Su madre la convirtió en prostituta a los 14 años “creyendo que estaba haciendo lo mejor”
La colombiana Beatriz Rodríguez ejerció la prostitución en su país por más de 20 años y asegura que es una "tortura permanente"
ADVERTENCIA: Esta entrevista incluye contenido de carácter sexual explícito.
Cuando sólo tenía 14 años, la colombiana Beatriz Helena Rodríguez Renfigo fue llevaba a un burdel por su madre.
Sí, por su madre. Y allí se quedó. Ha estado prostituida más de 20 años, saltando de un establecimiento de venta de sexo a otro.
“Yo solo hacía lo que me enseñaron a hacer de pequeña, lo único que sabía hacer”, cuenta a sus 50 años, con los ojos empañados de lágrimas al recordar el horror por el que pasó.
Le llevó toda una vida conseguir salir de ese mundo que describe como una “auténtica tortura”.
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Pero lo logró. Junto con otras 20 compañeras de burdel aprendió a hacer chorizos y montó una empresa de preparados cárnicos que les permitió obtener ingresos suficientes como para dejar la prostitución.
Hoy Beatriz es una de las principales activistas colombianas contra la prostitución. Es directora de ASOMUPCAR, la asociación de mujeres productoras de cárnicos del departamento de Caquetá, en el sur de Colombia.
Se trata de una organización que ayuda a las mujeres explotadas sexualmente a salir de ese mundo.
Beatriz participó en Madrid en un congreso internacional sobre prostitución organizado por la Coalición contra la Trata de Mujeres y la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres. Y en ese escenario compartió su historia con BBC Mundo en esta entrevista.
Usted tenía 14 años cuando su mamá la metió en un prostíbulo…
Sí, así fue.
Si no me equivoco, el motivo fue porque usted había perdido la virginidad con un novio.
Tal cual. A mi madre la criaron así, pensando que una señorita que no salía de su casa virgen, casada, vestida de blanco y con mantón largo ya no valía nada.
Mi madre consideraba que no podía entregarle a la sociedad a una mujer, una niña, que no estuviera casada, y a mí no me podía entregar casada porque yo ya estaba “brinconeando”.
Así que, como Pilatos, se lavó las manos y me entregó a mi tía, la hermana de mi papá, que era dueña de un prostíbulo. Le dijo: “Mira, aquí está esta muchacha, yo ya no tengo nada que hacer con ella, yo ya le dije, ya la advertí, la aconsejé, pero eso no le vale nada. Así que ahí se la dejo”.
Mi tía le respondió: “Váyase tranquila ‘mija’ para la casa que yo sí sé qué hacer con la niña”. Y me dejaron allá, en esa situación.
¿Cuánto tiempo ha estado prostituida?
22 años estuve, toda mi vida. Tuve tres hijos, imagínese. Y los crié a los tres en prostitución. A los 16 tuve a mi muchachita, a los 20 tuve el muchachito y a los 24 tuve a la última. Obviamente, no sé quiénes son sus padres.
¿Qué es lo peor de ser prostituta?
Todo, todo. Ser prostituta es una tortura, supuestamente consentida porque hay dinero. Pero es una tortura permanente, las 24 horas del día, siete días a la semana, embarazada, con el periodo, enferma, de post parto…
Es una tortura, día y noche, un día tras otro. Es una tortura el vestirse, el tenerse que arreglar, que bañarse, que sonreír, que ponerse la minifalda, los tacones… Una tortura consentida por dinero.
Precisamente, porque hay dinero por medio, a las prostitutas no se las suele considerar como víctimas…
Sí, una violada, por ejemplo, tiene la ruta de atención, y sí, fue un episodio muy doloroso de su vida el haber pasado por una violación. Pero una prostituta pasa por eso diez, quince, hasta veinte veces al día.
A mí me toco. Cuando estaba en situación de prostitución en Caquetá, eran veinte veces al día. Yo terminaba con mi vagina así de hinchada, echándome en las noches vaselina o alguna crema refrescante para poder dormir.
Y si no puedes dormir no importa, porque igual tienes que madrugar lo mismo. Todo el día, todo el día. Yo no sé qué es lo peor: si es el abuso de tu cuerpo, la penetración de tu alma, la entrega de tu ser… No sé.
¿Y usted cómo hizo para sobrevivir a todos esos años de tortura?
No pensándolo, no analizándolo. Lo único que te planteas es: me toca hacerlo, y punto.
Usted consiguió salir de la prostitución. Si no me equivoco, gracias en parte a la exalcaldesa de Florida, la capital de Caquetá, Lucrecia Murcia.
Sí. Siendo candidata a la alcaldía ella iba a los negocios, iba a los prostíbulos, trasnochaba tratando de convencernos, de sacarnos de ahí.
Nos dio esa primera oportunidad, creyó en nosotras. Y nosotras ese miedo y ese dolor que sentíamos logramos vencerlo y logramos salir.
Fuimos cualificándonos y fue a través de la cualificación y del conocimiento de nuestros derechos que logramos salir y convertirnos en la plataforma social que hoy somos en Colombia.
Usted y sus compañeras de prostíbulo aprendieron a hacer chorizos y montaron una empresa de derivados cárnicos, ¿verdad?
Sí. Hoy tenemos varias empresas en los 16 municipios del departamento de Caquetá en las que empoderamos y damos trabajo a las mujeres que estamos permanentemente rescatando de allí, de la prostitución.
Y también nos hemos convertido en operadores de algunos servicios del Estado, administramos recursos importantes de infancia y adolescencia y de adulto mayor. El tema de las mujeres, por desgracia, no está muy desarrollado en mi país, es muy difícil que dejen presupuesto para eso.
¿Qué le diría a los que aseguran que la prostitución es un trabajo que se elige voluntariamente y que debería regularse como un oficio más?
No, no, no, no, no. Eso no es un trabajo, y hay que seguir diciéndolo y gritándolo. Hay que sacar de nuestro vocabulario y sobre todo de nuestras cabezas que la prostitución sea un trabajo.
Y no, no se puede regular. ¿Cómo se va a regular, pregunto yo, cuantas veces me penetran por el culo, cuántas por la vagina, cuántas mamadas tengo que hacer, cuántos castigos tengo que soportar?
No, eso no es un trabajo, y no se puede regular. La prostitución es un delito contra la humanidad, contra las mujeres que la sufrimos.
¿Usted ha temido alguna vez por su vida?
Claro, todo el tiempo. Yo vivo, sobrevivo, en una región donde convergen todos los actores armados. Tenemos sobrepoblación de hombres armados con poder, tenemos a los narcotraficantes, las bandas, los paramilitares, la guerrilla, el ejército…
Tenemos más de 28,000 hombres armados en nuestra región. Así que todo el tiempo tememos por nuestra vida.
En muchos momentos, en el transcurso de estos 20 años de acompañamiento a otras mujeres que quieren salir de la prostitución, nos ha tocado hacer negociaciones con los diferentes grupos armados de mi región.
¿También ha temido por su vida cuando estaba en la prostitución?
¿Cómo no? Siempre. El peligro es siempre inminente en la vida de las putas. Y más en un contexto violento, armado, con narcotráfico como el que yo vivo: la vida de las putas ahí no vale nada. Se paga todo con la vida.
Y el cuerpo de las mujeres se convierte en el botín de guerra de los guerreros. Se hace daño a la mujer, a la querida, a la moza, a la amante del otro con el que se está en contienda.
Se trata de matarla, de torturarla, para que el otro sienta que yo tengo más poder.
¿Por qué a muchos hombres les parece aceptable pagar a cambio de sexo?
Porque ese es el valor que nos dan a las mujeres. Nos consideran cosas que se pueden usar, abusar y comprar.
Hay países que castigan a los hombres que compran sexo con multas. ¿Qué le parece?
Creo que ayuda. Todas las estrategias que se puedan utilizar contra este delito, que es un monstruo con todas las caras, con toda la plata del mundo, están bien.
¿Cómo se podría acabar con la prostitución?
No sé si estoy siendo muy ingenua, pero creo que un comienzo sería el desarrollo de nuevas masculinidades, de nuevas relaciones entre hombres y mujeres y la puesta en marcha de programas de prevención que metieran en el currículo primario de nuestros niños y nuestras niñas el tema de los derechos de las mujeres y de los hombres como actores sociales responsables.
Hay que comenzar a cambiar la mentalidad que viene impresa en nuestros niños y nuestras niñas de que las mujeres tenemos que estar al servicio de los hombres.
Algunas exprostitutas hablan de los burdeles como campos de concentración.
Yo nunca lo había comparado, pero cuando lo escuché me puse a reflexionar y sí, donde yo estuve toda mi vida y donde hoy están muchísimas mujeres son campos de concentración.
¿Se siente estigmatizada por haber sido prostituta?
Sí, señora. En mi región todavía se siente la estigmatización, y más por la parte de las mujeres que de los hombres.
A los hombres no les importa, les importa un culo: la conocí, la usé, la pagué y se acabó. Para las mujeres no, las mujeres no perdonan que una haya sido puta.
Sobre todo lo veo en las instituciones, entre las mujeres con algún poder: “ay, ya viene esa puta”, “ya está esa vieja, qué pereza”, “ahorita le damos todo y sigue jodiendo”…
¿Qué tal es la relación con sus hijos? ¿La apoyan?
Sí. Ellos saben, me apoyan y trabajan todos en mi asociación. Tengo una hija que es psicóloga, la otra es pedagoga y el chico también trabaja con nosotros.
¿Ha conseguido perdonar a su madre por meterla con 14 años en un prostíbulo?
Creo que nunca la culpé. Ella creyó que estaba haciendo lo mejor para mí, que me estaba enseñando un oficio. Ella fue criada en una cultura patriarcal, y consideró que lo que hizo era lo que tenía que hacer.
Nunca la culpé, de hecho hoy ella vive conmigo y yo la sostengo económicamente en su vejez. No, nunca la culpé.
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