersey.

Hay una exhibición de Automóviles Mercer, la propia fábrica de vehículos de principios del siglo XX de Roebling, que producía autos deportivos al mismo tiempo que Ford Motor Company promovía el Model T, y una galería dedicada exclusivamente a la construcción del Puente de Brooklyn.

Esta última es donde encontrarás la que es sin duda una de las más fascinantes historias del museo: la de Emily Warren Roebling, quien fue ingeniera en jefe de la construcción del puente de Brooklyn.

“Cuando Washington (Roebling) desarrolla la enfermedad de Caisson —también conocida como “enfermedad de los buzos”— y casi muere, Emily aprendió sola los principios de la ingeniería para poder ayudar”, dijo McMickens Blair.

Mujer educada e inteligente, además de la más cercana confidente de Washington, Emily fue capaz de convencer a políticos locales de permitirle a este mantener su rol como ingeniero en jefe mientras ella se encargaba de los deberes diarios.

Emily se convirtió en una de las primeras ingenieras de campo del mundo, allanando el camino de la equidad de género al mismo tiempo que completaba una de las estructuras arquitectónicas más icónicas de Estados Unidos.

En cuanto a Borbi, él acaba de terminar un libro sobre la historia de la ciudad de Roebling compilada a partir de más de cuatro décadas de investigación.

Mientras crecía, dice Borbi, en realidad no entendía lo especial que era el lugar, solo le encantaba vivir ahí.

“Roebling se encargaba de su gente”, dice, “mientras también estaban ocupados encargándose del mundo”.

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