Chapecoense sufre la más dura de todas las derrotas

Siempre se quedan cortas las palabras para describir la pérdida de vidas humanas, pero tiene un tinte de sensibilidad mayor cuando una tragedia involucra a los constructores de alegrías

Subían y subían. Subían tanto y tan de prisa que de pronto y casi sin saberlo llegaron al cielo.

Todo fue tan rápido para Chapecoense que apenas aprendimos a pronunciar y a escribir su nombre en las previas de los diarios cuando de un solo golpe nos pegamos de frente con su tragedia en las montañas de Colombia.

Hoy cuando deberían saltar al campo para jugar el partido más importante de sus vidas, no hay aplausos. Ni himnos, ni banderas. A cambio de eso hay un manto de tristeza que viste el luto de todo el deporte para lamentar la muerte de la casi totalidad de los integrantes del equipo brasileño siniestrado cerca de Medellín.

Siempre se quedan cortas las palabras para describir la pérdida de vidas humanas, pero tiene un tinte de sensibilidad mayor cuando una tragedia involucra a los constructores de alegrías. Cuando las viceversas del destino le arrancan la vida a los que siempre hicieron algo más por alegrar la vida de otros. Y sobre todo cuando el destino en contravía se juega la suerte de los más humildes.

Duele.

Da mucha pena despedir de la vida a los que nacieron para regular sonrisas y cosechar aplausos. No para sembrar tristeza y propiciar oraciones.

En el estadio Atanasio Girardot de Medellín el humilde Chapecoense no se va plantar frente al Atlético Nacional para jugar ningún partido. No habrá final de la Copa Suramericana y no hay una sala de fiestas. Allí donde debía jugar aquel grupo de muchachos, tragicamente muertos, habrá un campo sembrado de luto y oraciones por su alma.

No habrá gritos de apoyo para empujar la guerra sino voces de solidaridad para cubrir la angustia.

Dejaron sudor y sangre de guerreros para recorrer duros caminos a lo largo y ancho de la geografía del mejor fútbol del mundo y tan pronto como en cuatro años pasaron de la cuarta a la primera división.

Se lo creyeron y entonces en ese plan de héroes anónimos dejaron fuera al San Lorenzo de Argentina para sacar carnet de mayoría de edad y darle legitimidad a su sueño.

Era solo un paso más. Acaso el más dificil, pero estar en la final ya era una premio a la consagración y así subieron al avión para ponerle alas al sueño de la victoria, pero todo terminó en pesadilla.

Hace tanto que parece una vida entera desde la tragedia del Torino de Italia. Hace más de medio siglo le ocurió al Manchester United y hace casi treinta años fue el Alianza Lima. Todos cambiaron de manera dramática la alegría de la fiesta por una infinita tristeza.

Pero la vida y el fútbol siempre dan revanchas y después de esa sensación de vacío que nos embarga hoy, va a nacer una nueva ilusión para darle camino a un nuevo sueño.

Sí, volveremos saber de ellos.

!Chapecoense, nunca los vamos a olvidar!

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