Luchas, dudas y afanes de empleados esenciales latinos de Chicago en medio de la pandemia de covid-19
Trabajadores de la primera línea cuentan como encaran el covid-19 y comentan sobre su interés y sus dudas sobre la vacuna
Con lentes desechables, mascarilla N95, guantes y luciendo un uniforme impecable, Claudia Calderón inicia su jornada laboral a las seis de la mañana.
Ella es una empleada esencial en la primera línea de defensa contra el coronavirus: trabaja como asistente de servicio al paciente en el área de cirugía del Centro Médico de la Universidad de Chicago.
En el turno de la mañana trabaja en pareja: Calderón y su compañero de trabajo tienen asignados determinados cuartos en los que deben asegurarse de que cuando llegue el paciente todo esté limpio, desinfectado y listo para la cirugía. Pero hay un cuarto que es el de trauma. “Ese cuarto siempre lo tenemos listo para cuando hay una emergencia, un accidente, por lo general a ese cuarto ingresan personas que vienen con balazos”, cuenta Calderón.
A los cuartos no les debe faltar desinfectante de manos, guantes, mascarillas, lentes, jabón y servilletas para secarse las manos. Y también tienen que mantener limpios los baños y limpiar y tender las camillas de los pacientes.
La pandemia de covid-19 no ha cambiado la rigurosa forma con que se limpian los cuartos y siempre han usado los desinfectantes para matar las bacterias, ellos necesitan estar seguros de que todo esté limpio y desinfectado para no trasmitir alguna posible enfermedad de un paciente a otro.
“Cuando la cirugía termina entramos al cuarto para limpiarlo, sacar la basura, tenemos que estar seguros de que todo esté desinfectado, volvemos a chequear que no hagan falta guantes, servilletas, desinfectante de manos y jabón. Es prácticamente lo que hago todo el día”, dijo Calderón a La Raza.
El contacto con los pacientes es lo que ha cambiado, dice Calderón, pero ella generalmente no tiene un acercamiento directo con ellos porque siempre ingresa antes o después de que los pacientes están en los cuartos del área de cirugía. Ella solo interactúa con los pacientes si se necesita ayuda para levantarlos de las camillas.
Calderón dice que la ventaja que tienen en el área donde trabaja es que cuando los pacientes ingresan allí por lo general ya se hicieron la prueba del coronavirus. Cuando un paciente llega de emergencia y no se sabe si está infectado de covid-19, se le trata como si estuviera infectado hasta que se sepa que es negativo. Si resulta positivo al virus hay cuartos de aislamiento para estos pacientes, explica Calderón, quien trabaja en el área de cirugías desde hace seis años.
Aunque Calderón cumplía con todos los protocolos de seguridad en su ambiente de trabajo, el temor a contagiarse de covid-19 ha estado siempre latente en medio de la pandemia. “Estaba asustada, el virus es algo nuevo para todo el mundo, no sabía qué iba pasar con mi familia”.
Se preguntaba: “qué pasa si me contagio de covid-19 y llevo el virus a la casa”. El esposo de Calderón también es un empleado esencial, tiene 39 años y hace mantenimiento en ese mismo centro médico. Calderón no tiene familia en Chicago, es originaria de Veracruz, México.
Para ella el ser madre es una experiencia maravillosa, y recuerda que tuvo dos pérdidas antes de tener a sus dos niñas de 1 y 3 años. El solo hecho de pensar que podrían enfermarse del covid-19 la estresaba. Calderón fue diagnosticada con prediabetes durante sus embarazos y su esposo sufre de presión alta, lo que los convierte en personas vulnerables al virus.
Ambos tomaron la decisión de enviar a sus hijas a México con los padres de Calderón para proteger a las niñas en caso se contagiaran. La estancia en ese país que pensaron sería sólo de un mes se convirtió en seis meses.
Eso atormentó a Calderón, de 41 años. Se sentía culpable de haberse separado de sus hijas, aunque estaban en buenas manos, con sus abuelos, dice. Extrañaba mucho a sus hijas. Estuvo yendo a terapia psicológica porque el separarse de ellas, siendo tan pequeñas, le afectó emocionalmente, se deprimió.
Ahora ya está más tranquila, sus hijas regresaron a casa y a su esposo ya le administraron la primera dosis de la vacuna contra el covid-19.
Cuando se le preguntó si se piensa poner la vacuna, Calderón dice: “lo estoy pensando… Se habla mucho de la vacuna, que la hicieron muy rápido. No sé cuál va a ser la reacción en mi cuerpo, si va a haber una alergia, si va a funcionar o no. Eso me da un poco de cuidado, cuando es algo nuevo a veces da un poquito de temor”.
Unos días después de la entrevista, Calderón decidió vacunarse y ya le administraron la primera dosis de la vacuna contra el covid-19.
‘No quiero vacunarme’
El coronavirus le arrebató la vida a varios de sus familiares en Morelos, México, cuenta Petra Ortiz. Ella conoce algunas personas que no creían en la existencia del virus hasta que empezaron a ver gente enfermar y morir. Fue así como cambiaron su percepción con respecto al covid-19 y empezaron a cuidarse para prevenir contagios.
Ortiz es una empleada esencial: desde hace ocho años trabaja a tiempo completo en el turno de la mañana en una fábrica de aluminio que hace todo tipo de envases y contenedores desechables en el suburbio de Wheeling.
Dice que en su trabajo, en el segundo y tercer turno, muchos se han contagiado y que algunos trabajadores que eran de oficina se infectaron y murieron.
“Sí da temor contagiarse, pero tenemos que ir a trabajar porque no nos queda de otra”, dijo Ortiz, quien tiene cuatro hijos.
Petra Ortiz asegura que en la fábrica cumplen con las medidas necesarias para prevenir contagios, los gerentes les recuerdan a los empleados mantener la distancia de seis pies, les proporcionan mascarillas y gel desinfectante, las máquinas están separadas y desinfectan las instalaciones “pero la gente no cumple los protocolos de seguridad, así como sucede en las tiendas”, opinó.
“Nosotros trabajamos con guantes, mascarillas, lentes y al final de la jornada limpiamos los lugares donde trabajamos”, explica Ortiz, quien piensa que varios de los trabajadores contagiados de covid-19 no se infectaron en la fábrica sino afuera. “Se iban a las tiendas, a las fiestas familiares, a los bares cuando se les permitió reabrir y traían el virus al trabajo y contagiaban a la gente”.
Cuando el gobierno local dio luz verde para que personas de la Fase 1B sean elegibles para la vacunación, lo cual incluye a empleados esenciales como Petra, ella cuenta que la fábrica realizó una junta informativa. Les dieron una hoja que decía que como trabajadores esenciales calificaban para la inmunización y que si optaban por ella tenían que contactarse con su clínica.
Pero Ortiz dice sin titubear: “Yo no me quiero vacunar, no me voy a vacunar. No por ahora, esperaré un año a ver si es efectiva”.
Y no es la única con la misma respuesta, Petra asegura que muchos trabajadores de su compañía opinan igual que ella. “En la compañía donde yo trabajo casi la mayoría no se la quiere poner. Dicen que no, hasta después de un año, quieren ver si funciona”.
La razón principal porque Ortiz no quiere vacunarme es por temor: “no sé qué efectos secundarios tenga. En sí, nadie sabe, tú no sabes, el cuerpo de todo el mundo es diferente, todos tenemos reacciones diferentes”.
Ortiz dice que seguirá tomando las medidas necesarias para prevenir el contagio y que sólo se encomendará a Dios para que la proteja del coronavirus, como lo ha hecho hasta ahora, porque vacunarse no es una opción para ella, no por el momento.
Por teléfono, en las despensas y lavanderías
Promotoras de salud del Centro San Bonifacio realizaron encuestas por teléfono y en la comunidad. Fueron a las despensas y lavanderías de algunos barrios del norte y sur de Chicago para conocer de primera mano cómo la gente se previene del contagio del covi-19.
“La gente sí tenía conocimiento de cómo protegerse, sí sabían cómo usar la mascarilla, utilizaban el desinfectante de manos. Pero también teníamos preguntas, por ejemplo: ¿cree que el coronavirus se contagia entre familiares? Mucha gente me decía: no. Básicamente quiere decir que creemos que el coronavirus me lo puede contagiar otra gente, pero no mi familia”, explicó Margarita Sánchez, promotora de salud del Centro San Bonifacio.
El no de esa gente le indicaba a Sánchez que se estaban visitando. “Entendí un poco más por qué en los latinos seguía aumentando el número de contagios”.
Promotoras de salud de ese centro comunitario del noroeste de Chicago formaron parte del proyecto de encuestas sobre covid-19 que fueron hechas desde octubre hasta diciembre de 2020.
Sánchez notó dos aspectos destacables al hacer las encuestas, que las personas sí sabían cómo protegerse contra el coronavirus y que mucha gente no confiaba en la vacuna por razones políticas y religiosas.
Marina Patiño, promotora de salud de ese centro comunitario, dijo que el enfoque del proyecto era saber qué tan informada estaba la gente con respecto al coronavirus. Y que de 5,000 encuestas que se realizaron el 42% de las personas dijo no tener confianza de ponerse la vacuna por temor a los posibles efectos secundarios, mientras que el 56% dijo tener confianza en administrarse la vacuna y 2% no sabe si vacunarse o no.
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