Fortaleza

No hace sino unos días que el candidato republicano a la presidencia, Donald Trump, declaró que a los policías de Chicago les falta “fortaleza” para lidiar con el tema de la violencia urbana.

Más allá de la demagogia habitual en Trump, hay una cuidadosa perversidad en su tono. Trump busca conectarse con una de las corrientes más radicales de la derecha que culpan a los gobiernos locales, estatales y federales de signo demócrata de “amarrarles las manos” a la policía en sus tratos con distintas comunidades, en especial la afroamericana.

Nada más lejos de la verdad: hoy en día las agencias policiales gozan de una libertad casi total para actuar de forma violenta – el referente más cercano estaría en los años 50 y principios de los 60 – y pocas veces como ahora ha sido tan militarizada y táctica su acción. Pero Trump, y quienes lo apoyan, ponen la culpa de la violencia en ciertas actitudes ideológicas.

Hay que poner este tipo de afirmaciones bajo la lupa. No es precisamente la Policía de Chicago una entidad que carezca de “fortaleza” y no hay que irse tan lejos como la Convención Demócrata de 1968 para revisar sus actuaciones.

Basta con irnos a los años 90, o inclusive a la actual década.

A fines de los 90, estudiantes de Derecho de Northwestern University pusieron en marcha un proyecto que tuvo impacto nacional y que reveló que muchos individuos condenados a muerte en Illinois eran inocentes de los crímenes que se les acusaban, y que muchos de ellos habían sido procesados tras admitir, bajo tortura, la comisión de asesinatos que no habían cometido.

En muchos casos, esas torturas fueron practicadas por policías de Chicago, en especial los pertenecientes a la unidad del comandante Jon Burge. Los casos revelados por Northwestern llevaron al entonces gobernador de Illinois, George Ryan, a revocar la pena de muerte en el estado. Y la ciudad de Chicago aún está pagando muchas demandas presentadas contra la unidad de Burge.

Pero las cosas no han cambiado mucho. Es necesario leer, yo diría es urgente leer, el reportaje “Acusados de asesinato – pero no mataron a nadie; fue la policía” publicado a mediados de mes por el rotativo Chicago Reader, un trabajo de investigación de las reporteras Alison Flowers y Sarah Macaraeg.

De acuerdo con el reportaje (que se puede leer aquí: http://www.chicagoreader.com/chicago/felony-murder-police-shooting-investigation/Content?oid=23200575) hay al menos diez casos documentados, el más antiguo de los cuales es apenas de 2011, donde agentes de policía mataron a un civil, y luego acusaron del crimen a un cómplice del sospechoso.

De forma paralela y asociada, ha habido desde 2013 unas 70 persecuciones policiales en la ciudad que han resultado en lesión grave o muerte, y ni una de ellas – ninguna – ha sido investigada por la Junta Estatal de Entrenamiento y Estándares de Agentes de la Ley, un organismo creado por el estado precisamente para investigar este tipo de casos.

De acuerdo con lo revelado por el excelente reportaje de Flowers y Macaraeg, todos los acusados de crímenes que aparentemente no cometieron, son afroamericanos y latinos.

Lo que todo esto revela es, a mi modo de ver, una absoluta carta blanca a la policía para utilizar los métodos que sea con tal de reducir los violentos números del crimen urbano en Chicago. Y preocupa que esa carta blanca ponga a la ciudad en un alto riesgo de convertirse en otro Ferguson, en otro Baltimore, en otro Milwaukee.

Mientras tanto, Trump sigue echando gasolina al fuego.

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