Padre e hijo se reencuentran en Los Ángeles después de una separación de casi tres meses en la frontera

El immigrante guatemalteco dice que los oficiales les decían que nunca iban a volver a sus hijos

Manuel Eduardo Gómez camina por una calle de Ontario luego de reunirse en Los Ángeles tras casi tres meses de haber sido separados en la frontera. (Aurelia Ventura/La Opinion)

Manuel Eduardo Gómez camina por una calle de Ontario luego de reunirse en Los Ángeles tras casi tres meses de haber sido separados en la frontera. (Aurelia Ventura/La Opinion) Crédito: Aurelia Ventura | Impremedia/La Opinion

Durante los dos meses con 15 días que Manuel Eduardo Gómez fue separado de su hijo Brian por las autoridades de migración, llegó a pensar que nunca más volvería a ver al chico de 12 años. Tuvieron que pasar casi tres meses para que padre e hijo volvieran a reunirse.

“Día y noche lloraba a mares como un niño tiernito. Me sentía destruido. Los oficiales del Centro de Detención nos gritaban que nunca volveríamos a ver a nuestros hijos y que nos iban a deportar. ¡Ya no aguantaba!”, exclama Gómez.

Este inmigrante guatemalteco fue separado de su hijo el mismo día que la Patrulla Fronteriza los detuvo después de cruzar el Río Grande en Texas.

“Como a las 12 de la noche llegaron por el niño. Mi hijo lloraba. Me decía, ‘¡papá! ¡papá! no dejes que me lleven’. ‘Nos vamos a llevar al niño y a usted lo vamos a deportar’, me advirtieron. En ese momento, yo deseaba que mejor me hubieran matado”, confiesa.

Este padre junto con su hijo entró a Estados Unidos el 22 de mayo en busca de asilo político.

Manuel Eduardo Gómez no cabe de la felicidad por haberse reunido con su hijo Brian. (Aurelia Ventura/La Opinion) (Aurelia Ventura/La Opinion)

Callejón sin salida

Gómez salió de Guatemala el 10 de mayo, trayendo consigo a su hijo mayor. Dejó a su esposa en estado avanzado de embarazo y a su hija de 9 años.

“Yo allá me dedicaba a sembrar maíz y frijol en mi ranchito y trabajaba sembrando para otros. Pero la situación económica empezó a ponerse mal. En los inviernos ya no llueve y no se puede cultivar nada”, cuenta.

Pero fueron las amenazas de las pandillas las que lo impulsaron a dejar su tierra natal. “Allá tenemos a la Mara 18 y al MS, Mara Salvatrucha, que vienen de El Salvador. Ellos me extorsionaban y me pedían entre 5,000, 10,000 quetzales (alrededor de 667-1,335 dólares) cada mes. Un día con pistola en mano, cinco pandilleros llegaron a exigirme hasta 100,000 quetzales (13,350 dólares) a mi casa. Me tuve que ir por un tiempo a otra aldea con mi familia. Hasta allá fueron a buscarme. Creía que me iban a matar”, recuerda.

Las cosas estaban tan mal, dice, que las pandillas impedían que los cristianos celebraran sus cultos religiosos. “Un pastor amigo mío tuvo que irse de la aldea. A los dos meses murió de tristeza”, comenta.

Sin embargo, relata que cuando los pandilleros le pidieron que le entregara a su hijo Brian para que se pusiera a trabajar con ellos, decidió buscar refugio en Estados Unidos. “Llevé a mi esposa y a mi hija a Honduras para que estuvieran más seguras. Aunque allá también las cosas están difíciles, pero era mejor que dejarlas en Guatemala. Hablé con mi primo que tengo en Ontario (California), le expliqué la situación. Él me informó que la vida estaba dura en Estados Unidos, pero me dijo que en nombre de Dios, ellos me iban a ayudar”, relata.

Gómez hubiera querido traer a toda su familia, pero no tenía suficiente dinero. “Decidimos que fuera Brian, nuestro hijo mayor; él que me acompañara porque era quien estaba corriendo más peligro”, menciona.

Manuel Eduardo Gomez y su hijo Brian tienen siete días que llegaron a Ontario, California para reunirse con su familia. (Aurelia Ventura/La Opinion)

El dolor de la separación

“Después de que me separaron de mi hijo. Me tuvieron como 15 días en unas celdas que se le conoce como hielera por lo frío en McAllen, Texas. Después me llevaron al Centro de Detención del Servicio de Migración y Aduanas (ICE),Pine Prairie de Nueva Orleans. Era de lo peor. La comida que nos daban apestaba y estaba echada a perder. Pasaba hasta ocho días sin comer. Eso lo podía aguantar, pero no saber nada de mi hijo me estaba matando”, menciona.

Este padre supo del paradero de su hijo un mes después de su detención cuando habló con su primo que vive en Ontario, California. “Él me dijo que ya estaba en contacto con el niño, que lo tenían en un albergue”, recuerda.

Durante el tiempo que no supo de su hijo, dice que muchas veces lo llevaron a la celda de castigo conocida como “el hoyo”.  “Como no me daban información, yo me les escapaba a los guardias del Centro de Detención para acercarme a los oficiales de migración que llegaban. Les suplicaba llorando que me dijeran dónde estaba mi hijo. Me ignoraban. A los guardias, a diario les decía que me ayudaran a averiguar. Respondían que no sabían nada”.

Dice que pasó noches de agonía, sin poder dormir. ” Me preocupaba que me fueran a deportar y que nunca volviera a ver a mi hijo. El puro poder de Dios me mantuvo. Oraba y lloraba. Lo que más quería es que me juntaran con mi hijo. Era lo mismo con todos los padres separados de su hijos“, confiesa.

Brian fue llevado a la Casa del Padre, el más grande centro para menores migrantes en Brownsville, Texas.

“Nos trataban mas o menos, pero la comida es fea. Si yo tocaba con la mano a otro niño por accidente, nos reportaban y nos regañaban. Hay niños que se ponen a llorar hasta los que tienen 17 años. Yo quería ver a mi mamá y a mi papá. Pensaba que a lo mejor nunca los iba a volver a ver. Me sentía muy triste”, dice el menor.

Agrega que la Casa del Padre es un albergue con más de 1,000 niños de entre los 10 a 17 años. ”La mayoría éramos de Guatemala, después de El Salvador, Honduras y muy poquitos de Nicaragüa y México”, menciona.

Manuel Eduardo Gómez se reencuentra con su hijo tras una dolorosa separación. (Aurelia Ventura/La Opinion)

Cada cinco días lo dejaban hablar con su tío que vive en Ontario y con su madre en Guatemala. Con su padre nunca pudo hablar hasta que los reunificaron a finales de julio en el Centro de Detención de ICE, Port Isabel en Los Fresnos, Texas.

“Nunca me lo esperé. No supe que me iban a reunificar con mi hijo hasta que lo tuve frente a mí. Fue el momento más feliz de mi vida”, expresa emocionado el padre. “Los dos nos abrazamos y lloramos mucho”.

Cuando vio a su hijo Brian, notó que había perdido peso, estaba pálido y no quería comer.

En el Centro Port Isabel estuvieron unos ocho días, hasta que oficiales de migración pusieron a padre e hijo a bordo de un avión con rumbo a California donde fueron recibidos por su primo y su esposa.

La felicidad de Gómez se vio opacada porque para dejarlo salir le colocaron en el tobillo una pulsera de monitoreo electrónico. “Cada dos semanas tengo que presentarme a las oficinas de migración”, dice.

El avión con ellos aterrizó en Los Ángeles el 1 de agosto. “Me siento muy feliz de estar con mi hijo. Lo que más quisiera es tener un permiso para poder trabajar y ayudar a mi familia en Guatemala. Yo hago lo que me ponga a hacer, pero quiero trabajar”, dice.  Hace 15 días nació en Guatemala su tercera hija.


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El inmigrante criticó la política del presidente Trump de separar a padres e hijos en la frontera cuando los inmigrantes entran a la frontera en busca de asilo político. “No hay cosa más terrible que le puede pasar a un padre, que lo separen de sus hijos. Es preferible que nos deporten juntos que una separación. Llegó un momento cuando estaba en detención que ya no me importaba que me echaran del país. Lo único que quería, era estar con mi hijo Brian”, admite.

Aunque Brian dice que está muy alegre de poder estar con su padre. Su tía Sandra Campos, quien les dio cobijo en su casa en Ontario, dice que la separación afectó mucho emocionalmente al menor. “A veces he descubierto al niño pensativo y distraído”, observa.

Brian comenzó clases el miércoles 8 de agosto en una escuela en Ontario. “A mi me gustaría ser policía de grande. Quiero ser un policía de migración bueno para ayudar a los inmigrantes que llegan al país y darles de comer”.

Los deportados

Evelyn García, cónsul de protección del Consulado de Guatemala en Los Ángeles, dice que de 14 familias de guatemaltecos que han sido separados de sus hijos al entrar al país en busca de asilo político, tres han sido reunificadas en el sur de California.

“No sabemos si han aumentado el número de guatemaltecos que intentan entrar al país. La información que tenemos es que en promedio cada mes son deportados 100 guatemaltecos del sur de California. Es una cifra que se ha mantenido en el último año”, precisa.

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