Entre México y Chicago: Nombrar a los desaparecidos

Cuando la mexicana Anabel Hernández estuvo en Chicago hace más de un año para presentar su libro ‘Los Señores del Narco’ habló frente a la gente que hizo fila para verla en la Feria del Libro en el Sam’s Club y compartió con ellos el dolor de la violencia en México.

Varios de los que estaban allí esa tarde conocían de primera mano las cada vez más frecuentes malas noticias de secuestros y muertes de familiares en México; de las madres desesperadas porque sus hijos fueron levantados o desaparecieron sin nunca llegar a casa; de la sangre y los cadáveres diarios.

Y qué poco han cambiado las cosas.

Esta semana platiqué con un señor, pequeño empresario aquí en Chicago, que me contó su experiencia de intento de secuestro en México y me dijo que él no pensaba que tantísima gente aquí había pasado también por lo mismo.

El señor dijo que cuando en días pasados empezó a contar lo que le había acontecido, más y más personas se animaban a platicarle lo que llevaban guardado, atrapado allí en sus pechos, sobre sus desaparecidos, sus familiares secuestrados, a quien llevaban esperando meses, si no años.

La situación sigue mal. Según la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) de México, en el 2011 al menos 704 personas secuestradas fueron liberadas por la Policía Federal, que es un aumento del 115% en comparación con el 2010 y de más del 300% desde el 2009. Y no se mencionan a los que jamás fueron hallados. El 52% de los secuestros en los que participan criminales vinculados al narcotráfico son hechos por Los Zetas. Les siguen Los Caballeros Templarios o La Familia Michoacana, según la SSP.

Los daños colaterales de la violencia en México se extendieron desde hace mucho a Estados Unidos.

Si nos ponemos a pensar en los familiares de víctimas de la violencia aquí en Chicago, la situación es aún peor por la distancia y la impotencia.

Reciben llamadas telefónicas, son presa de las extorsiones de parte del crimen organizado, los ven sólo como alcancías y tienen miedo de viajar a México ante el riesgo de que los secuestren o algo peor.

Cuando Anabel Hernández habló en Chicago en el 2011 dijo: “Aquí en Estados Unidos la gente quiere saber” -refiriéndose a que la gente quería saber más sobre el narcotráfico, el crimen organizado, el lavado de dinero-. Y agregó: “Yo espero que quieran saber para pensar qué vamos a hacer cada uno de nosotros para salvar a nuestro país, porque no va a quedar nada”.

A mi parecer lo terrible es pensar ¿dónde están los desaparecidos producto de la violencia? ¿alguien sale a buscarlos? Estamos hablando de una realidad que se asemeja a los desaparecidos durante las dictaduras militares en América Latina. Pero ahora no parece haber nadie en las calles. Y tampoco sabemos si aquí en Estados Unidos alguien está preocupado por encontrar a los secuestrados, hablar de las fosas clandestinas, rastrear los envíos de dinero, o simplemente nombrarlos.

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